Todo barrio, por marginal y periférico que sea, tuvo su momento de auge hasta que se precipitó en forma de punto de inflexión hacia un torbellino de sensaciones que morirían de desidia en un mar de desesperanza, como una ballena que acaba varada en una playa solitaria. Un barrio con el alma enferma dará pasos de ciego, como un gigante con los pies de barro, hasta caer herido susurrando llamadas de auxilio que nunca llegarán. Solo llegarán aquellos que ven la oportunidad en el negocio de la muerte, para aprovecharse de la miseria y de la falta de expectativas, para vender paraísos efímeros en la rapidez de un instante, para proporcionar un puñado de intervalos envenenados en los que las almas sin acierto sucumbirán acompañados de la soledad con la que se trafica en un narcopiso.
El barrio es una mala fotocopia de la ciudad, un sueño urbano en el que surgen quimeras que terminarán por ser pesadillas oscuras, como una metáfora en una novela negra.
Sobran las palabras y sobran los silencios si lo que impera es un manto de nocturnidad desde que amanece hasta que se pone el sol, desde que naces hasta que mueres.
Bajo el asfalto, la sangre de los que ya no existen murmura eseoeses que ya no llegarán a receptor alguno, como señales que se pierden en el infinito sin billete de vuelta.
Las sombras persiguen a los pasos que han trazado caminos invisibles, con miles de encrucijadas e interrogantes que nunca se resolvieron. Los estupefacientes facilitarán el tránsito de caminos que pronto se tornarán difusos y oscuros.
El objetivo de un narcopiso es enriquecer a tipos sin escrúpulos, vendedores de humo, traficantes de sueños que venden retiros rápidos a muertes prematuras, a infiernos baratos.
Cuando un gato negro callejero irrumpe desde un callejón oscuro y en ese callejón hay una luz que nunca se apaga, el cliente interpreta la señal. Esa ventana es la de un piso en el que un día vivió una familia que ya no existe. Ahora se trafica con las esperanzas de jóvenes cuya decrepitud llegó en un fórmula 1.
Si las sonrisas no existen es porque la tristeza ha tomado un protagonismo que nadie vaticinaba, salvo los que ven una oportunidad de disfrazar la realidad de pesadillas para lucrarse con la venta de futuros crepusculares. Un narcopiso no es nada mas que eso. Es un trozo de novela negra en una noche de invierno.
El barrio convertido en estercolero de ilusiones que se arrancaron de cuajo en amaneceres que viajaron rápidamente hacia noches oscuras. La barra de un bar como un consolamentum barato, como un dispensador de dádivas de todo a cien.
Todo ese tejido anárquico de encrucijadas vitales que se arropan para no sentir el frío de caminos de ida sin posible retorno. El bar como ancla para no visitar antros peores. El narcopiso como pasaje a un crucero cuyo capitán es Caronte y cuyo destino es un final infeliz.
Captar la esencia, poetizar la calle y organizar una trama para construir una novela negra de matices etéreos al principio, personajes que se van perfilando. Motivaciones, conflictos y desenlaces, amortiguados con metáforas y sentimientos plagados de valores quijotescos pasados por un tamiz chandleriano, pero adaptado el barrio. Eso es Narcopiso, de Paco Gómez Escribano, es decir, servidor, publicado por la editorial Alrevés.
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