En 1976, la guerra del Líbano estaba en todo lo suyo. Se combatía con mucha bestialidad en la última fase de la que se llamó batalla de los hoteles, en Beirut, y mi periódico —después del Sáhara me habían enviado de corresponsal a Argel— me dijo que fuese a cubrir aquello. Así que, como el aeropuerto beirutí estaba cerrado por exceso de candela, tomé un vuelo a Damasco y desde la capital siria fui por carretera hasta la frontera libanesa. Allí, en un lugar llamado Masnaa —si al mundo tuvieran que ponerle un supositorio se lo pondrían exactamente por allí—, el taxista sirio se negó a seguir y me dejó tirado con mi mochila, un mapa, una lata de sardinas y una navaja suiza. Estuve un día y una noche buscándome la vida junto a una especie de bar donde vendían cigarrillos y gasolina, pero no pasaba nadie. Hasta que al amanecer se detuvo un coche con tres chicos jóvenes, de mi edad, y los convencí para que me llevaran a Beirut.
Dejé la casa de Farid a los pocos días, haciendo mi trabajo: el final de la batalla de los hoteles, el asedio y matanza de Tel al-Zaatar, los violentos combates del barrio de Hadath. Después mi periódico me mandó a otros lugares, aunque regresé al Líbano muchas veces durante la guerra, que fue larguísima, primero para Pueblo y luego para Televisión Española: una docena de viajes durante diecisiete años, incluida la invasión israelí de 1982. Y cada vez, estuviera con el bando que estuviera —al final cubrí esa guerra con todos, israelíes y palestinos incluidos—, siempre me las arreglaba para encontrarme otra vez con Farid.
Quizá por nuestra amistad aprendió español oyendo canciones sudamericanas, de las que yo traducía las palabras difíciles. Él seguía combatiendo con los suyos, y varias veces lo acompañé en eso. Era sereno, humilde y muy valiente. Algunos de sus camaradas también fueron mis amigos. Vivimos juntos muchas aventuras y compartimos sobresaltos, cigarrillos, confidencias. En el segundo viaje, agradecido, le regalé a Farid una pequeña cruz de oro que me había dado mi madre y que yo llevaba colgada al cuello con la chapa de identificación. Y en cierta ocasión, cuando llegué otra vez a Beirut y fui a su casa, su madre me abrazó llorando emocionada. Has salvado la vida de mi hijo, sollozó. Has hecho un milagro. No comprendí a qué se refería hasta que me enseñó unas radiografías: Farid había sido herido en un combate y la radiografía mostraba, junto a la bala alojada en la clavícula, la cruz que le habían apartado a un lado del cuello para hacerle la placa radiológica. Tu cruz, decía la madre, desvió la bala.
Un día acabó aquella guerra, aunque en el Líbano, tan lejos de Dios y tan cerca de Siria e Israel, nunca acaban del todo las desgracias. También yo dejé la vida de reportero, y nunca volví a Beirut. Pero he seguido en contacto con mi amigo. Mientras funcionó el correo le mandé mis novelas; ahora nos telefoneamos de vez en cuando y cambiamos mensajes electrónicos por Navidad. Tiene los mismos años que yo y lo pasa mal: el país es un desastre de políticos y gentuza sin escrúpulos, y los que como él combatieron y quemaron allí los mejores años de su vida están arruinados y olvidados. Tras haber vendido la casa de sus padres, sin un céntimo en el bolsillo, Farid malvive en el campo, arreglándoselas como puede. Cuando hablamos por teléfono se nos quiebra la voz, recordando a los dos muchachos que se conocieron en Masnaa. Uno de mis mayores remordimientos es no poder compensarlo por lo mucho que le debo: por su generosidad cuando éramos tan jóvenes que las palabras combate, vida, futuro, lealtad, aún tenían sentido para nosotros. De todas ellas apenas nos queda la última, y ni siquiera a ésa soy del todo fiel. Una y otra vez pienso que debo viajar allí por última vez, a abrazarme con Farid antes de que muera uno de los dos, pero no lo hago. Y no es porque el Líbano esté lejos. Soy cobarde porque temo mirarme en el espejo del tiempo perdido.
