Se atribuye a Horacio esa famosa cita que afirma que «una pintura es un poema sin palabras». No sabemos si Augusto Ferrer-Dalmau soñaba con ser poeta cuando aún jugaba con soldaditos en el suelo del salón de su casa, ni si el espectador ve poesía en esos cuadros suyos que resucitan guerras, sangre y batallas. Lo que sí sabemos es que cada uno de ellos rescata un trocito de historia y lo hace visible, le da forma y color. Pincelada a pincelada, eterniza un instante protagonizado por el mundo y lo hace eterno.
El hombre al que Arturo Pérez-Reverte apodó con el título de uno de sus libros, El pintor de batallas, acudía el pasado 2 de febrero al Museo Reina Sofía para mantener una charla con el escritor sobre historia, literatura y arte. Auspiciada por el Aula de Cultura ABC y la Fundación Mutua Madrileña, este par de «amigos desde hace años» mantuvo una animada conversación sobre memoria, pintura y valentía.
La presentación corrió a cargo de Bieito Rubido, director de ABC, y siguiendo el dictum del productor de cine Samuel Goldwyn de que las cosas hay que empezarlas con un terremoto, y de ahí para arriba hasta el clímax, Pérez-Reverte lanzó su primera pregunta a bocajarro: «¿Pintar batallas es de fachas?». La respuesta de Ferrer-Dalmau, tras la primera de varias risas que distendieron la charla, fue: «No, no lo es. Lo que yo pinto no tiene ideología. Ni debe. Es historia y memoria, son nuestra familia y nuestros antepasados». Afirmó tener clientes de todo tipo de ideologías. «Te tengo a ti, que no eres de derechas. Es un tema que no toco nunca», concluyó tajante el pintor, afincado en Valladolid.
La conversación se hila en torno a una selección de cuadros de Ferrer-Dalmau que se iban mostrando al público en una gran pantalla sobre el escenario. La famosa carga carlista de los jinetes del general Zumalacárregui, convertida en cuadro, aparece sobre la pantalla. «Yo soy tradicionalista, me va la boina, y siempre me ha gustado la iconografía carlista, tema que no se había tocado lo suficiente, porque siempre se pintaba a los vencedores, y fue con lo que empecé en mis primeras exposiciones».
El segundo cuadro fue otra carga, del regimiento España en la campaña de Italia. «Yo sé que vas a decirme que así no se carga», dijo el pintor. «Tenemos discrepancias sobre la postura del jinete», respondió el antiguo corresponsal de guerra. Ambos coincidieron en que en el fragor de la batalla se carga hasta con los dientes, o a cabezazos si hace falta. En ambos cuadros se ven caballos pintados con gran realismo, y Ferrer-Dalmau recordó que fue por ahí por donde empezó su carrera: «Es un animal que me apasiona, y es todo un reto pintarlo bien». Incluso su decisión de mudarse de su Cataluña natal a las orillas del Pisuerga se vio influida por la presencia allí de la Academia de Caballería.
Al referirse Pérez-Reverte al «hiperrealismo extremo» que lo convierte en un «pintor desclasado» que ha resucitado todo un estilo, Ferrer-Dalmau aseguró preferir llamarlo «simplemente realismo. Hiperrealismo es cuando pintas ya hasta la gota» en detalle. Pérez-Reverte abunda en el tema de la recuperación de una tradición pictórica perdida desde el siglo XIX. «El 98 y la decepción política y militar acabó con el género prácticamente. Tú lo has recuperado, renovado y dado tu propio sello, y además reivindicas el nombre de «pintor de batallas», del que estás orgulloso». «Me lo pusiste tú», le recuerda Ferrer-Dalmau entre risas, y continúa: «Esa profesión existe en Francia o Inglaterra, con pintores que trabajan para el estado pintando batallas. En España, nunca». Ferrer-Dalmau es el único miembro europeo de la International Society of War Artists, un colectivo de catorce pintores en su mayoría estadounidenses, canadienses y australianos, que el artista español define como los «catorce que están lo suficientemente locos» como para irse a la guerra a pintar. «Pinta algo que no se pueda fotografiar», afirma rotundo Dalmau como consejo para pintores o jóvenes artistas. «Píntame cómo eran las ciudades hace doscientos años. Píntame la Gran Vía de Madrid. De ella no hay fotografías, solo grabados. Investiga, trabaja, recupera».
