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Miguel Ríos. Cruce de caminos

Miguel Ríos. Cruce de caminos

«Tiene el rostro tallao de lo que canta», dice el periodista Manuel Vicent sobre Miguel Ríos (Granada, 1944) en el documental Cruce de caminos. Ríos es un rockero, «nuestro rockero», añade Raphael. Pero hete aquí que todo comienza con Renato Carossone cantando ‘Maruzella’ mientras pasan vídeos de época de la ciudad de Granada, la cuna de Federico García Lorca, Enrique Morente, Luis García Montero y Miguel Ríos, que empieza a narrar su historia: «Fue una tarde de verano, entre 1952 ó 1953, cuando escucho ‘Maruzella’ por primera vez, en mi placeta, cerca del barrio de la Cartuja». El escritor y periodista granadino Miguel Fernández (recomendable su biografía de Waldo de los Ríos, Desafiando al olvido, publicada por Roca Editorial en 2020) explica que Granada, aunque es una ciudad de tamaño medio y de estar en la periferia, es una ciudad que vivió la música y su evolución durante la década de los 60 y de los 70 gracias, sobre todo, a artistas como Miguel Ríos.

Atención a la figura de Fernando Miranda, que vivía en el barrio de Plaza Nueva y era amigo de Ríos en la adolescencia. Él compuso, de hecho, las canciones del álbum La huerta atómica (Un relato de anticipación) (Polydor, 1972).

"Se presentó a una prueba que pasó. Su labor consistiría en poner películas porno, tarea que le propició buenos contactos para ascender y ocuparse de musicalizar las cintas con canciones de los Pekenikes"

En los 70, Fernando Miranda dejó sus negocios y marchó a Estados Unidos. Estaba trabajando en una caja de ahorros en Granada hasta que un día, saliendo con un colega, éste le presentó a unas amigas suyas americanas que había conocido. El amigo empezó a hablar con una de las chicas y Fernando con la otra, que le dijo que estaba en España por estudios. Además de la caja de ahorros, la otra ocupación de Miranda era el club que había montado con otros dos socios, el primer club de la ciudad. El local fue un éxito y vendió su parte para costearse el pasaje a Los Ángeles, donde empezó a estudiar «artes liberales» (cine y televisión) en el Columbia College, en Hollywood, mientras trataba de encontrar un empleo que pudiera compaginar con las clases. Quería un trabajo relacionado con la industria. Se presentó a una prueba que pasó. Su labor consistiría en poner películas porno, tarea que le propició buenos contactos para ascender y ocuparse de musicalizar las cintas con canciones de los Pekenikes. Pero esa es otra historia.

En América, Miguel Ríos visitaba a su amigo Fernando (sin erótico resultado). En una ocasión, ambos acudieron a Las Vegas para ver en directo al mismísimo Elvis Presley. Allí, ante el Rey, Miguel Ríos y Fernando Miranda casi salen a hostias. Miguel cuenta en el documental que su amigo se había desilusionado viendo a Elvis en directo porque estaba gordo. Ríos, todavía estupefacto, lo cuenta así en Cruce de caminos: «Pero Fernando, ¡por Dios! Que hemos venido hasta Las Vegas para ver a Elvis Presley. Me importa una polla».

"El Himno a la alegría le permitió a Ríos volver a empecinarse por hacerse un cantante de rock"

La sangre no llegó al río pero sí la música de Miguel Ríos a Las Vegas. Le llegaron a proponer, según Fernando Miranda, actuar allí con una banda enorme liderada por Buddy Miles, batería de Jimi Hendrix, Wilson Pickett, Mike Bloomfield, Carlos Santana… Pero al bueno de Miguel le resultaba horrorosa Las Vegas: «Era la representación de lo contrario a lo que era el ‘Himno a la alegría’ y lo contrario que era yo: flower power. Era un hippie en toda regla». Por haberle «doblado el codo» a Beethoven, Miguel Ríos aterrizó en Los Ángeles con un enorme éxito en la maleta. «A nivel mundial, Miguel escaló en las listas internacionales […] por esa versión que hizo», recalca Ana Belén. A las órdenes del compositor y director argentino Waldo de los Ríos, Miguel Ríos había grabado lo que a la postre fue uno de los principales hits de su repertorio. «Contaban que en el ‘Himno a la alegría’ participaron cien músicos. ¿Pensamos hoy en una producción semejante? ¿Qué artista podría hoy permitirse ese lujo?», se pregunta Miguel Fernández. El ‘Himno a la alegría’ le permitió a Ríos volver a empecinarse por hacerse un cantante de rock. «Ya tengo pasta suficiente como para ahora imponer que lo que yo quiero es cantar rock and roll», pensó.

