Poco a poco, la idea de unos estados nacionales independientes, que no era nueva pero estuvo muy diluida en el pasado, cuajaba en la Europa de los siglos XV al XVI, a la que un italiano llamado Nicolás Maquiavelo había dado un importante toque práctico teorizando sobre lo que los gobernantes de la época hacían ya: conquistar el poder y mantenerse en él por encima de toda moral (Enseñé a los reyes a ser tiranos, pero también a los pueblos a librarse de ellos, escribió el cabroncete). Aquello señalaba sin paños calientes la realidad del Estado moderno, donde la religión católica funcionaba como un medio más, pretexto y herramienta de poder, y no como auténtica guía moral a la que atenerse. Sería injusto, sin embargo, decir que la Iglesia no contribuyó a los modernos sentimientos de nacionalidad. Al contrario: fue su eficiente organización la que a menudo facilitó escenarios y mecanismos administrativos, y el patriotismo popular se desarrolló vinculado al religioso, e incluso estimulado por él. El antiguo dulce et decorum est pro patria mori retornaba matizado. Ahora, morir por la patria era también morir por Dios, y viceversa. Cada vez más sometidos a los príncipes o conchabados con ellos, con un pie allí y otro en Roma, los obispos los ayudaban a gobernar, y unos y otros vivían felices como perdices. En cualquier caso, la idea de una nación-estado de la que los gobernantes sólo eran administradores temporales iba ganando terreno. España se había autodefinido con los Reyes Católicos, y Francia e Inglaterra cuajaban bajo la autoridad de sus monarcas. Alemania, adscrita al Imperio pero fragmentada en principados territoriales, aún buscaba su camino; mientras Italia, como escribió Jean Touchard, aunque dividida, redescubría el ideal de la unidad fuera de la perspectiva cristiana. En Escandinavia hubo un amago unitario que no funcionó, pero terminó definiendo a Suecia (que se hizo la más chula del norte), a Noruega y Dinamarca. A esas alturas, Hungría y Polonia tenían ya carácter propio; e Iván III, primer soberano que gobernó una extensa Rusia convertida en estado nacional, reivindicó la tradición romano-bizantina, se proclamó césar (o sea, zar) y empezó a transformar aquello en la gran potencia que acabaría siendo y que todavía es. En términos generales (para más detalles, acudan a historiadores de verdad) tal era el panorama de la Europa que se adentraba en el siglo XVI, y que giró en torno a tres grandes personajes: Carlos V, rey de España y emperador de Alemania (nieto de los Reyes Católicos), Francisco I de Francia (refinado y ambicioso, primer rey absolutista moderno) y un tercero que no era europeo, aunque ayudó mucho como enemigo: Solimán el Magnífico, soberano del poderoso imperio turco. Ellos fueron los tres grandes protagonistas de su época hasta que intervino un cuarto que pondría parte de aquel mundo patas arriba. Lo curioso es que éste no era príncipe ni papa, sino fraile alemán: un tal Martín Lutero, hombre atormentado, oscuro, que aún vivía en el escolasticismo medieval, ajeno a las luces del humanismo y el Renacimiento, pero que se había quemado las pestañas leyendo a San Pablo. Y el fulano triunfó por dos razones principales. De una parte, la Iglesia, desdeñando el efecto que sobre la puta chusma tenían la predicación y la enseñanza en lenguas locales, mantenía su estructura aristocrática y olvidaba tocar la tecla popular. Por otra parte, mientras los reyes poderosos amparaban a sus clérigos frente a las exigencias de impuestos y prepotencia de la Curia Romana, Alemania, fragmentada en pequeños estados débiles, era incapaz de proteger a los suyos; así que el alto clero se quedaba allí con la viruta, trajinaba nombramientos, vendía indulgencias y bienes espirituales. Protestó Lutero contra ese despelote fijando en las puertas de la catedral de Wittenberg sus famosas 95 tesis (año 1517), que fueron rápidamente impresas y difundidas (sin el invento de Gutenberg habría sido imposible). En Roma, grave error, se descojonaron del asunto, considerándolo querella de frailes; y tal vez no habría ido a más si no se hubieran dado dos circunstancias. Una, que los dominicos, o sea, la Inquisición, entablaron proceso contra Lutero, lo que dio a éste, que hasta entonces era un simple tiñalpa, una notoriedad extraordinaria. La otra fue que independizarse de Roma y del muy católico emperador Carlos significaba, para algunos príncipes alemanes, trincar ellos el negocio. Así que la Reforma les vino como pedrada en ojo de boticario. El elector Federico de Sajonia, señor natural de Lutero, fue el primero en frotarse las manos y amparar a su díscolo monje. Y éste, crecido, pidió que le aguantaran el cubata: rompió vínculos con Roma, lideró el nuevo movimiento religioso y abrió un abismo (que iba a ser sangriento) entre las naciones de Europa.