El tercer cuadro es El regreso, uno de los favoritos de Pérez-Reverte, «extraordinario y de una belleza extrema», y el causante de que sus caminos se cruzasen. Muestra a dos carlistas tras la guerra, volviendo a casa, reflejando «la melancolía, la nostalgia, la derrota, el final». «Para mí el carlismo es romanticismo», responde su autor. «Es algo bonito, no siempre se trata de la guerra, sino de la tradición, la estética del perdedor con orgullo, como la de John Wayne en Centauros del desierto. Busqué un crepúsculo, lo exageré un poco, y la fogata le da un toque romántico. Viene de haber visto muchas secuencias similares». «Es que es fordiana completamente», asiente Pérez-Reverte. Ferrer-Dalmau pinta siempre primero los fondos y luego los personajes. «Primero el cielo, luego la tierra y luego los personajes. Lo que marca la intensidad del personaje es el fondo». «Algún día morirás, y habrá un museo con tu nombre, y este es uno de los cuadros que debería estar en él. Tienes cuadros más emblemáticos o conocidos, pero el día que nos conocimos viendo este te dije «te voy a dar un beso, porque eres un pedazo de pintor».».
El siguiente cuadro es «importante por muchas razones. Prim y un voluntario catalán después de la batalla de Wad-Ras, batalla donde hubo catalanes. ¿O sea, que este cuadro está hecho con un deliberado propósito?». «Es un cuadro reivindicativo», asiente Ferrer-Dalmau. «No nos engañemos: los catalanes hemos estado en todos los sitios, y muchas veces como voluntarios, para defender nuestra patria. La idea era reflejar a mis antepasados catalanes ahí con la bandera española atada a la cintura, hablando con el general Prim. Tú lo titulaste El combat va ser molt fotut, meu general, que significa «el combate fue muy jodido, mi general». Y este va a ser solo uno de los muchos que voy a pintar reivindicando la historia del soldado catalán como voluntario. Me irrita que mientan sobre la historia de mi familia y de mi pueblo. Nosotros hemos estado en todas las contiendas, igual que los vascos, que hasta hace dos días eran los más españoles. Los catalanes siempre habíamos sido muy españoles, y ahora resulta que no lo somos. Ya que no lo puedo decir, lo pinto. Esto es real, es historia, no me lo he inventado. Voy a pintar otro que va a ser más sonado todavía: voluntarios catalanes haciendo el castillo para subir a la muralla de Melilla, y un maulet, un chaval, subiendo con la bandera española». «Hay algo de provocación también en estos cuadros, reconócelo», sugiere Pérez-Reverte. «Sí. Hay que tocar un poco la fibra».
Pérez-Reverte le pregunta entonces por sus padres, «que hoy estarán muy orgullosos de verte en el Reina Sofía. ¿Sospechaban tu futuro?». «No, jamás. Para mi padre yo era un bala perdida, y mi madre, huérfana de militar, era quien me transmitía todos estos sentimientos. Fui un estudiante malísimo y un gamberro empedernido. Me expulsaron de varios colegios. Solo me gustaba pintar soldaditos y no hacer nada. Al final me metí en el mundo de la industria textil, donde estaba toda la familia, como diseñador, hasta que me cansé y decidí meterme en el mundo de la pintura. Mi padre un día me dijo: «Me parece muy bien que tengas aficiones, pero ¿qué vas a hacer el día de mañana?».»
—¿El gusto por la historia te viene de tu madre?
—Mi madre era una gran lectora, y a mí y a mis hermanos siempre nos inculcó un poco el orgullo de España y del soldadito. Nos hablaba de las gestas, y me pasaba libros para leer, como los Episodios nacionales. «Déjate de los americanos y léete lo español», me decía. Fue ella la que me metió en el mundo de la historia y el amor a mi país. Mi padre era industrial catalán, y estaba por otras labores.
