Robert Bresson. Un nombre que a muchos, sobre todo a los más jóvenes de la tribu, posiblemente no les diga nada. En un máster exigente para cinéfilos sin escrúpulos ni prejuicios, les dirá, les evocará a un cineasta sin coartadas, estrictamente personal, capaz de inventar para el cine una palabra, le cinématographe, ya inventada pero que llenaba de contenido propio. Le admiraban Truffaut, Godard, Rohmer, Rivette y su jefe de filas, el gran André Bazin, toda la harka de los Cahiers du Cinema, etapa de portadas amarillas, la de los combates a muerte, con el cuchillo entre los dientes bien afilado, de la cinefilia sin piedad, sin prisioneros. Por si sirve de algo, le admiraban y copiaban sin disimulo directores como Jean-Pierre Melville, Akira Kurosawa, Bergman, Martin Scorsese, Paul Schrader, Michael Mann y el primer Walter Hill. Creo que junto a Murnau, y nunca confesado, hay algo de Bresson en Víctor Erice. Pickpocket, Un condenado a muerte se ha escapado, Las damas del bosque de Boulogne, Mouchette, Diario de un cura de aldea, Au hasard Balthasar… Nadie las recuerda, pocos las vemos, pero ahí están, influyendo silenciosamente, en las pocas buenas películas que circulan por el mundo. Un humanista, un poeta, austero, jansenista, moralista exigente, esteta. Simplemente, Robert Bresson.
Y todo esto para hablar de una película norteamericana, Driver, que pocos vieron en su estreno, allá por 1978, y que pocos habrán revisado durante los casi cincuenta años, medio siglo siguiente. Secreta, fascinante. Escueta, austera, poética, existencialista. Un Bresson en noir, un thriller que te deja sin aliento, sin pausas, apenas hablado, tan austero como estoico. Una referencia tan esencial que ha sido copiada, plagiada, admirada, un millón de veces. Tras la cámara y la máquina de escribir, un joven y talentoso cineasta formado en Hawks, Ford, Hitchcock, Lang, Raoul Walsh que aprobó el guión, pero también, y como cosa natural, en Renoir, Jean Becker, Melville y especialmente en su maestro Robert Bresson, al que bien podría haber dedicado esta película tan especial.
Un policía y un ladrón. Nada nuevo en el mercado de las ideas. Un combate caballeresco o no, según se mire, de raigambres medievales, aunque los caballos hayan sido sustituidos por veloces automóviles. Defensa de la ley o venganza personal. Lucha de egos o desafío de habilidades. Silencios, miradas, persecuciones, lealtades, traiciones, sentimientos en escorzo, bosquejo de amores al minuto. Los personajes no tienen nombres, y de esa manera desaparece lo novelesco para sustituirlo, de manera entre behaviourista y existencialista, por una acción que lo define todo. 89 minutos en color y pantalla grande. Ryan O’Neal, casi un trasunto de Steve McQueen, un poco menos duro, un poco más especulativo, como el conductor que ayuda a escapar a sofisticados ladrones de banco o lo que sea; y Bruce Dern, una suerte de Richard Widmark, menos agresivo y más en pedernal, ni un milímetro menos duro, como su némesis, el policía que le persigue sin tregua. Al filo de la historia, dos damas: la inquietante, muy Édith Piaf, Isabelle Adjani, the player en la película, una jugadora que quizás pierda para ganar; y la menos conocida pero no menos esencial Ronee Blakley. Hay en ese anonimato de los personajes, el rol del Destino, la soledad de sus vidas, mucho del mundo nocturno y enigmático de los cuadros de Edward Hopper.
Walter Hill signó inolvidables películas en esa época. Se pueden ver a pares o a tríos: El luchador, Driver, Calles de fuego, The Warriors. Su huella está, es muy evidente, en Quentin Tarantino, tanto en Pulp Fiction como en Kill Bill.
PD: Drive, dirigida en 2011 por Nicolas Winding Refn, un cineasta interesante pero desaparecido en combate, con Ryan Gosling como O’Neal y Carey Mulligan, ambos excelentes, es un remake, confeso o no, de b, y muy bueno. Un buen programa doble. En menor medida pueden considerar también programar Baby Driver, y siempre Bullitt (1968).
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Driver (1978). Producida por Lawrence Gordon para Twentieth Century Fox. Dirigida y escrita por Walter Hill. Fotografía de Philip H. Latrop, en Color De Luxe y Panavision. Música de Michael Small. Montaje, Tina Hirsch y Robert K. Lambert. Coordinador de acción, Everett Breach. Interpretada por Ryan O’Neal, Bruce Dern, Isabelle Adjani, Ronee Blakley, Matt Clark, Felice Orlandi, Joseph Walsh, Frank Bruno. Duración: 89 minutos.
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Así es. Verla en pantalla grande es uno de esos inolvidables placeres que te da el cine.