Clara Usón tiene un buen palmarés: Biblioteca Breve, Ciudad de Barcelona, Nacional de la Crítica… Los miembros de los distintos jurados que componen esos premios, así como los lectores que compran sus libros tanto en éste como en otros países, le han dicho por activa y por pasiva que es una escritora de primera, y aun así esta mujer acusa un complejo de impostora más grande que el apéndice nasal del mismísimo Góngora.
Existe cierta clase de escritor que vive en la constante agonía de tener la impresión de que siempre parte de cero. Cada vez que publica un libro, e independientemente de las loas que éste reciba, se queda así como en blanco y le invade una oleada de angustia ante la simple idea de tener que hacerlo de nuevo. Es como si no hubiera aprendido nada sobre el oficio después de haber sacado cinco, diez o hasta quince títulos, y nunca se siente con fuerzas para enfrentarse de nuevo a semejante suplicio. No importa que le hayan premiado en múltiples ocasiones, no importa que le traduzcan a muchos idiomas, no importa que su editor desenrolle la alfombra roja cada vez que se citan. Siempre se enfrenta a la posibilidad de un nuevo libro como si fuera un letraherido.
Eso le ocurre a Clara Usón —y en verdad a muchísimos colegas—, pero también le ocurre, o al menos eso asegura, que con los años se siente más vaga, más despistada, más lenta. Lo de despistada lo ejemplifica con una simple escena: durante su última mudanza —y recordando que ha cambiado de domicilio más veces que Bruce Chatwin de mochila—, Usón salió de casa con la intención de ir al supermercado y llenar por fin la nevera. Y, cuando abandonó el ascensor no sin cierta dificultad, se dio cuenta de que lo que arrastraba no era el carrito de la compra, sino la aspiradora. Esta anécdota no tendría más importancia si no se trasladara también al campo de las letras, porque confiesa la entrevistada que, con el devenir del tiempo, le cuesta más concentrarse y que solo tiene que pasar literalmente una mosca para que pierda el hilo de lo que estaba escribiendo. De ahí que necesite soledad extrema y silencio absoluto para avanzar en su nueva novela, y aun con eso cada veinte minutos se levanta para estirar las piernas.
También dice Clara Usón que cada vez tiene una mayor tendencia a la vagancia. El horario de trabajo que se ha autoimpuesto abarca dos horas por la mañana y otras dos por la tarde, pero siempre acaba ejerciendo su oficio la mitad de ese tiempo, normalmente por la mañana, y se pasa el resto del día deambulando por casa, buscando cualquier excusa para no sentarse a la mesa, alargando lo que ella misma llama «periodo de aproximación», que es esa media horita que pasa entre que decidimos ponernos a trabajar y realmente lo hacemos, un tiempo en el que damos vueltas por el salón, nos preparamos un té o salimos al balcón a echar un pitillo. Es más: muchos días Usón no escribe ni una palabra y, como necesita llenar la jornada, se dedica a ordenar la casa. Y, al irse a dormir esa noche, se consuela a sí misma diciendo: «No he dedicado ni un segundo a la novela, pero, oye, tengo la cocina más limpia que una patena».
Clara Usón es consciente de que, si acordara una fecha de entrega con el editor, las cosas cambiarían. Tener la obligación de finalizar un manuscrito en el plazo de un año, dos o incluso hasta tres, hace que te dejes de tonterías y que te pongas a trabajar con ahínco. Pero ocurre que esta autora superó hace tiempo la juventud y, en consecuencia, ya no vive económicamente al día. Y ahí está una de las claves para entender por qué unos escritores corren mucho y otros van despacito: el dinero, el cochino dinero, el maldito y omnipresente y condicionante dinero. El dinero lo explica todo, aunque luego nadie hable de ello y todo el mundo se llene la boca de palabras que no hablan realmente del oficio. Usón no quiere aceptar un adelanto editorial porque no tiene edad para andar con agobios, pero al mismo tiempo sabe que un adelanto la haría más productiva. Ay, el eterno dilema.
Y una última cosa: cuando un escritor dice que cada vez es más lento, más despistado y más inseguro, lo que en verdad está reconociendo es que cada día es más crítico consigo mismo. Tras esas palabras que parecen indicar un problema de síndrome de impostor, lo que debemos ver es a un autor que ha alcanzado tal consciencia de la enorme complejidad que entraña la escritura que avanza por el texto de un modo muy lento, sopesando todas y cada una de las palabras, de las comas y hasta de los tipos de letra, de tal modo que, cuando llega la noche y apaga el ordenador, tiene la sensación de que se está convirtiendo en un autor inseguro. Pero no es cierto. Lo realmente ocurre es que ha alcanzado la edad en que se comprende la complejidad del asunto. Es sólo eso: la literatura ha dejado de ser un juego de niños.
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La última novela de Clara Usón es El asesino tímido (Seix Barral, 2018).
Excelente comentario y muy real, a veces nos sentamos a desarrollar un tema y por por algun motivo sentimos que no podemos avanzar. Es el momento de levantarnos de la silla dar una vuelta y regresar mas tarde. Al retomar el tema descubrimos que la ideas fluyen rapidamente.