Proseguimos con la cabeza de puente del Voljov. «La División Azul tema políticamente incorrecto». «Muy incorrecto. Yo había leído todo lo de Fernando Vadillo (Orillas del Voljov, Arrabales de Leningrado…), y me apasionó lo de los españoles del sur, bajitos, pequeños, morenos, con una mala leche increíble, allá en la estepa rusa, dando el callo y demostrando que eran los mejores. Y me volví un forofo de la División Azul, e incluso llegué a entrevistar a varios divisionarios para escribir un libro». «Pocos cuadros se han hecho con tanta acción, con tanta fuerza. Es guerra de verdad, coraje desesperación, miedo», observa Pérez-Reverte. «Pero también hubo españoles en el otro lado en la Segunda Guerra Mundial, en París y en Stalingrado, y en Yugoslavia», añade el pintor. «Yo cuando pinto a nuestros soldados pinto su valentía y su coraje, me da igual la ideología. Esto es lo que me apasiona». «Tú no eres muy lector, excepto para aquello que te interesa para tus obras», añade Pérez-Reverte. «No, ahora leo menos, porque pinto mucho y no tengo tiempo, pero cuando lo necesito busco lecturas y descubro cosas también, no solo sobre la historia, sino sobre uniformes o detalles nimios, como los botones… Alguna vez he utilizado a mi hijo como modelo con un capote por encima para fotografiarlo» y así componer el cuadro.
San Marcial. «Guerra, combate, masas… Lo que más me gusta es el humo de los disparos en la colina, y también cómo vas desde el fondo impreciso con todos esos hombres hasta el crudo primer plano, con un niño tambor muerto, los franceses acá y los españoles cargando la bayoneta». Ferrer-Dalmau completa la historia del cuadro: «Se pintó con motivo del aniversario de la batalla, y se presentó en el palacio de Miramar, en San Sebastián, gobernando Bildu. Hasta hace dos días San Sebastián había sido hierro y plomo, y el cuadro tuvo una gran aceptación. Fue una batalla muy encarnizada. La crueldad la da el niño con sus últimos suspiros, el soldado con la bayoneta, el francés huyendo derrotado… Es lo que yo me imagino que sería, o quizá un poco más abiertos». «Te lo certifico si quieres por escrito», responde Pérez-Reverte. «Cuando los hombres combaten tienen esas caras».
—Además, creo que hay un placer tuyo en ese mostrar a los franceses barridos, asustados, humillados, casi pidiendo misericordia… Tienes un puntito de mala leche: tus venganzas históricas están en tus cuadros. Luego veremos una bandera inglesa arrastrando por el agua.
—Tú sabes que nos han machacado siempre desde fuera. Y cuando hago un cuadro así me fijo en los comentarios de los extranjeros, cómo se cagan en mí, «esto es mentira», «usted falsea la historia», y eso a mí me da vida. Me voy engordando. [risas]
—Muy bien, muy bien. Te vienes arriba. Tú es que eres un patriota.
«¿De dónde te vienen esas ganas de contar?», continúa Arturo. «Porque no son solo ganas de pintar, sino de contar. Además de pintor eres narrador». «Pues viene desde muy pequeño. Yo jugaba siempre con soldaditos, me imaginaba castillos y campos de batalla, y espadas reales aunque no lo fueran. Cuando pinto sigo siendo un niño de ocho años». «Para eso y para otras cosas», lo elogia Pérez-Reverte. «Es un tipo limpio, transparente, y una gran persona. Tiene el punto infantil, no en el sentido peyorativo de la palabra, sino en el de tierno. Se emociona con las historias que te cuenta. Es una forma de seguir jugando, ahora con tus propias figuritas. Ahora todo eso es militarista, y traumatiza y deforma a los niños, y los convierte en asesinos virtuales». [risas]
La patrulla nació de la idea de pintar un cuadro sobre las tropas españolas actuales, «y no tenía ni idea, tenía que verlo en persona, en un escenario dantesco, que daba miedo, con españoles jugándose la vida. Está en los libros, pero la gente no los lee, y esto sí lo ven. Es un homenaje a esos más de cien muertos españoles en Afganistán. Es la primera vez que veía una guerra de verdad». Y de resultas de ello, a Ferrer-Dalmau también lo contrató el ejército georgiano para pintar cuadros.