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Publicado el 16 de junio de 2023 en XL Semanal.
«El espejo del tiempo perdido». Excepcional frase, de las que, a alguien como yo, de cierta edad, le llegan a lo más profundo, a ese lugar irreproducible poe la IA y que muchos ingenuos dicen que no existe: al alma.
Lealtad, amistad, tiempo perdido, estas palabras y como usted las trata en sus artículos y en sus obras son lo que le hacen a usted un escritor irrepetible, don Arturo. Estas y otras que nombra, o no, pero que están implícitas: nostalgia, recuerdos. La nostalgia como gran motor que remueve nuestras entrañas y nos hace añorar los tiempos perdidos.
Porque, leer la nostalgia de otros, vivirlas, es hacer aparecer la nuestra, representarnos las vivencias que ya no volverán.
Todos somos cobardes al mirar al espejo, el del tiempo y el actual. Ambos reflejan lo ya perdido, perdido y sin retorno… sólo la memoria…
Hay muchas frases excepcionales de Pérez-Reverte, aunque siento que en este artículo se dio especial maña en evocar, en tan poco espacio, emociones y reflexiones intensas sin necesidad de recurrir a muchas de esas frases. Lo logra por la fuerza de los hechos y las experiencias que narra, por cómo ordena y encadena frases que a primera vista son sencillas, pero en realidad tan expresivas que nos llevan a revivir con él lo narrado. Ese es el arte del escritor talentoso y experimentado. No requiere grandes descripciones ni explicaciones para hacernos SENTIR, a veces sin darnos cuenta cómo lo logra.
Por mi parte, me quedo con una de esas frases tan expresivas: la del supositorio del mundo. No nos describe el sitio, pero todos podemos hacernos una buena idea del ambiente y del tipo de lugar que era Masnaa, aunque seguramente cada quien en su mente se imagina su apariencia física de forma diferente.
Me encantó el relato..sólo hay una cosa mas grande que la amistad, y es hacerle un homenaje junto a los amigos de toda la vida..♥️
Yo intentaría ver de nuevo a Farid, pero claro, yo no viví toda esta historia que cuentas y no soy nadie para darte consejos. Hagas lo quechagas, estará bien. Un saludo Arturo.
Extraordinario, admirado D. Arturo!
Mándele un billete de avión e invíteme a que ese abrazo sea en España!!
Puede que usted no lea nunca este comentario… o, tal vez…
El miedo paraliza, nos hace cobardes.
Su tiempo, no es tiempo perdido, es tiempo vivido.
No quiero darle lecciones de vida, pero esa amistad merece una presencia, un abrazo del alma, una mirada en la que se refleje la vida que vivieron, la que han vivido cada uno y la que queda.
No se arrepienta por no hacer. El no hacer es un peso que queda prendido de nuestro yo más escondido, nos dificulta el avance en el camino, hace que nos pongamos zancadillas constantes y se nos nubla el entendimiento.
Vaya, abrácele, tiéndale su mano y hombro de amigo para que pueda apoyarse y sientase libre.
Es un consejo de un alma lastrada que empieza a romper ataduras para volar libre.
Pues échale una mano. Es tu amigo.
Magnífico relato Sr Pérez Reverte!
Son las historias personales de amor, lealtad, compañerismo, ideales, sueños y logros, las que me gusta leer y emocionan.
Gracias.
Julia
Ay Dn. Arturo… sus patentes de Corso son verdaderamente de mis lecturas favoritas de la vida.
Gracias por este texto! Deberías reunirte con él
Aveces pienso que si el mundo gobernará más mujeres no habrían tantas guerras
Falso. Ejemplos hay a montones de mujeres guerreras y dirigentes. Artemisia de Éfeso, una reina, ejemplo de la antiguedad, combatió con los persas contra los griegos. Uno de tantos. Lyudmila Pavlichenko, llamada Lady Muerte, una francotiradora letal en la IIGM. Margaret Tacher, no dudó en atacar las Malvinas en una corta pero cruel guerra. Ahora mismo, en Finlandia, Sana Marín, no ha dudado en meter a su país en la Otan.
Y ahí está la famosa leyenda de las amazonas, que algún trasfondo de verdad tiene seguramente.
