Una tragedia familiar

Estela, narradora y protagonista de esta historia, deja a su madre en el sur para trabajar en la casa de una familia acomodada de Santiago de Chile. Nunca antes había trabajado como empleado interna, pero necesita reunir dinero para enviar a su madre, que vive en la pobreza, y para volver pronto a su lado. Sin vocación ni oficio, finalmente Estela se quedará en la casa de ese matrimonio durante siete años, limpiando y criando a la única hija del matrimonio. Él es médico, ella abogada, y la niña es una chiquilla muy particular cuya muerte (que no el motivo de esta) desvela la autora desde las primeras páginas.

Narrada la historia como un largo monólogo, la novela comienza cuando la niña de la casa, Julia, muere ahogada en la piscina. Ese derrumbe inicial marcará el tono de todo el libro en el que Estela explica esa muerte y los caminos que llevaron a ella, también su propia vida campesina en el sur del país, la idea de trabajar algún tiempo en la capital para juntar un pequeño capital y los contratiempos que le impidieron desviarse de ese destino servil.

La tensión va creciendo con cada página, con cada personaje o elemento como en una tragedia griega. Desde la perra callejera, las ratas, la confesión inconfesable del «señor», la aparición de Carlos, el veneno y la pistola, hasta un desenlace tan poderoso como inevitable. En efecto, Limpia es una novela tensa, y de esa tensión cuidadosamente urdida se vale Trabucco para retratar la sempiterna lucha de clases. Esta es una historia repleta de tensión y suspenso que desgrana una tragedia familiar a la vez que narra el lento proceso de alienación de una empleada del hogar «educada, discreta y alfabetizada» a la que se la van siete años de su vida limpiando miserias ajenas. Estela nos interpela como lectores y nos hace reflexionar sobre las desigualdades sociales: “Me imagino que a estas alturas se preguntarán por qué me quedé. Es una buena pregunta, una de esas importantes. Estás triste. Eres feliz. Mi respuesta es la siguiente: por qué se quedan ustedes en sus trabajos, en sus minúsculas oficinas, en las fábricas, en las tiendas, al otro lado de esa pared”. Ahí está Estela, cuestionándonos y, ante todo, incomodando. “Les incomoda mi voz, ¿me equivoco? Hablemos de eso, de mi voz. Esperaban otra, ¿no es verdad? Una más mansa y agradecida. ¿Están registrando mis palabras? ¿Están grabando mis digresiones? ¿Qué les pasa ahora? ¿La empleada tampoco puede usar la palabra digresión? ¿Me prestarían el listado de palabras suyas y mías?”.

La autora no pretende juzgar o condenar a los progenitores. Expone sus vidas y unas miserias muy humanas porque ellos hacen lo que pueden aunque su hija Julia es una niña infeliz, triste y solitaria cuya manera de relacionarse con el mundo está estrechamente ligada a la violencia que ejerce hacia Estela, hacia sus padres y hacia su propio cuerpo a través de pequeños gestos como morderse las uñas o negarse a comer. Julia es una niña por un lado completamente insoportable y a la vez produce una gran angustia y una enorme ternura por su fragilidad.

Con Estela surge una mirada que desde una especie de ventana indiscreta observa a una familia “normal”, supuestamente feliz, pero que tiene sus secretos y sus reveses, su clasismo y sus máscaras. Mientras Estela trabaja hasta la extenuación, parece que nadie la ve. La soledad que transmite hiere e incomoda al lector. El tema del cansancio que Estela siente es de gran importancia en la novela. “Normalizamos ese agotamiento y la explotación. Los incorporamos como si fueran sinónimo de felicidad. Es importante intentar reflexionar sobre ello para sobrevivir como seres humanos. Si no estás produciendo todo el tiempo, es que hay algo malo en ti. Lo explotamos todo, a nosotros mismos, a la naturaleza… Es un vínculo que tenemos muy presente día a día”, ha comentado la escritora chilena en varias entrevistas. Estela se va quedando en ese trabajo alienante porque como le dice su madre es una trampa, no es por voluntad propia. De esa situación no es fácil salir.

Narrada la historia con una inusual violencia, Alia Trabucco Zerán se confirma como una de las voces más indómitas y personales de la literatura latinoamericana contemporánea. La autora consigue una representación muy transgresora y diferente de una empleada del hogar particular, abordando con intensidad su voz y sus silencios porque lo que calla es tan importante como lo que cuenta. Esos silencios magistralmente repartidos a lo largo de la novela consiguen que esa tensión que transmiten estas páginas no abandone al lector en ningún momento .

Limpia es una conmovedora y a veces estremecedora experiencia de lectura porque en esa casa nadie grita, pero la violencia es ineludible y además es una historia difícil de abandonar, que permanece cuando el lector finaliza la lectura, dando vueltas en la cabeza como un martillo que no deja de golpearnos, porque lo que define a una tragedia —y esta historia lo es— “es que siempre sabemos el final”, dice uno de los personajes de la novela. ¡Qué razón tiene! Y conocer ese final no le quita un ápice de interés a la historia.

Alia consigue incomodarnos, sentirnos culpables de algún modo, y son las novelas que te remueven, las que te hacen situarte en la piel de cada uno de los personajes, las que más me fascinan. Te obligan a ampliar la perspectiva de este mundo.

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Autora: Alia Trabucco Zerán. Título: Limpia. Editorial: Lumen. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.