—¿Cambió tu percepción de la guerra estar en ella?
—No, yo me la imaginaba así. De hecho, cuando entras en ella, la notas, la palpitas. Como tú ya sabes, en el paisaje se nota algo diferente, pero para mí era como volver un poco a la mili. Me sentía rejuvenecer.
Al volver, Ferrer-Dalmau elogió con admiración a los soldados españoles de Afganistán durante meses. «Tenías razón en lo que me contaste, Arturo. Yo siempre digo: «Pon un español en un sitio, y dejará de ser imposible», y es verdad. Se ganaban el cariño de la gente. Eran amigos, no enemigos».
En la charla no escasean referencias a Jesús García Calero, periodista de ABC, otro de los pioneros a la hora de hablar de los cuadros del pintor catalán, contribuyendo a su creciente fama y difusión. Tampoco faltan alusiones a incidentes con ministros de Defensa que terminaron cayendo antipáticos al escritor cartagenero a colación de un cuadro donado y la negativa a otorgar una medalla a Ferrer-Dalmau, cuando «luego van y se las dan al que le venden las armas. Afortunadamente intervino la Marina y esa es la única condecoración militar española que tienes». «Sí, las otras son americanas y georgianas».
¿Y cómo se pasa del boceto al lienzo?. «Cuando tengo el cuadro en la cabeza, normalmente hago unos volúmenes directamente en el lienzo. El boceto prácticamente no lo uso. La ventaja del óleo es que siempre puedes pintar por encima. En muchos de mis cuadros si hicieran un escáner con rayos X verían tres cuadros detrás. En Rocroi, sin ir más lejos, hay personajes que están borrados. Voy rehaciendo sobre la marcha». Pérez-Reverte, recordando admirado, profundiza en el tema: «Yo te he visto componer directamente sobre el lienzo, sin prueba previa, sin nada». «A mí me es más fácil pintar directamente sobre el lienzo que empezar a dibujar. Mancho, mancho, mancho, y voy definiendo. Gano más tiempo. Tardo menos». A la pregunta de cuánto tarda en pintar un cuadro, responde: «Tendría que calcularlo por horas. Yo trabajo unas diez diarias, así que entre quince días y un mes. Y mientras se seca, voy pensando en el que voy a pintar después y documentándome. Soy un pintor rápido, pero es que no hago otra cosa».
Sobre la pantalla aparece la carga del Igán, con el regimiento Alcántara cargando en Annual. «Esto me lo pidieron del propio regimiento Alcántara, porque parecía que iban a concederles la medalla laureada. Y me imaginé el polvo de Marruecos, los caballos encabritados y cayendo…». «Ahí están todos tus maestros pintores, todas tus películas, todas tus lecturas… Y además, cuando conoces la historia sabes que este regimiento era el último que quedaba en orden cuando el desastre de Annual, y cargaron varias veces para proteger una retirada, hasta que ya no quedaban hombres casi, incluyendo los maestros herradores y los chicos de la orquesta de música. Es uno de los actos más inútiles, quizá, pero más heroicos de la historia militar española contemporánea».
Camino a Tenochtitlán. «Arrasar un mundo y crear un mundo», resume Pérez-Reverte. «Héroes crueles, animales sanguinarios y al mismo tiempo épicos, valientes, todo. Toda España está en esos personajes. Lo peor y lo mejor. O vuelvo rico o reviento». «Este cuadro fue un encargo, y fuiste tú quien me dijo «pon un río», que le daba un tono más húmedo y lúgubre. Además, había que reflejar la idea de que los indios colaboraban y se fueron sumando a la conquista. La imagen del fraile también era importante. Está muy documentado, porque en todo el tema de uniformes y estética me asesoró un especialista en este siglo, que me dijo que pusiera calzas de estos colores, estas mangas acuchilladas, ballestas, armadura completa…». Ante esto, Pérez-Reverte le dice: «Me gusta tu humildad profesional. No te da vergüenza llamar a los amigos para preguntar detalles, y confiesas lo que no sabes».
