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Cincinnati Kid vs. The Man

Finales de los años 30. Nueva Orleáns. La Gran Depresión sigue golpeando duramente a las ciudades, los pueblos y la gente de los Estados Unidos de América. Pero con pobreza o sin ella, los sueños no caducan y el deseo de gloria, de ganar a los más grandes, tampoco. Es marca de fábrica de país. All for the winner. Una de esas formas de desafiar al caprichoso Destino es el juego, el juego de cartas, y en especial el póker, el juego americano por excelencia.

Robert Rossen, un blacklisted, dirigió en 1961 un poema homérico sobre esos temas, cambiando las cartas por las bolas de billar y el seductor tapete verde de salas llenas de humo de cigarros, olor un tanto agrio del alcohol consumido y una jerga de mirones sabihondos. En ese poema homérico, The Hustler (El Buscavidas), Fast Eddie Felson, un joven arrogante, brillante jugador de billar, desafía a una leyenda del billar, Minnesota Fat, El Gordo de Minnesota. Rossen adaptó una excelente novela de Walter Tevis y contó para su poema con Paul Newman, Jackie Gleason, un Gordo inolvidable, George C. Scott, y Piper Laurie como Sarah Packard, no menos inolvidable. Porque en este tipo de poemas siempre hay una mujer, lo más valioso tras la fachada de la gloria y el vencedor, lo único que merecería de verdad la pena, y cuando se mira a Piper Laurie, frágil, sensible, enamorada, perdedora por amor, uno comprende que el rápido Felson, aunque ganara, perdería. Años más tarde Scorsese, uno de los muchos admiradores del poema de Rossen, adaptó otra novela de Tevis, un maravilloso novelista, El color del dinero, una suerte de comeback de Felson que le valió un Oscar, el primero, a Newman, muy postergado por sus supuestos pares de Hollywood. El color del dinero no es un poema, sólo una estimable película.

"Ransohoff quería a Spencer Tracy para The Man, pero su declinante salud le hizo tirar la toalla y allí apareció otro ilustre veterano, Edward G. Robinson"

Volviendo a Nueva Orleáns y al final de los grises años treinta, también encontramos a un tipo joven, cuyo apodo ya nos dice todo, Cincinnati Kid, arrogante, desafiante, que quiere vivir rápido, sin estaciones intermedias y retar al mejor, en ese juego a vida y muerte de estrategias, fintas, mentiras, faroles y sorpresas que es el póker. El mejor en eso es, indiscutiblemente, Lancey Howard, The Man.

La historia sale de otra buena novela, escrita por Richard Jessup. La adaptaron al cine —por entonces, mediados de los años 60, aún trabajaban para Hollywood los mejores— dos tipos singulares y bien diferentes. Ring Lardner Jr. era otro señalado por la lista negra del sinvergüenza del senador McCarthy, y el otro, Terry Southern, era una de las jóvenes esperanzas de eso que se llamaría el nuevo periodismo. La producción de la película, con un productor tan flamígero como Martin Ransohoff, fue, como mínimo, accidentada. Cambió el escenario de San Luis, Missouri, por New Orleans, buscando el tempo, el color, el hábitat del jazz. Eso lo refleja maravillosamente la banda sonora compuesta por Lalo Schifrin, y no digamos el tema principal, que cuenta con la voz inolvidable de Ray Charles. En el reparto aparece otro grande, Cab Calloway, y podemos disfrutar de Sweet Emma Barrett, cantando y al piano, con The Preservation Hall Jazz Band. Uno cierra los ojos, toma un sorbo de bourbon y ya está en esos años treinta en que cuando all is hot, play it cool.

"El rey del juego confronta al Chico de Cincinnati con dos damas, dos mujeres, dos actrices bien diferentes, dos personajes con los que se juega mucho"