Lo hicieron porque no sabían que era imposible

Miguel escuchaba a Elvis cuando trabajaba de chaval en Almacenes Olmedo. Un día le mandaban a la sección de retales, otro día a la de popelines… Y un día instalaron un espacio en la tienda para los discos, que fue como si le hubiese tocado una lotería de incalculable valor al muchacho: «Cuando oía a Elvis y a este gente, me conmovían. Era una conmoción de tipo electrificante, una especie de latigazo existencial… o algo así». Ya lo dice Vicent: «Miguel de Granada vino crudo y el calambre eléctrico fue lo que acabó de freírlo y convertirlo en un rockero». En Madrid, Ríos se dirigió a las casas discográficas para que escucharan lo que ya habían oído en Granada. Su madre le envió con un billete de mil pesetas cosido. Miguel no olvida que a través del agujero que tenía en uno de los zapatos podía sentir la moqueta de las oficinas que visitaba.

"Miguel Ríos, que alcanzó gran parte de su fama mediante los temas melódicos, siempre ha querido ser un rockero"

«No somos una entidad benéfica, somos empresas con ánimo absoluto de lucro y cuanto más, mejor. Vosotros sois el tornillo; si el tornillo encaja, bien; si no, hay cola de tornillos», le advirtió una vez un directivo a Manolo García: «Eso, músicos como Miguel, lo han tenido claro desde el principio». Ana Belén piensa que a Miguel quisieron encajarlo en la música que se hacía entonces. En realidad, Ríos, que alcanzó gran parte de su fama mediante los temas melódicos, siempre ha querido ser un rockero, de ahí las desavenencias con las discográficas: «Podía grabar poquísimas canciones que de verdad me las creyera: El anillito, La pera madura…». Pero, como supone Ana Belén, Miguel Ríos tragó con algunas cosas, todo para no tener que volver a la tienda y a Granada.

El Miguel Ríos primigenio se llamaba Mike Ríos y pertenecía a Philips, sello que publicó los singles iniciáticos: ‘El rey del twist’ (Philips, 1962), ‘Locomotion’ (Philips, 1962), ‘Detén la noche’ (Philips, 1962) con Los Relámpagos, ‘Twist del reloj’ (Philips, 1962), ‘Pecosita’ (Philips, 1963), ‘¡Oh, mi señor!’ (Philips, 1964) con Los Sonor… Víctor Manuel desbloquea el recuerdo de Miguel cogiendo por la pechera a un A&R: “Ha sido de una terquedad absoluta. Él sabe perfectamente que triunfa con las baladas y se empeña en hacer rock todo el tiempo. No se puede ser más terco». El aludido niega los hechos riéndose.

En Philips se mezclaban: Fórmula V, Víctor Manuel o Camarón de la Isla. Miguel Ríos firmó contrato con la casa de discos el mismo día que Raphael. «No sé por qué no la he cantado», se cuestiona el jienense respecto a ‘El río’. Sin embargo, Raphael sí que ha versionado a Miguel Ríos. El capítulo más llamativo es el que se dio en el festival de Viña del Mar de 1987, en Chile. En las imágenes que se pueden encontrar, Raphael sale vistiéndose de negro (bandana incluida) mientras en el escenario suenan los primeros compases de ‘Bienvenidos’. Aquello, cuentan, fue una apuesta de Raphael.

En Cruce de caminos. Un documental sobre Miguel Ríos se repasa la vida y milagros del músico veterano, tomando como momento más protagónico el que abarca las grandes giras y en concreto el Rock & Ríos (Polydor, 1982), doble LP grabado en directo el 5 y el 6 de marzo de 1982 en el antiguo Pabellón de los Deportes del Real Madrid con la Mobile One traída de Inglaterra. Es, quizá, el rato más épico de la biografía de Ríos, más, si cabe, que el lanzamiento de el ‘Himno a la alegría’. En 2015, el periodista Josemi Valle publicaba el libro titulado Rock & Ríos. Lo hicieron porque no sabían que era imposible (Efe Eme, 2015), frase que tanto Miguel como el productor Carlos Narea graban a fuego en Cruce de caminos.

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El documental Cruce de caminos se estrena el domingo 4 de junio a las 21:30h en Imprescindibles (La 2).

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