El escritor y cineasta mexicano, “cazador de emociones”, presenta en Madrid su nueva novela, El salvaje, mediante un diálogo con el novelista Arturo Pérez-Reverte.
El escritor Guillermo Arriaga (Ciudad de México, 1958) ha sido desde muy joven un apasionado de la caza y sabe cuánta violencia y muerte puede haber en esa actividad, pero asegura que a él no le gusta matar. Le gusta cazar y “respetar las reglas de la naturaleza, sentir que perteneces a ella“, y por eso, a veces, después de horas y horas agazapado y pasando frío en la montaña, decide perdonarle la vida al venado que se le pone más cerca porque se trataba de “un ejemplar magnífico”.
Violencia y muerte que también han acompañado desde niño al escritor de los guiones de películas como Amores perros, 21 gramos y Babel. En su ciudad natal le tocó “padecer ejemplos de violencia totalmente gratuitos”: a los ocho años, un día que tenía “mucha fiebre”, salió a la calle a tomar el sol y unos jóvenes “de 24 o 25 años” le dijeron que lo iban a “curar con cigarros”. “¿Por qué me hicieron aquello? ¿Qué había en ellos para que me quemaran todo el cuerpo con cigarros?”, se preguntaba Guillermo Arriaga al presentar hace unos días su nueva novela, El salvaje, en la Casa de América de Madrid, en un acto en el que mantuvo un interesante diálogo con el novelista español Arturo Pérez-Reverte y en el que el actor Juan Echanove leyó cuatro fragmentos del libro, “cuatro espacios de dolor fundamentales”, porque si hay algo que a este intérprete le atrajo siempre del “cazador de emociones” que es Arriaga, es “la precisión con que disecciona el dolor”.
Editada por Alfaguara, El salvaje llega a los lectores diecisiete años después de su anterior novela, El búfalo de la noche. Anteriormente había publicado Escuadrón Guillotina (1991) y Un dulce olor a muerte (1994). En 2002 vio la luz la colección de cuentos Retorno 201.
Vida y muerte, justicia o venganza, amor y amistad serían algunos de los ejes fundamentales de El salvaje, una novela “potente y apasionante”, en opinión de Pilar Reyes, directora de Alfaguara, que introdujo brevemente el nuevo libro de Arriaga, de estilo fragmentado y ambientado en el México de los años setenta.
Hace 22 años, Arriaga presentó en México el libro Territorio comanche, de Pérez-Reverte, y el acto de Casa de América tuvo algo de “reciprocidad y de amistad”. Había cierta complicidad en la charla que ambos escritores mantuvieron al desgranar algunas claves de El salvaje, protagonizada por Juan Guillermo, un joven de diecisiete años que pierde a sus padres en un accidente de automóvil y cuyo hermano mayor, Carlos, había sido asesinado, tres años atrás, por un grupo de jóvenes ultraconservadores. La novela es también la historia de un cazador inuit que persigue a un gran lobo de los bosques del Yukon, en Canadá. “El lector podrá ver la admiración profunda que siente ese cazador hacia la naturaleza y hacia los animales”, dijo Arriaga, cuyo nuevo libro “es una oda a los animales” y refleja un “amor profundo” hacia ellos. Palabras que a más de uno pudieron sonarle a “contradicción”, viniendo de un cazador, y el escritor mexicano era consciente de ello.
A Pérez-Reverte, el personaje del asesino de Carlos le parece “el más repugnante de todos porque se arropa en la virtud como pretexto para ejercer el mal que lleva dentro”. Arriaga es “ateo” y pertenece a “una familia agnóstica”, pero, según contó, siempre se ha preguntado “por qué Dios, en lugar de convertirse en un puente, se convierte en un pretexto para el asesinato, para la intolerancia y la destrucción. Y eso sucede en todas las religiones: Dios como pretexto para el mal. Es terrible”.
En El salvaje la distinción entre el bien y el mal “es muy frágil”, dijo Arriaga: “Los rudos de la novela son los llamados ‘buenos muchachos’, católicos, decentes, bien vestidos, que no dicen malas palabras, pero son brutalmente intolerantes y ahí ellos deciden: ‘o estás con Cristo o estás en contra de Cristo’. Pero cuando tratas de averiguar de dónde viene esa maldad, esa intolerancia, te das cuenta de que viene de carencias afectivas profundas, de miedos, de incertidumbres”.
La pasión por la caza que siente Arriaga, siempre “con arco y flecha”; la violencia que se respira en tantos lugares de México, presente también en el libro; el dilema entre justicia o venganza y las leyendas que el autor mexicano intercala en la narración fueron temas sobre los que ambos escritores conversaron. Algunos momentos de ese diálogo pueden servir de antesala para adentrarse en El Salvaje.
Pérez-Reverte: “Tu novela es autobiográfica en buena medida. ¿Las peleas callejeras educan? ¿La violencia educa?”
