La reina de la novela negra escandinava, Camilla Läckberg, regresa a las librerías con la undécima entrega de su serie ‘Crímenes de Fjällbacka’, cuyo último título, La bruja, salió de la imprenta hace ya la friolera de cinco años. Así pues, los seguidores de su pareja de personajes, la novelista Erica Falck y el policía Patrik Hedströn, podrán celebrar su regreso leyendo una historia en la que hay dos asesinatos: el de un fotógrafo famoso y el de una mujer transexual.
En Zenda ofrecemos las primeras páginas de El nido del cuco (Maeva), de Camilla Läckberg.
***
Observaba las fotografías. Sabía que Vivian estaba enfadada porque él había decidido que no irían a la fiesta, pero, sencillamente, no era capaz. Al final, había llegado el momento y se había visto obligado a buscar la verdad. Tal vez hubiera debido hacerlo muchos años atrás.
Muy despacio y con sumo cuidado, fue sacando las fotografías enmarcadas, una tras otra. Las colocó a lo largo de la pared y las fue contando. Dieciséis. Estaban todas.
Dio unos pasos hacia atrás y se quedó contemplándolas. Luego se volvió hacia los otros marcos que tenía, más sencillos. Sus representantes. Fue escribiendo en pósits el nombre de cada una de las instantáneas, con letras grandes e irregulares. Después los pegó a los marcos con cinta adhesiva. No necesitaba las fotografías para verlos allí mismo, mientras los iba cambiando de sitio por las paredes blancas de la galería. Tenía grabada en la retina cada foto de la próxima exposición, y podría sacarlas todas de la memoria sin problemas y verlas con total claridad.
Le llevaría muchas horas colgar los cuadros de la exposición, seguramente hasta bien entrada la noche. Lo sabía, y mañana pagaría un precio por ello. Ya no era joven. Pero sabía también que, dentro de dos días, en la inauguración, se sentiría más liviano y más libre que en muchos años.
Las consecuencias de lo que había decidido hacer resultarían dramáticas. Pero él no podía tener en consideración algo así. Se había pasado muchos años teniendo demasiada consideración. Todos habían vivido a la negra sombra de sus mentiras. Claro que ahora corrían el riesgo de quedar destrozados, pero él pensaba desvelar aquellas verdades pese a todo. Las suyas y las del resto.
Por lo demás, nunca se había sentido tan libre como en ese momento en que, con sumo cuidado, fijaba el pósit con la palabra «culpa» a uno de los marcos.
Ni siquiera la muerte le daba miedo ya.
Erica Falck se estiró. El calor de la cama la tentaba a quedarse allí tumbada, pero le había prometido a Louise Bauer que se verían para un powerwalk dentro de una hora más o menos. A saber por qué había accedido a algo así. Pero seguramente Louise estaría estresada y le iría bien hablar.
—¿De verdad que tenemos que ir a lo de esta noche?
Patrik se lamentó a su lado y se tapó la cara con la almohada. Erica lo apartó y le golpeó con ella con suavidad.
—¡Si va a ser estupendo! Comida muy rica, vino del bueno, tu mujer bien vestida, por una vez…
Patrik cerró los ojos con una mueca de disgusto.
—Son unas bodas de oro, Erica. ¿Qué clase de fiesta es esa? Un montón de invitados repipis y un sinfín de discursos interminables. Ya te imaginas qué clase de personas nos vamos a encontrar.
Volvió a lamentarse.
—Pues vamos a ir de todos modos, así que más te vale hacer de tripas corazón y adoptar una actitud positiva —replicó ella.
Pensó que se había pasado de enérgica, así que se acercó al lado de la cama de Patrik. Le acarició el pecho. El corazón le latía con fuerza allí dentro; costaba creer que hubo un tiempo en que había tenido problemas y, pese a todo, la preocupación siempre estaba presente.
—Louise espera que vayamos. Además, me encanta verte de traje. Estás guapísimo, sobre todo con el azul marino.
—Anda ya, so aduladora.
Patrik la besó despacio, primero en los labios, antes de pasar a un beso más profundo. La atrajo con fuerza y Erica sintió la calidez y la suavidad que su marido le transmitía por todo el cuerpo.
—Los niños pueden llegar en cualquier momento —murmuró con la boca pegada a la de él.
Patrik respondió echando el edredón sobre los dos. Enseguida empezaron a sentir el calor; nada más existía aquella burbuja, solo ellos dos. Sus cuerpos. Sus labios. Su respiración.
Hasta que un golpe sordo confirmó lo que Erica había vaticinado.
