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¿Exta sí o exta no?

Abrió la boca. Como una llamarada incandescente que se abre paso entre la fina frontera que divide la realidad de la ficción, consiguió emitir de forma coordinada el único himno con el que su joven existencia se sentía representada: «Exta sí, exta no».

No iba a salir y me lié, de Emma Zafón y Chimo Bayo (Roca Editorial 2016)

Lo he hecho. Alguien tiene que hacerlo. Entre El libro de la madera y el Manual para mujeres de la limpieza de Lucía Berlín la cabeza me pidió mambo y me lancé a la aventura de No iba a salir y me lié, de Emma Zafón y Chimo Bayo. En la vida hay que ser valiente. A mí el bakalao no me gusta, es más, es un tipo de música, por llamarlo de alguna manera, que aborrezco. Pero de vez en cuando hay que salir de la burbuja de los gustos personales para conocer mejor el entorno, para tratar de entender lo que a uno se le escapa.

La novela trata en el fondo sobre las percepciones, su distorsión e incluso su ausencia. Un grupo de cuarentones con el cerebro achicharrado por las drogas trata de recuperar su Edad de Oro, una época de la que apenas recuerdan algo, tan sólo que eran jóvenes y se sentían libres. Para viajar al pasado, a los años 90, los bakalas no necesitan un Delorean que viaje en el tiempo, tienen una fórmula exacta que les transporta de un modo casi matemático a las sensaciones que tuvieron de jóvenes: mescalina, cocaína, LSD y alcohol. Y el sonido a todo volumen de la música electrónica.

Hay mucho humor en estas páginas. La reivindicación del chándal como elemento estético pese a la mala fama creada por los yonkis de heroína una década antes, los discursos políticos de quien ya lleva encima más drogas que Frank Sinatra (esta comparación es constante) o el intento por convencer a quien se preste de que no pasa nada por recorrer los polígonos industriales en coche aunque no seas capaz de tenerte en pie son ironía pura, espero. Lo mismo que la defensa casi poética de letras como «uno, que no pare ninguno, dos, nos movemos los dos» y las críticas justificadas de machismo a la némesis del bakalao, el electrolatino, que hacen un proxeneta y un salido hasta las cejas de estupefacientes. Puro humor.

La novela tiene mucho que ver con un capítulo de The Walking Dead en el que asumimos el punto de vista de los zombis, que reivindican su día a día como un fenómeno cultural que los poderes fácticos, sean quien sean, se encargaron de destruir.

Los protagonistas perciben que alguien les quitó algo. Los políticos, los medios o incluso Pérez Reverte (sic). Creen que lo suyo era un movimiento vanguardista que interesó dinamitar para que la corrupción campara a sus anchas por la costa mediterránea. Como suena. Por lo visto, el paso del tiempo y el daño neuronal causado por la química no tuvieron nada que ver con el fin de la juventud de los personajes. Cuestión de percepciones.

Tratar de reconstruir una época de la que los propios testigos apenas tienen recuerdos no es fácil. La nostalgia tiende a mitificar el desfase juvenil y convertirlo en cultura. Es algo que, más allá del libro de Zafón y Bayo, ya ha saltado a las páginas de los periódicos más sesudos. Como la novela, esta tendencia puede resultar divertida, o no, según le dé al lector.

Larga vida al rock and roll.

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