Arriaga: “Yo creo que las peleas y la violencia tienen consecuencias terribles. Para un latinoamericano, tratar de jugar con la violencia es difícil porque nos ha tocado de manera muy dolorosa y real. Hay gente que bromea con la violencia. Para mí, que ha sido algo intrínseco a mi vida, es complicado. La violencia hay que analizarla desde la perspectiva de las consecuencias que pueda tener. Y nuestra obligación como escritor es reflexionar sobre ella. Y el principal componente educativo de la violencia es que no podemos permitirla, tenemos que evitarla. No podemos entrar en la espiral de la violencia”.
Como cazador, Arriaga mata y eso “es violencia”, reconoce. “Pero la muerte es parte de la vida. La naturaleza de por sí es violenta. La única diferencia que hay entre un cazador y alguien que come carne es que el que come carne es el autor intelectual del crimen de la vaca, él paga a alguien para que la mate. Y el vegetariano que se siente moralmente superior porque no mata animales es que nunca ha visto cómo destruyen los campos, cómo los queman y cómo los arrasan y la cantidad de perdices y conejos que quedan quemados para que ellos coman sus zanahorias”, afirmó el autor del guion de Los tres entierros de Melquiades Estrada.
Pérez-Reverte: “¿Crees que uno de los problemas de la humanidad en estos momentos es que cree que puede vivir sin enemigos?”
Arriaga: “Lo ideal sería vivir sin enemigos. Paul Newman decía que un hombre sin carácter es un hombre sin enemigos, y tú lo sabes: nosotros los escritores, por alguna razón, tenemos enemigos que no se sabe de dónde salen y te tratan de una manera brutal”.
Pérez-Reverte: “Quizá por estar incluidos a veces en las listas de los libros más vendidos”. “Yo la ventaja que tengo —bromeó Arriaga— es que mido 1,86”.
Pérez-Reverte: “¿La venganza es higiénica, es buena?”
Arriaga: No lo es. En la novela, ese joven de 17 años, a cuyo hermano han asesinado y ha quedado completamente solo, tiene que ver cómo sobreponerse a esa soledad y, segundo, decidir si debe o no vengarse. La venganza es algo sobre lo que hay que reflexionar, porque una cosa es la fantasía de matar a alguien y otra es matarlo. Y como yo le digo muchas veces a mis hijos: ‘tu calidad humana no puede depender de la calidad humana de los demás. Si el tipo es ruin , ¿por qué tengo yo que serlo?, por qué envenenar mi vida de esa manera? La venganza no cura, la venganza termina creando espiral de violencia”.
Pérez-Reverte, autor de novelas como La Reina del Sur, Hombres buenos o Falcó, sabe de sobra que a Arriaga no le gusta hablar de su ruptura profesional con el cineasta Alejandro González Iñárritu, director de Amores perros, 21 gramos o Babel, pero no quiso eludir la pregunta. Y el escritor mexicano, acostumbrado a que se la hagan, le respondió con una preciosa leyenda de una tribu africana, que cree que el ser humano tiene “un alma ligera y un alma pesada. Cuando soñamos, es el alma ligera que está deambulando por ahí; cuando enloquecemos, es el alma ligera que sale y nunca regresa. El alma pesada solo sale cuando morimos, pero no sabe dónde está el territorio de la muerte, y entonces manda al alma ligera a investigarlo…”. “Todo esto es mucho más interesante que lo que pasó con Iñárritu”, dijo entre las carcajadas y los aplausos del público.
Pérez-Reverte: “Hace días oí a un imbécil decir en la radio que ‘ya va siendo hora de reivindicar la cobardía’. La valentía está mal vista en esta parte de la sociedad: ¿hasta qué punto crees que el valor sigue siendo una virtud necesaria en el territorio de la vida?”
Arriaga: “El salvaje es una reflexión sobre qué tanto queremos ser domesticados, qué tanto queremos ser dominados. Si algo es importante para entender la vida creo que es el concepto de la muerte. Cuando tú tienes la certeza de que la vida es finita y de que te están dominando y te están llevando hacia dónde tú no quieres ir, entonces es cuando entra en juego el valor, porque a veces el valor consiste en los pequeños gestos que demuestran que eres alguien que no se va a dejar domesticar. No hay nada peor que un ser domesticado, que no tiene el valor de ser quien quiso ser. ¿Cómo reivindicar entonces la cobardía o aplaudir al cobarde?”
Arriaga quiso terminar la presentación con unas palabras sobre la importancia del amor, aunque pudiera “sonar cursi”: “Creo que el amor y la amistad es la única posibilidad real de que una sociedad avance. Vivimos en un mundo políticamente correcto, en el que la gente se ha hecho cada vez más moralista, más dura y está más aislada. En este mundo, lo que puede salvar a un ser humano de una catástrofe es la solidaridad, el amor y la amistad. Y la generosidad”.
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