—¡Ezcondite!
Noel gritaba de felicidad y daba saltos en la cama. Enseguida apareció Anton como una bala de cañón y aterrizó con puntería en la joya más preciada de Patrik.
—¡Ay, pero me ca…! —Guardó silencio al ver la mirada de su mujer—. ¡Qué caramba!
Noel y Anton se partían de risa. Erica suspiró sonriente. Patrik y ella habían disfrutado de unos segundos a solas, tendrían que conformarse. Se inclinó sobre los pequeños y empezó a hacerles cosquillas mientras ellos aullaban como lobos.
—He intentado que se queden sentados viendo la tele, pero en cuanto me he levantado a por un yogur, se han largado.
Maja apareció en la puerta con el camisón del unicornio mientras los miraba resignada.
—Cariño, no tienes por qué encargarte de ellos por las mañanas, deja que se levanten solos —dijo Patrik, y le hizo una seña para que se acercara.
Maja dudó al principio. Siempre tan responsable. Luego se le dibujó una sonrisa, se abalanzó ella también sobre la cama y se sumó al juego. Erica y Patrik se miraron por encima de la cabeza de los niños. Tenían una familia perfecta. Perfecta por completo.
—¿Crees que llamarán antes o tendremos que esperar al jueves? Ya sabemos que a veces avisan…
Henning Bauer tamborileaba con los dedos en la mesa. Era el primer fin de semana de octubre. Al otro lado de la ventana campaba el otoño, y unas olas grises coronadas de espuma blanca azotaban las rocas lisas de la pequeña isla. Su isla.
Miró a Elisabeth, que estaba sentada a su lado con la taza de té en la mano.
—Nos han dicho que soy uno de los cinco finalistas. Lo que no significa que vaya a ganar, claro está. No tenemos ninguna garantía. Pero, si es así, tengo un veinte por ciento de probabilidades.
Los dedos seguían repiqueteando sobre la mesa.
Su mujer tomó un sorbito de té. Henning admiraba esa calma. Aquella siempre fue la dinámica interna de la pareja cuando se trataba de su obra literaria. Él se alteraba, ella lo calmaba. Él se preocupaba, ella le daba garantías.
Henning siguió con el repiqueteo de los dedos a la espera de que ella respondiera. Necesitaba su confianza. Necesitaba que le dijera que todo iba a salir bien.
Después de tomar unos sorbitos de té, Elisabeth dejó la taza en el plato muy despacio. Llevaban toda la vida de casados tomando el té en esas tazas. Eran uno de los incontables obsequios que les hicieron con motivo de su espléndida boda, y Henning era incapaz de recordar quién se las había regalado.
Fuera, una ola se alzó más potente que las demás y arrojó una cascada de agua contra la ventana panorámica que ocupaba todo el lateral más largo de la casa. La sal del mar siempre dejaba marcas en el cristal, y Nancy, la criada, siempre estaba ocupada tratando de mantenerlo limpio. El archipiélago era implacable con su carácter caprichoso; era como si siempre estuviera tratando de apartar la civilización y de recuperar el territorio perdido.
—No te preocupes, cariño. Llamarán hoy o mañana, o quizá esperen al jueves. O a lo mejor no llaman. Pero si llaman, cosa que yo, lógicamente, creo que harán, tienes que hacerte el sorprendido. No puedes dar a entender que sabíamos que figurabas en la lista definitiva.
Henning asintió con la mirada fija en el cristal.
—Claro que no, cariño. Claro que no.
Siguió tamborileando un ritmo indescifrable a la vez que observaba el dibujo que el agua dejaba en el cristal. Uno de cinco. Debería estar satisfecho con aquello, pero, dado que sabía lo que tenía a su alcance, lo que podía darle una simple llamada telefónica, casi le costaba respirar.
—Anda, vamos, come un poco —dijo Elisabeth acercándole una cesta de pan recién hecho—. Tenemos un largo día por delante, por no hablar de la noche que nos espera, y no quiero enterarme de que te duermes a las diez sentado a la mesa.
Henning alargó la mano en busca de un bollo. Era lo bastante sensato como para obedecer a su mujer. Untó una buena capa de mantequilla, que se derritió enseguida.
—Esta noche vamos a bailar —dijo con la boca llena de pan, y le lanzó un guiño a Elisabeth, que esbozó una sonrisa.
—Esta noche vamos a bailar.
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Autora: Camilla Läckberg. Título: El nido del cuco. Traducción: David Muñoz Mateos. Editorial: Maeva. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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