Víctor Sombra ha escrito una novela negra en la que, ¡atención!, no hay disparos ni apuñalamientos. Porque lo que aquí encontramos es a un grupo de hackers que investiga el uso que la industria farmacéutica está haciendo con esos medicamentos que prometen curarnos y que, en realidad, nos están matando.
En este making of, Víctor Sombra relata el origen de A doble ciego (Random House).
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Trazar el origen de una novela y la evolución de su gestación no es tarea fácil. La escritura se compone mediante una sucesión de intentos deliberados y desmentidos, de forma que tanto lo proyectado como su fracaso y concreción alternativa van dando forma al texto. El resultado no es lo que se pretendió en ninguno de los puntos discretos del proceso sino lo planteado sucesivamente. Por eso me parece tan acertado el pasaje de Juan José Millas en El desorden de tu nombre en el que un personaje que está escribiendo una novela sabe de pronto que cuando llegue a casa la encontrará acabada sobre su mesa.
Abandonada la ambición de construir una trama sobre laboratorios de genética, replicación y gemelos, quedó asentado el marco farmacéutico, pero quizá también una huella dual en la estructura. Ya en los primeros esbozos de A doble ciego había dos relatos que discurrían en paralelo, uno centrado en la investigación sobre las propiedades de un medicamento; otro en la situación de los pacientes a los que se les administró años atrás. Dos lugares: la investigación en Noruega y los pacientes en España. Dos grupos. El grupo de jóvenes investigadores, jáqueres que rastrean la información de los sistemas sanitarios, y el grupo de personas con discapacidad, todos mayores internados en una remota residencia almeriense.
Luego las dos cadenas narrativas acabaron por enlazarse en una sola y la estructura se hizo lineal. La historia de los pacientes quedó subsumida en la de los investigadores, en parte reflejada en ella, pero en parte silenciada. Ese silenciamiento me parece hoy significativo, propio de la ignorancia del paciente, que no escribe su historia, ni las fórmulas de los compuestos que le administran, ni las recetas que los prescriben.
Una sola cadena de acontecimientos que se construye como una sucesión de narraciones: el libro de Ben, el libro de dos, el libro de Dusana, el libro de tres, el libro de Michal. Y un epílogo escrito por quien se arroga la función de editor de los hechos relatados, en cuanto que decidirá en buena medida el curso de los acontecimientos y su fijación por escrito, cuestionando la fiabilidad y eficacia de las palabras previas. La unicidad de la trama se acentúa por el uso de la primera persona, o mejor debería decir, las primeras personas, como una cadena de testimonios que van conformando el relato global.
En el proceso por el que las dos narraciones confluyeron, esta única cadena narrativa incorporó cierta medida de la dualidad previa. En la historia de los investigadores hay un reflejo cambiante, distorsionado a veces, apagado y lejano otras, de lo que podría estar sucediendo con los pacientes. La dualidad se manifiesta también en el grupo de jóvenes investigadores. Se ven a sí mismos durante el día, mientras trabajan eficientes y coordinados frente a la pantalla, como Los 4 Fantásticos, pero en cuanto llega la noche y bajan al bar de Alf se entregan al despropósito, los reproches y la borrachera, como una suerte de hermanos Karamazov extraviados en Noruega.
El ensayo a doble ciego también refleja esa dualidad sucesivamente abandonada e incorporada al relato. Ni el personal sanitario ni el paciente saben a quién administran el medicamento y a quién el placebo. Se da una duplicidad de funciones, activo uno y pasivo el otro, pero también en las sustancias, inerte el placebo a diferencia del medicamento. Esta combinación de funciones e ignorancias está diseñada para, al término de un proceso más o menos concluyente, producir conocimiento: definir tratamientos y protocolos. Lamentablemente, no siempre se ha dado el mejor uso ni al proceso ni a sus resultados, algo que se aprecia desde el primer ensayo comparativo, diseñado para buscar un remedio al escorbuto en el siglo XVIII. Por no hablar de las rigurosas y atroces experiencias de los campos de concentración nazis o, aún más recientes, los ensayos de Tiskegee sobre la sífilis no tratada de los varones negros, que arrastraron su vergüenza hasta 1972.
A doble ciego puede verse como una cámara de ensayo, un espacio sujeto a reglas definidas en el que explorar las configuraciones sociales que resultan de combinar fármacos y dinero. El título evoca de forma lejana la crónica capotiana de A sangre fría. Frente a la propuesta del relato apegado a los hechos de un crimen individual y escabroso, tan inexplicable como completamente ajeno, A doble ciego ahonda en un crimen colectivo en que todo es ficticio, pero en el que también nosotros participamos. Me gustaría que esta cámara de ensayos detecte algo del ruido de fondo, de baja frecuencia, en el que acecha lo que ignoramos que sabemos, que nos ayude a reconocer lo que preferimos ocultarnos.
Una vez terminada la escritura me gustaría inscribirla en la estela de otras incursiones narrativas en el mundo de la salud. Se trata de un entorno complicado para la fábula, a la vez especializado y polémico, socialmente muy valorado, pero sometido a fuertes tensiones. Pensemos en los virulentos ataques anticientíficos, como los del movimiento antivacunas, las controversias ligadas a la organización social de la salud, incluida la defensa de los sistemas públicos nacionales, y las críticas contra una medicalización e institucionalización excesivas y a favor de una mayor autonomía de los pacientes. Chéjov, que era médico y consideraba la medicina como su actividad principal, nos deja en El pabellón número 6, con la historia del doctor que acaba internado en el pabellón siquiátrico del que se ocupaba, una muestra luminosa de hasta qué punto la enfermedad es también una construcción social. Más recientemente, Elvira Navarro y Noelia Pena han explorado la intensa interacción entre la salud mental y los condicionamientos laborales y familiares. En su novela póstuma, Begoña Huertas se adentra con valentía en la autonomía del paciente ante la institucionalización médica y las complejas relaciones entre culpa y enfermedad. En El murmullo, en un gesto narrativo que se apropia de la función diagnóstica, Belén Gopegui trata de la desesperación silenciosa leve (DSL) y de las herramientas para canalizarla, incluyendo la confabulación y otras alternativas a los manuales de autoayuda al uso.
El valor de estas propuestas tiene que ver con su ambición transversal, que permite, frente a la asepsia propia del ámbito sanitario, ponerlo en relación con sus condicionantes sociales y personales, inscribirlo en un planteamiento a la vez más amplio y más íntimo. Iluminar nuestro viaje, a la vez individual y colectivo, hacia la salud: restablecerla, preservarla, extenderla. Se trata de la forma escrita de los cuidados.
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Autor: Víctor Sombra. Título: A doble ciego. Editorial: Literatura Random House. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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