Por España y por mi rey, Gálvez en Pensacola. «Un cuadro complicado, porque el uniforme blanco no me gustaba, y elegí un momento en el que un contraataque inglés era fallido. El detalle de la bandera a los pies de Gálvez es un toque de rabia. Es otro cuadro de esos con los que luego te ponen a parir en las redes sociales. Y es que la gente luego no lo cuenta, pero nosotros hicimos correr muchas veces a muchos países. Esto es un contraataque enemigo rechazado durante un asedio, y tienes a un indio malherido, a un inglés muerto, incluso a un negro libre que combatía con nosotros, y el de la derecha… es un voluntario catalán». [risas]
Bailén. «Este es un cuadro especial, porque muestra el otro lado, el de la guerra de verdad. Bailén se prestaba a mil interpretaciones heroicas, y sin embargo te fuiste a esto. Casi los oyes gemir. Es lo que más recuerdo de los combates que vi: la gente que se quejaba después», aporta Pérez-Reverte. «Fuiste tú quien me dijo que no pintara siempre cosas gloriosas, sino también el lado oscuro de las victorias. Detrás de cada una, hay sufrimiento y dolor, y hay que dejar constancia: el cesto, el pie amputado, los muertos amontonados, los sanitarios que no tenían camilleros y llevaban a la gente como podían… Se titula El precio de la victoria«.
—Una vez me dijiste que el soldado al morir llama a su madre, no a su padre, y es cierto, te lo certifico.
—Es verdad. Eso me lo contó mi madre.
Es una mujer quien protagoniza la siguiente imagen, Agustina de Aragón. «Me gusta porque es sereno. Podrías haber pintado a la Agustina desgarrada, machirula, «venid, que os voy a comer los hígados, hijos de la…», y sin embargo la has pintado jovencita, tranquila, heroicamente serena o serenamente heroica. Has huido del desgarro. Está muy inteligentemente concebido». «Es que yo vi la película de Agustina en blanco y negro con Aurora Bautista y me horrorizó. Yo me imagino a nuestra heroína española así, serena, valiente, guapa, erguida, y a los hombres mirándola y admirándola. Tenía veinte años, era joven».
—Y ya que estamos, ¿qué es la mujer para el héroe? ¿Qué pinta la mujer en la guerra?
—La mujer está en la paz y en el combate. En Afganistán he visto mujeres soldado con los mismos redaños que un hombre. Son más sufridas y aguantan el dolor mucho mejor que nosotros. Y detrás de los grandes hombres hay una gran mujer: su madre, su hermana, su esposa…
—O su enemiga.
«Hablando de mujeres, hace unos años concluiste tu matrimonio, y ahora eres un soltero de oro», lanza Pérez-Reverte. «Bueno, como pintor he ganado mucho tiempo, ahora me dedico cien por cien a mi trabajo. Antes jugaba un poco a medias, y esto me ha permitido consagrarme al mil por mil, todos los días, incluso sábados y domingos. Es el precio que he tenido que pagar».
—No fuiste buen esposo.
—No… Me he saltado bodas, entierros, bautizos, porque tenía que pintar dos pinceladas de más, con malhumor porque no me salía bien el cuadro, y entonces me encerraba y me aislaba. Pasa en todas las profesiones creativas. Yo me tengo que encerrar, y dejas por el camino muchas cosas. Una de ellas fue el matrimonio. Vivo solo y trabajo solo y me paso la vida solo, yo y mis personajes. Hablo con Agustina, «qué guapa estás», y hasta con los caballos.