Los tópicos no son más que eso, tópicos. Las mujeres son tan agresivas, letales y guerreras como los hombres. Otra cosa es que, cuando gobiernan, gobiernan mejor.
Dos observaciones: 1. La señora Lucas dice «pienso» en el sentido de «opino», luego no es una afirmación categórica que requiera refutación. 2. Que existan unos cuantos contraejemplos en la historia no permite afirmar sin más que las mujeres sean tan belicosas como los hombres; de hecho, hay muchas teorías que ligan la agresividad con la testosterona.
Mucho me temo que las gobernantes que nos muestra la Historia han sido harto belicosas… Tanto o más que los hombres.
Supongo que es la naturaleza humana, nomás, cualquiera sea el sexo.
D. Arturo…. Que tío grande eres!!
Yo también soy cobarde para mirarme en ese espejo , todos lo somos seguramente . Vete a Beirut y abraza a tu amigo por favor .
Maestro… en el marco del espejo hay una frase que reza: «No es aconsejable ser valiente màs allà del medio dìa».
Que bonito Maestro. Coje el petate y vete al Líbano, no te quepa duda que encontrarías argumentos para una magnifica novela.
La otra cara de ese espejo (su conciencia), le está animando a que deje de lado su «puedo, pero no quiero» y no pierda el tiempo en visitar a su Otra Familia de el Líbano. Después podrá mirarse cuantas veces quiera en la cara buena del espejo, estoy convencido que la imagen que verá, su verdadera imagen, le gustará. Gracias por compartir, no es muy usual en los tiempos que corren, su sentimiento de amistad. Y haga todo lo posible para mejorar la vida de sus amigos. Saludos.
Muy emotiva su historia señor Pérez Reverte; esos pasajes de la vida que quedan en nuestras entrañas para siempre, son justamente lo que somos, personas únicas que ciertas cosas nos dejan huellas, algo así como las vetas de una madera noble, que reflejan los acontecimientos de ese árbol, heladas, sequías, veranos tórridos, todo queda allí indeleble en su tronco.
Bravo Don Arturo.
Mestiza es la vida real.Excelente relato. Quizás sigues siendo la cruz que le desvia las balas de la tristeza. Abrazo.
Me alegro de que ese hombre esté vivo y de que alguien como don Arturo le rinda homenaje.
No tengo palabras. Un relato emocionante que debería tener un capítulo final.
De nuevo has pinchado en mi alma y la has despertado. Gracias.
¿Tiempo perdido? Es tiempo vivido. La pena es no poder pararlo a nuestro antojo. ¿Cobarde? No hay un gramo de cobardía en este relato, huele a vida, a emociones, a vida intensa.
Vaya señor Reverte
Absolutamente demoledor, especialmente si el lector va ya pintando canas. Todos tenemos un Farid
Yo le entiendo don Arturo. Le pasa algo parecido a la pereza, pero no lo es. No quiere añadir más recuerdos a los que ya tiene de ese pasado…en otra vida. Efectivamente, era otra vida, y usted otra persona totalmente diferente, con otros ideales, otra vitalidad, más física que razonable, como es ahora. Dicen, los que entienden de biología y esas cosas, que usted, en estos casi 50 años desde 1976, es verdaderamente otra persona totalmente diferente y casi sin nada que ver con la que fue. Todas, todas las células de su cuerpo, al parecer, han cambiado, y varias veces. Tal vez, según algunos sabios, sólo algunas neuronas tendrán algo que ver con ese tiempo; pero su estómago, su hígado, sus pulmones, su sangre entera es totalmente diferente. Usted ya no es ese Arturo intrépido, buscador de aventuras y deseoso de conocer un mundo trepidante, violento y amargo. Ahora vive de muchos recuerdos, entre ellos el de su buen amigo libanés. Le tiene allí, en su corazoncito, tal como era (porque también él cambió y nada tiene que ver ahora con lo que fue) y no le apetece la mera posibilidad de que un abrazo de ahora le parezca menos efusivo, menos cariñoso, menos hermanado que los de otros tiempos. A mi también me pasa muchas veces, lo que vulgarmente se llama no querer remover el pasado. Allí está, permanente, inamovible, perfecto…y no le apetece añadir segundas partes, como a las buenas películas, como a Casablanca, por ejemplo.
