Se reúne por primera vez la poesía de Ursula K. Le Guin, autora a quienes muchos asocian únicamente con la ciencia ficción, pero que desde 1959 hasta el día de su muerte escribió poemas de un modo ininterrumpido. En En busca de mi elegía se ofrece una selección de las sesenta mejores piezas de sus seis volúmenes anteriores, a los que se añaden setenta y siente nuevas, en las que la estadounidense reflexiona, siempre sin perder el humor, sobre la guerra, la creatividad, la naturaleza y la maternidad, entre otros temas.
En Zenda reproducimos cinco poemas de En busca de mi elegía (Nórdica), de Ursula K. Le Guin.
***
Ofrenda
Se me ocurrió un poema al quedarme
dormida anoche, me desperté
con el sol, no me acordaba de nada.
Si era bueno, dioses
de las grandes tinieblas
donde acaba el sueño y acaba
también la muerte, los sin nombre,
como una sincera ofrenda
aceptadlo.
***
Elegía a Rheged
Espino helado,
norte gris, colina blanca.
El invierno envuelve
los juncos, los ríos. Todo
está detenido.
¿Quién ha regresado
en la cruda estación
a la tierra natal?
El fuego ardía
aquí. Bajo la tierra helada
y la blanca escarcha,
aquí estaba el hogar.
De todos los hijos
perdidos solo yo logré
regresar. ¡No lo elegí
yo! Yo elegí cantar.
El papel de la alondra,
del bardo. El ala, la voz,
deben bajar, detenerse.
La alondra a la tierra,
yo al hogar
bajo la colina helada.
Mi sangre no es la de un noble
sino la de un siervo
ligado a la tierra.
Detente. Detente.
El viento del invierno
envuelve el ojo, la mano.
¿Quién recordará?
La tierra natal,
la tierra conyugal,
la casa del verano.
¿Quién alabará
el trabajo, la bondad,
la mesa puesta,
el hogar de piedra?
En los días fríos
de finales de diciembre
en el muerto Rheged
solo quedo yo.
El viento del invierno
envuelve la mano, la lengua.
Las canciones se cantan.
No arde ningún fuego.
Pero regreso
a la tierra invernal
tras haber elegido
el arte tosco,
el vínculo de las cosas,
de la piedra, la tierra
Estoy obligada a quedarme
bajo el espino
helado, junto al hogar
apagado, y cantar.
***
Allí
Plantó los olmos, los eucaliptus,
el pequeño ciprés, y los regaba
en los largos anocheceres del verano,
de manera que en la tierra seca
el crepúsculo era un ruido de agua. Hace años.
Los amarilis siguen desplegando sus rígidas
trompetas que arrojan ráfagas de rosa brillante
entre la avena silvestre, que nadie
riega, incontable, impávida.
¿Lo ves?: allí donde su ausencia
aguarda junto a cada árbol el anochecer,
donde las sombras son su ser ausente, allí
donde los pinos grises que nadie plantó
crecen y mueren, y el grano que nadie segó
tiñe de blanca sazón las colinas de agosto,
y se alza una vieja casa solitaria,
allí
el conjurado rostro de la ausencia
se vuelve. Allí el silencio responde. Allí
los años pueden seguir incontables, mientras veo
el atardecer ascender como el agua por las hojas,
y como siempre sobre el olmo más alto Vega
abriéndose como una blanca amapola silvestre.
En el país del dolor
solo nace realmente
(una estrella blanca, una flor blanca,
una vieja tubería que conduce el agua
hasta la raíz de los árboles
en una tierra seca)
el pequeño manantial de la paz.
***
Ars Lunga
No dejo nunca de inventarme nueva gente
como si no fuera suficiente la explosión demográfica
ni tuviéramos sabe Dios cuántos terrores
y problemas, pero yo también lo sé,
de eso se trata. Nunca hay suficiente miedo
que iguale el placer, ni abismos suficientemente hondos,
ni tiempo suficiente, y siempre hay algunas
estrellas que faltan.
No es que quiera un nuevo cielo y una nueva tierra,
solo los viejos.
Viejo cielo, vieja tierra, nueva hierba.
Ni una vida después de la tumba,
que Dios me ayude, o me ayudaré yo sola
viviendo todas estas vidas
de nueve en nueve o de noventa en noventa
para que la muerte me encuentre siempre
desprotegida por los cuatro costados,
desguarnecida, indefensa,
inviolable, vulnerable, viva.
***
Canción
Oh, cuando era una desastrada virgencita
me sentaba a arrancarme las costras de las rodillas
y soñaba con algún treintañero
y sin hacer nada hacía lo que quería.
Una mujer se hace mayor y engendra,
tener y recibir es el femenino de vivir.
Lo sabía, lo sabía incluso entonces:
¿qué tenía yo que pudiera dar?
Un cáliz rebosante, un cuerno de abundancia
lleno de más cosas de las que puede contener,
pero la leche y la miel se acabarán,
se quedará vacío, según se hace mayor.
Más dentro que el sexo o incluso el vientre,
en lo más íntimo sigue la niña intacta,
la desastrada virgencita que se sienta y sueña
y no tiene nada que ver con la realidad.
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Autora: Ursula K. Le Guin. Traductor: Andrés Catalán. Título: En busca de mi elegía. Editorial: Nórdica. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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