Cambiamos de tercio. Miguel de Cervantes en Lepanto. «¿Por qué ese Cervantes y no otro?». «Pues porque estaba hasta los mismísimos de Shakespeare [risas], de las películas, de lo guaperas que lo ponen, y joder, si nuestro Cervantes era un don Juan de narices. A Cervantes, si lo viera, le gustaría este cuadro». «Ya quisiera Shakespeare haber tenido en su biografía un momento como ese. Hasta el final de su vida Lepanto fue de lo que verdaderamente estuvo orgulloso Cervantes, ni siquiera del Quijote. Donaste el boceto a la RAE, y allí lo tenemos.»
Sobre la pantalla aparece la primera marina de la tarde: El último combate del ‘Glorioso’. Una rendición épica tras horas de desigual combate marino contra los ingleses. «Esto, Arturo, fue la mayor putada que me has hecho en mi vida. Me has quitado horas de sueño, días, y hasta me puse enfermo, porque yo de barcos no tenía ni idea. En mi vida había pintado un cuadro naval. Tras cada pincelada te mandaba una foto, y tú decías sí o no, «baja las velas porque están muy altas»… Una locura. Hasta compramos una maqueta que tú taladraste para desarbolarlo, con la pasta que me había costado». «Pero nos lo pasamos de maravilla, haciéndole agujeros para que quedara como habría quedado después del combate. Siempre te quejas de los cuadros navales, pero luego quedas muy contento de ellos, y este es el cuadro más fotografiado del Museo Naval». «Porque tú me has corregido un montón de cosas. Yo no sé de mareas ni de corrientes ni de vientos ni de modelos de barco. Ahora ya sé distinguir una cuerda de un cabo. [risas] Ahora me gustan, y hasta me los piden de Inglaterra».
El milagro de Empel. «Hasta la fecha es del cuadro que estoy más orgulloso artísticamente, porque me salió redondo desde el principio, de izquierda a derecha. Cuenta un episodio en el que unos españoles derrotados en Flandes encuentran una tabla de la Virgen al hacer una trinchera, hacen una procesión para llevarla a una capilla cercana, y al día siguiente se congelan las aguas, cosa que no había pasado nunca en la historia. La infantería española pudo atacar por el hielo a los barcos holandeses. Y desde entonces la Inmaculada es la patrona de la infantería española. Si tuviera que pintar ese barro otra vez no sabría hacerlo. Me salió de cojones. El cielo, la luz, las lanzas…»
—Los tercios te ponen mucho, ¿verdad?
—La culpa es tuya, porque empecé a leer Alatriste y me gustó la movida, pero sí, los tercios siempre me han gustado. Éramos los marines de la época.
—Es increíble lo que hicieron aquellos tíos chiquitillos y morenos contra los rubios altos holandeses y alemanes. Se pasearon por toda Europa y la tuvieron durante mucho tiempo agarrada por… el pescuezo. [risas] Por eso sé que te ponen mucho. Bueno, a mí también.
Belchite es lo siguiente. «Veo la bandera nacional a un lado. ¿Podría ser la republicana?» «Perfectamente. Los de ambos bandos eran españoles, y los tenían igual de grandes. Es que hasta la estética y el uniforme eran lo mismo. Y en el cuadro se ve a los republicanos cargando, con dos cojones. Lo que pasa es que este cuadro es para ilustrar una laureada muy concreta, y está enfocado desde su punto de vista. Lo retoqué mucho, debe de haber tres cuadros debajo de este. La pieza de artillería estaba a un lado, luego la giré… Aun ahora cambiaría cosas». Pérez-Reverte comenta la figura del oficial en el centro, «con la pistola en la mano, que ya va a tener que usar cuando llegue el cuerpo a cuerpo, sereno, pero a pesar de eso transmitiendo tensión. Cuando lo puse en internet hubo mucha polémica».
—Me he fijado en que te pones tenso al pintar, y te lo ves tú mismo en el espejo. Tu cara se contagia de la tensión del cuadro, como si estuvieras oyendo los disparos. Y te quedas agotado por la tensión.