[Continuará].
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Publicado el 23 de junio de 2023 en XL Semanal.
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Hay muchas interpretaciones de Maquiavelo don Arturo. Desde los aprendices de brujo (empresarietes y politicastros) que, poniendo el librito como libro de cabecera, se quedan con lo que les interesa egoístamente, justificando todos sus desmanes, hasta los intelectuales como Pockoc («El momento maquiavélico») que ponen a Don Nicolás como nexo de unión entre la democracia clásica griega y el liberalismo del XVII, XVIII y XIX. De todo hay en la viña del señor.
Y luego está la cuestión debatida de que en quién se inspiró para su «Príncipe». Que si en Fernando de Aragón, que si en Lorenzo de Médicis, que si (permítanme el anacronismo premonitorio de don Nicolás) en Pedro Sánchez y su obsesivo y patológico apego al poder sin importar el medio, que si en César Borgia.
Y lo siento por ser tan pertinaz en paralelismos pero no puedo por menos. El Magnífico, usando a su albedrío el caballo-falcon o la carroza super-puma, pagados ambos por los florentinos. El Savonarola-Iglesias mandando a la hoguera a propios y a extraños y lanzando sus soflamas incendiarias y luciferinas desde su púlpito mediático. La historia y la histeria se repiten, parece. Bueno, todo tiene remedio… creo. Esperemos.
Respecto a Lutero, no quiero ser más pesado con paralelismos. Decir solamente que siempre hay algún Federico de Sajonia agazapado y a la espera para llevarse al pobre gato al agua.
Mientras, quedémonos con la interpretación de Pockoc que es más agradable que la tradicional interpretación del empresariete y el politicastro sin escrúpulos
Como siempre, estupendo artículo don Arturo.
Saludos.
Aprovechar un comentario a un artículo relativo al siglo XVI para exhibir las propias neuras sobre la política española actual sería risible si no fuera ridículo.
Pero la importancia fue que se tradujo la Biblia al Alemán y cada quien debía leer la Biblia, pero como la mayoría no sabía leer, entonces cada cristiano tenía que aprender a leer y cada cristiano tenía la obligación de enseñar a leer a cuantos pudiera.
He leido de que a Lutero en su lecho de muerte un religioso catolico (que no recuerdo su nombre) le pregunto cual religion era mejor. Respondio Lutero: «Para vivir la mia, para morir la tuya».
«Dulce y honorable es morir por la patria»
Que frase honrosa, lamentablemente, me animo a decir que en nuestro amplio mundo, nadie desea morir por la patria, excepto el pueblo Ucraniano que luchan y mueren por un futuro para ellos y sus hijos.
Sin ir muy lejos en mi país, Argentina, de esta frase inicial, los principales referentes políticos, utilizan otra frase para contraponer a esta:
«Soldado que huye sirve para otra guerra».
No le ponen el pecho a las balas ni soñando, pero eso sí, sus discursos son encendidos, diciendo a viva voz que ellos «¡tienen las que hay que tener!»…después salen custodiados por cuarenta guardaespaldas y dos carros de asalto…son una manga de muñecos de torta, cobardes.
Leyendo su atractivo resumen histórico señor Pérez Reverte, me transporta a esa época tan tortuosa, de la formación de los Estados, e imagino la vida de aquellos protagonistas, y creo no equivocarme al decir, que muchos, no todos, mantenían algunos estantandertes bien altos, como ser:
El honor, sostener la palabra empeñada, e incluso morir por un ideal.
Pienso que hoy, en este siglo XXI, estos valores, lejos están de existir. Ni siquiera digo que esté bien o mal; solo digo que estamos transitando otros tiempos, tal vez con valores parecidos, pero mucho más edulcorados, nos gusta mucho vivir en nuestra zona de confort, ¿para qué salirnos?
Cordial saludo amigos
Que pena que D. Arturo no lea Somnium, de Jorge Vedovelli. Qué pena tan grande.
Jajaja, «la puta chusma». Usted, yo, nosotros, todos. A los que los poderes fácticos, los de antes y los de ahora, que son eternos y muy parecidos nos la meten a la fuerza, hasta el fondo y sin lubricante. Y una leche vamos a morir por esa gentuza que manda, ordena, se forra y se escabulle cuando vienen mal dadas. Ya no. Es usted un genio don Arturo.
Maestro, aceca de : «… ayudó mucho como enemigo: Solimán el Magnífico,» Reza el dicho que «… un mal amigo dura lo que debe pero, un buen enemigo, te mantendrà entretenido toda tu vida».