Joder, pero si no le he convencido, don Arturo, no sea quejoso ni morriñero y corra, corra, corra a abrazar a Farid. Mañana puede ser tarde y ya no les quedará ni Paris ni el final de una buena amistad. Usted me entiende…
No es mirarse en el espejo. Es acudir al encuentro del amigo de quien se guardan tan buenos recuerdos.
Extraordinaria patente de un honrado mercenario a un camarada.
Don Arturo: soy un lector de sus novelas. Domingo a domingo leo sus artículos. Como siempre, son artículos que me enseñan y me motivan. La verdad, todos tenemos alguien que, desde siempre, tenemos historias vividas. Debe de darse la vuelta y recordar esas historias. Abrazo don Arturo.
Hace poco un amigo perdió a su madre. En su Facebook colocó una frase que me llamó la atención:»Siento no haberte dado más abrazos» Pues eso. No lo piense, por favor.
Muchas veces, el tiempo recordado, nos produce terror.
Las amistades que desafían el tiempo y las circunstancias. Las personas necesitamos más historias de amor y cariño, y menos de guerras, balas y muertos.
Andá a ver a tu amigo. Será bueno para los dos. Y contanos después como fue el reencuentro. El final, acaso.
Hermoso relato. Para ser sincero, y breve: hay dos alternativas: 1) ir a ver a Farid, y compartir un abrazo, 2) Mandarle un pasaje de avión y que Farid viaje a Madrid, aunque eso no solucione sus problemas actuales (los de Farid) creo que valdrá la pena. Saludos cordiales desde Argentina
Terminar de leer la última línea y sollozar conmovido fue -es- inevitable.
Don Arturo, su artículo es muy preciso y sentimentalmente bien claro.
Me remite a otro brillante artículo escrito por su gran amigo -tristemente desaparecido- Don Javier Marías, publicado por el 2016: » Las amistades desaparecidas».
Usted muestra en su persona las fases de dos individuos en relación de amistad ajustándose perfectamente al análisis de Don Javier.
Un atento y respetuoso saludo.
Cuántas cosas importantes en tan poco espacio!! . Amistad ,cariño ,guerras, valentia, el paso del tiempo , los malos políticos y una vida intensa. Estupendo relato
Brutal! Debes de ir a verlo y ayudarlo! Es una bonita historia y necesita un final feliz, por dios !! Saludos
Pobre Farid y pobre Líbano. Recuerdo con horror la guerra en ese país y, en particular, las espantosas matanzas de Sabra y Chatila, un ejemplo más de cómo la religión puede atizar los peotes instintos humanos.
Yo creo que es más exacto decir que la ideología puede atizar los peores instintos. Sea religiosa, política, racial o cualquier otra categoría que podamos pensar.
Pérez Reverte es el escritor que todos hemos soñado con llevar dentro.
La realidad supera a veces a la ficción. El relato de D. Arturo lo demuestra: una historia de amistad y de agradecimiento, en un ambiente bélico…El azar reflejado en la pequeña cruz de oro, el paso del tiempo…
Pero hay que ser buen escritor para conseguir trasmitirlo con esa sensibilidad que emociona.
Gracias por compartir esa experiencia
Excelente muestra de elegía en prosa que recuerda a otras también suyas como la titulada El hombre que amó a Sharon Stone. También dedicada a un amigo, en este caso a mi profesor Rafael de Cózar Sievert. Alguna que otra vez la he leído como homenaje en clase a mis alumnos como ejemplo de texto argumentativo laudatorio a la amistad.
Sólo le queda escribir una espístola en prosa, dejemos el verso blanco mejor a Garcilaso, en forma de novela que aquilate todas esas experiencias y se centren en la amistad como virtud como hizo Aristóteles, y no en la tan manida lealtad que es otra cosa. Lealtad puede haberla entre enemigos. La amistad implica cercanía y empatía, quizá reflejo de uno mismo, de ese tiempo perdido, en el otro.
Así que no sea cobarde y vaya a ver a su amigo y escriba, por favor, escriba.
Hágalo, vaya a ver a su amigo