—Tú me has visto, y me preguntas que por qué pongo esas caras. Cuando eres niño y estás jugando con soldaditos también estás gritando y poniendo caras. Y hay días en que me voy a dormir y digo: «Me duele la cara, ¿qué me ha pasado?». Y la espalda a veces también, porque estás inclinado, y tienes unos dolores increíbles. Estoy a base de gelocatiles todos los días. Esto es un deporte de riesgo.
Y llegamos al último cuadro, «el que nos une tanto a ti y a mí, que es Rocroi, el último tercio, el día en que los tercios españoles perdieron su invencibilidad y fueron derrotados por los franceses, y aquí están los últimos soldados reunidos en un último cuadro para afrontar el ataque final con sus viejas banderas. Me encanta el palilleo de las picas, porque a diferencia de Las lanzas, de Velázquez, salvando las distancias -o qué diablos, este es tan bueno como pueda serlo el otro-, allí están todas rectas y ordenadas en formación, y aquí están combatiendo. Y después me acuerdo que te pregunté: «¿Por qué has puesto al tambor con cara de holandés?», y me dijiste: «Porque es hijo de holandesa y de medio tercio». [risas] Yo he tenido ocasión de verlo, por razones personales, de cerca durante mucho tiempo, rostro por rostro, y no te cansas de mirarlo, por las expresiones. Dan miedo. Uno comprende por qué los franceses les pidieron la rendición con tanto cuidado, y por qué la infantería española fue siempre tan dura en la defensa, tan cruel en la victoria y ahora tan recia y firme en la derrota».
Ferrer-Dalmau asiente: «No podían concebir perder una batalla en aquella época. Eran los amos del mundo. Antes que perder tenían que morir. El único cobarde que hay es uno que está en una esquina, volviendo la cara, pero ese no es español, ese debe de ser valón o una cosa de estas. [risas] Ya le he puesto carita como de extranjero». Pérez-Reverte apunta hacia el lado derecho del cuadro: «Y ahí está Alatriste, con la cara de Viggo Mortensen, justo antes de morir en Rocroi. ¿Habías pintado muertos antes en un cuadro?». «No, esta es la primera vez que pintaba todo infantería y muertos. Y la idea de los muertos me seducía mucho, porque había que reflejar la crueldad de la batalla con muertos y heridos y sangre para darle más dramatismo». «Por eso me gusta, porque siendo épico no es glorioso, es realista y muestra el dolor y el horror. Y también por el perro, Canelo, un chucho que va por ahí con los tercios y que se pone en la formación dispuesto a pelear. Tanto el perro como el cuadro son muy españoles: abandonado de todos, de los generales, de los políticos y de los poderosos y dispuesto a vender cara la piel».
—El heroísmo te sigue conmoviendo, yo te he visto emocionarte hasta llorar.
—Me emociona el heroísmo, y sobre todo el nuestro. He leído unas diez veces Embajadores en el infierno, del capitán Palacios, y cuando llegas al final de la historia, en el barco que está llegando a España, es que me echo a llorar. Porque son españoles valientes y heroicos, y llegan a casa por la puerta de atrás.
—Estás haciendo un trabajo especialmente útil. Cada cuadro es una lección de historia, y todo el que lo ve tiene curiosidad por saber qué pasó. Son una ventana a la historia que planes de estudios estúpidos y ministros de cultura analfabetos —de todos los colores— nos han borrado de los colegios y de la formación. Ya no tenemos elementos para comprender el presente ni el pasado porque nos han quitado los mecanismos de entenderlos, pero tú combates esto con tus cuadros.
—Sí, es un poco el complejo que tenemos y la manía de que todo lo que sea español, o heroico, o soldados, o combatientes, está mal visto. A mí me da igual. Yo hago lo que me da la gana, y no tengo que dar explicaciones a nadie.
Y así, entre aplausos, se apaga el cuadro sobre la pantalla del auditorio del Reina Sofía. Al final lo que importa es recordar la historia, contarla, abrir una ventana al pasado que ilumine el futuro. El vídeo completo de este encuentro puede verse en Facebook y en la página web de ABC. Además, también puede leerse aquí una conversación de Arturo Pérez-Reverte en Twitter sobre los cuadros de Ferrer-Dalmau.
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