Otro 26 de abril, el de 1925, hace hoy 98 años, la editorial berlinesa Die Schmiede pone a la venta una nueva ficción, el primero de los títulos póstumos de Franz Kafka (1883-1924). Autor checo en lengua alemana —aunque el idioma checo le aguijoneaba el corazón—, hubiera preferido no ver publicada esa novela llegada a las librerías otro 26 de abril.
El proceso, el primero, el que un día como hoy llegó a las librerías, fue redactado entre 1914 y 1915. En aquella sazón, Kafka, empleado en una compañía aseguradora, era librado de ir a filas a instancias de sus empleadores, ya que su trabajo era indispensable para cuantificar los daños en los días de la Gran Guerra. El castillo, el segundo de esos inéditos, es otra novela igualmente inconclusa. Fue concebida en el año 22 y Die Schmiede la pondrá a la venta en 1926. Finalmente, América, aunque la primera de las tres —fue escrita en el año 12—, será la última en ir a la imprenta. No llegará a las librerías hasta el año 27. Décadas más tarde, los más aplicados de las decenas de eruditos que dedicarán sus días al estudio de la obra de Kafka, decidirán que Brod —muerto en 1968— no estuvo acertado ni con el título ni con el orden de los capítulos. Con las nuevas directrices, la edición definitiva de América será publicada en 1982 por la editorial Fischer bajo el título de El desaparecido.
Pero, de momento, estamos con El proceso. Aunque Die Schmiede todavía es una editorial joven, que tendrá tres de sus mayores éxitos en las tres entregas de Kafka, ya es conocida entre los lectores más exigentes por su afición a la literatura de vanguardia en lengua alemana. Uno de sus primeros éxitos ha sido Hotel Savoy de Joseph Roth, aparecida el pasado año. Pero, entre las publicadas hasta la fecha, pocas ficciones pueden ser tan vanguardistas como El proceso. Con el tiempo, cuando la novela se convierta en un clásico del siglo XX, se sucedan las ediciones en los distintos idiomas y la angustia que Kafka expresa nos interpele a todos sobre la alienación del individuo entre las masas, a menudo, la portada de El proceso será una reproducción de El grito (1893). Será además la cuarta versión de este célebre óleo de Edvard Munch, un emblema del expresionismo. Sin embargo, por su temática, esta primera novela de Kafka se antoja más próxima al surrealismo. Igual que la pintura surrealista resulta ser la más figurativa de todas las vanguardias —concibe formas realistas para situarlas en una escena irreal—, la experiencia de Josef K., el protagonista de Kafka —un empleado de banca que habita en una pensión—, nos es contada mediante descripciones realistas de un universo fantástico.
“Alguien debió de haber calumniado a Josef K., puesto que, sin haber hecho nada malo, una mañana fueron a detenerle”, comienza la narración. Los alguaciles de un tribunal misterioso le anuncian que se ha abierto un proceso contra él. No se le indica de qué se le acusa. Todo resulta tan extraño que, pese a estar detenido, se le permite seguir con su tediosa actividad. Eso sí, esporádicamente seguirá recibiendo citaciones que le emplazan para los interrogatorios.
“Elimina toda explicación racional”, escribirá André Gide, quien con el tiempo llevará a las tablas El proceso. “El realismo de sus descripciones entra continuamente en lo imaginario y no sabría decir qué es lo que más admiro en él: la indicación surrealista de un universo fantástico, que la detenida exactitud de las descripciones consigue hacer real, o la segura audacia de sus saltos hacia lo extravagante”.
La metamorfosis, la novela corta de Kafka publicada en 1916, sigue sin celebrarse como merece. Es hoy, con la llegada a las librerías de El proceso, cuando Franz Kafka —o la memoria de Kafka, por mejor decir— deja de ser uno más de esos autores diletantes, que pasan por la vida publicando unos relatos, unas cuantas piezas y poco más… Es hoy cuando el universo del escritor se convierte en todo un símbolo de la culpa y la condena, de la alienación del hombre en la sociedad industrial. Más aún, la suya será la segunda de las obras que inspirará un adjetivo: kafkiano. Según los expertos, en la lista de estos calificativos, sucede al primero: dantesco. “Kafkiano” dícese de una situación absurda a la par que angustiosa.
Como todas las grandes obras, El proceso ofrece múltiples lecturas. Pero, casi todos los que se adentran en sus páginas, coinciden en señalar algo sumamente peculiar. Al principio, la inútil lucha contra las autoridades de Josef K. puede parecer una anécdota, más o menos simpática. Como si todos librásemos una batalla contra ese alguien que escribe nuestro guion desde algún sitio mientras nosotros nos limitamos a cumplir con el papel. Pero hay un momento en el que el lector comienza a creerse el procesado, sumido en un mundo de juicios constantes.
Quizás sea entonces cuando se desee que El proceso hubiese sido una novela con final. Hubiera sido como un certificado de que la peripecia le acababa de suceder a otro. Puede que Kafka no quisiera que se publicasen sus inéditos por ser consciente de toda la angustia que iban a proyectar sobre sus lectores. Así se escribe la historia.
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