Toda luz en la noche es un barco cayendo por la borda del océano hacia el abismo. Esta es una de las muchas frases evocadoras que leemos en Hoguera, un libro extraño, transversal en su género, escrito en un estilo fluido y poético; esto último, en una clave más canónica que lo que se estila últimamente. En la era de Marwan, Elvira Sastre y los poetas de Instagram, de una poesía tan obvia que ya no se sabe si es estudiadamente fácil o simplemente mala, se agradece un título como el de Blanco Pantoja, que nos resitúa respecto a todo esto, aunque se trate de prosa. Algo vagamente parecido se puede decir de las ilustraciones porque, a medio camino entre el grabado más o menos clásico y el cómic, se diferencian de las tendencias predominantes los últimos años, lo que convierte el lanzamiento de Errata Naturae en un objeto para coleccionistas, como si se tratara de un álbum ilustrado. Dicho todo esto, adelantar ya que se trata de un escrito de noche y Naturaleza; esto es, de regreso a lo primigenio. Ya lo certifica el ave nocturna del exlibris, que recibe a los lectores entre dos hojas de roble.
Hay algo de barroquismo en lo que hace Pantoja. La suya no es precisamente una escritura simple y limpia, como le gustaba a Bukowski, sino imbricada y preciosista. También rescata un lenguaje que no tiene que ser forzosamente polvoriento y desusado, en la que es una de las mentiras del manual de estilo actual, o un malentendido muy oportuno, porque para escribir como Pantoja hay que leer, y ya nadie lee, si se permite el recurso superlativo. La contrapartida es que todo ello hace que la estructura narrativa no sea muy evidente, quedando un poco velada por las imágenes poéticas y los eventos numinosos, y en todo caso vemos que se ha replegado en una cabaña, y a su vez en una naturaleza que ha enfermado por motivos cuya concreción desconocemos sin que haga falta, porque todos imaginamos qué ha podido pasar.
El tema cabañil está bastante trabajado desde Heidegger hasta Thoreau y más allá, pasando por un montón de variaciones, como el autobús en el que murió Chris McCandless o el caseto de techo metálico del Unabomber. En este caso, el protagonista construye un epicentro de ese desastre ambiental sobre la tierra quemada, y esa casa que levanta es también el núcleo de una elegía alucinatoria por un mundo agostado. Esto también hace bastante raro al libro porque, pudiéndose incardinar en la Nature Writing, la voz que describe su entorno, toda esa materia agonizante, nos habla de un universo propio, más bien mental, entreverado con la Naturaleza propiamente dicha. Leemos sobre lo bien que se está cuando la soledad y la locura son, por fin, más leves que toda búsqueda de felicidad, en lo que podría considerarse la fuga solipsista de ese mundo poco halagüeño en el que ya tenemos un pie.
En resumen, es una buena lectura. Bien escrita, para desentrañarla frase a frase, pero no es fácil, sobre todo en un momento en el que no sobra ni la paciencia ni el tiempo. Es improbable que se convierta en un superventas, incluso que se prodigue mucho más allá de los círculos inciertos de lectores empedernidos, pero es la semilla sana de algo que seguramente crecerá discreta pero vigorosamente, y que de alguna forma consigue sugerirnos que nada es tan grave, que siempre hay vía de escape. En este sentido recuerda a la frase —contracultural pero bastante conocida— de Terrence McKenna, el psiconauta: “Así es como se hace la magia. Se hace dejándote caer en el abismo descubriendo que es una cama de plumas”. Hongos alucinógenos aparte, puede que —como se dice en alguna página— los daimones sean exasperantes (les corresponde en su calidad de dioses menores, muchas veces vinculados a lugares y parajes), pero mientras podamos leer sobre ellos, concebir su existencia literaria, nada da tanto miedo, ni siquiera el colapso que contextualiza, aunque silenciosamente, Hoguera.
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Autor: Blanco Pantoja. Título: Hoguera. Editorial: Errata Naturae. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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