Ransohoff quería a Spencer Tracy para The Man, pero su declinante salud le hizo tirar la toalla, y allí apareció otro ilustre veterano, Edward G. Robinson, que le dio al personaje un halo de decadencia peligrosa y oscura. El productor con la poderosa MGM logró ensamblar un reparto formidable, combinando talento joven como Steve McQueen, Ann-Margret Tuesday Weld junto a ilustres veteranos como Robinson, el formidable Karl Malden o Joan Blondell, maravillosa Lady Fingers, y a duros tipos característicos como Rip Torn o Jack Weston. Para dirigir Cincinatti Kid (El rey del juego), Ransohoff eligió a un joven y emergente cineasta, Sam Peckinpah, y con él llegó un huracán de conflictos. Se empeñó en rodar la película en blanco y negro. De esa manera quería restituir el tono de la época de la Depresión, y cuando chocó con Ransohoff, según el productor se dedicó a filmar largas y explícitas secuencias del actor Rip Torn con el personaje de una prostituta. Peckinpah fue despedido y se contrató a Norman Jewison, que hizo un estupendo trabajo, rodando la película en color. Jewison, un artesano ilustrado, muy sensible a la transición de comedia a melodrama, capaz de aliar sequedad con sentimentalidad, era capaz como pocos para captar el color de los ámbitos sofocantes, como lo demostró con En el calor de la noche o Hechizo de luna. Entendió la textura dramática de la historia, el calor húmedo, moralmente brumoso de Nueva Orleáns, los suburbios, el submundo de las peleas de gallos, los tugurios con dinero mil veces gastado, la prostitución o el desarraigo existencial, tanto como el silencio rebelde, obsesivo, orgulloso del Chico de Cincinnati, dando un espacio de actuación legendaria a Robinson y a Steve McQueen, en uno de sus mejores personajes falsamente cool.

Les contaba que en estas historias de ganar y perder, de obsesiones imposibles, siempre hay una mujer que marca la diferencia, que justifica porque se pierde aun ganando, y se gana aun perdiendo. El rey del juego confronta al Chico de Cincinnati con dos damas, dos mujeres, dos actrices bien diferentes, dos personajes con los que se juega mucho el austero pero arrogante profesional del póker. Ann-Margret y Tuesday Weld. Melba y Christian. El fuego de una pelirroja sin barreras, la mujer prohibida de Shooter (Malden), su mentor y la sensibilidad de una rubia que promete cierta intimidad para el futuro, su chica, con la que quizás no se llegue a la cumbre sin pagar su peaje. Pero el Chico de Cincinnati quiere siempre algo más, y eso sólo se lo ofrece el juego duro y puro. The Man contempla todo con la distancia del tiempo y la experiencia, el nuevo y peligroso gallo en el corral; hay que jugar todas las bazas, de todo tipo, porque perder o ganar no es bastante sino cómo hacerlo de manera que el mensaje se entienda por doquier. El Chico de Cincinnati, si vuelve a la calle, ya no será el mismo, y si gana también habrá cambiado: cuando te lo juegas todo, tus sueños, y has pagado peajes en el camino, la vida tiene un sabor muy amargo, por mucho que ya lo hayas saboreado alguna vez.

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The Cincinnati Kid (El rey del juego, 1965). Producida por Martin Ransohoff para Metro-Goldwyn-Mayer. Dirigida por Norman Jewison. Guión de Ring Lardner jr. y Terry Southern, adaptando la novela de Richard Jessup. Fotografía de Philip H. Lathrop, en Metrocolor y Panavisión. Música de Lalo Schifrin. Montaje de Hal Ashby. Vestuario, Donfeld. Dirección de arte, Edward Carfagno y George W. Davis. Interpretada por Steve McQueen, Edward G. Robinson, Ann-Margret, Karl Malden, Tuesday Weld, Joan Blondell, Rip Torn, Jack Weston, Cab Calloway, Harry Wilson. Duración, 102 minutos.

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José Antonio Gómez Yáñez
José Antonio Gómez Yáñez
10 meses hace

VEo que la fecha de la crítica es el 28 de julio de 2023. Justo cinco días antes vimos una excelente partida en España. Recordó a E.G. Robinson, The Man. Un jugador frío pierde casi todas las manos en mayo, en la mano final lo arriesga todo, porque conoce a su rival, sin ver las cartas. Conoce las reglas del juego, domina la mente del oponente porque lo observa y aprende cómo juega. Al final, gana el lance porque sabe cómo hacerlo. Como las reglas del juego. Robinson crea el arquetipo del jugador. Nuestro hombre domina su juego y es el mejor en su tablero. No queda nadie vivo tras salirle al paso.
No creo que Torres Dulce rescatará de su memoria esta imponente película en esas fechas de forma casual, tal vez inconsciente, eso sí. Fue una partida imponente.
Un saludo