En este libro hay cuatro ingredientes básicos: cosas que pasan, cosas que se dicen, cosas que piensa el protagonista y frases redondas que parecen relucir en el cielo como si las dejara la estela de una avioneta. Y luego está lo que piensas tú, lector, lectora, cuando las lees: te partes de risa hasta que empiezas a llorar. Así que cuidado con La lengua entre los dientes (Círculo de Tiza), la autobiografía ficcionada (o no) de Guillermo Alonso.
Y, ¿qué pasa? La vida de Guillermo. Películas en Super 8 de su vida, de una parte de su vida; solo ilumina una parte, y ahí está el primer atisbo de genialidad: en elegir qué parte y cómo se ilumina. Escribir sobre uno mismo parece fácil, ¿verdad?
Pues no lo es, es lo más difícil del mundo, precisamente porque tenemos demasiado material y hay que practicar la técnica del impresionismo. Guillermo es periodista, y quizá tiene ya el impresionismo muy asumido. Hablando de lo que es Guillermo, diré que, además de periodista, ha publicado dos novelas, que es de Pontevedra, vive en Madrid y está acostumbrado a viajar en autocar noroeste-centro, centro-noroeste. Y se acabó. Eso es todo lo que necesitamos saber sobre Guillermo para leer este libro. O no necesitamos saberlo, porque lo iremos descubriendo, eso y lo demás: que Guillermo es el protagonista de escenas surrealistas a lo Buster Keaton o de escenas dramáticas, como de melodrama total. También conoceremos las once casas de su padre: la primera casa de Lisboa y la segunda, y la de la aldea y la de Marruecos y la de la playa y la de la playa otra vez. Y la vida de su padre, que va y viene, en la que el protagonista solo puede meter la nariz de vez en cuando. Y a su padre misterioso. Y a las mujeres —nada misteriosas— de su padre. Y a la otra familia de su padre. Y a su padre solitario; su padre en el hospital; lo que deja su padre.
Cuidado con las cosas que se dicen.
Los diálogos. Pequeños, construidos a toda velocidad, ¿verdad?
Pero no, construidos con conciencia, con conciencia narrativa. Los diálogos te dan un respiro entre todas esas cosas que pasan, porque en el libro todo el tiempo pasan cosas, aunque sean cosas nimias, aunque sea ir al supermercado a comprar pasta de dientes, aunque sea que te regalen una taza de Starbucks, todas las cosas tienen un significado y los diálogos te hacen detenerte y coger aliento. Diálogos inesperados, absurdos. Con el viejo que se le insinúa en el metro. Con los tipos que conoce en chats. Con la gente del programa de televisión. Con su padre.
Cuidado con las cosas que piensa el protagonista.
Que no deja de pensar en todo el libro, piensa sobre si ama a ese chico o no, por qué el malote de la clase lo maltrata o por qué en Tailandia todos los hombres parecen homosexuales. Ah, el despertar de la sexualidad, otro tema. Pero no se puede hablar del despertar de la sexualidad con Guillermo, es una frase hecha, rimbombante y vacía. Más bien yo diría que todo el libro es la búsqueda del yo que es Guillermo Alonso. Quién soy, quién querría ser; sexo, amigos, amor, familia, escritura, periodismo.
Pero de nuevo esto no es verdad, porque está contado de tal forma, todo fluye tan bien, que no te das cuenta de que Guillermo te está haciendo partícipe de sus angustias vitales. Solo ves a un tipo tímido que quiere parecerse a no sé qué actor de segunda, y a quien le suceden todo tipo de situaciones rocambolescas.
Cuidado con las frases de estela de avioneta.
“La rabia es un sentimiento interesante, hasta cierto punto parasitario: impregna todo lo demás hasta conseguir que parezca que no existió nada más que ella”.
“… yo en una novela admiraba el hueso, que me seducía mucho más que la piel y el músculo”.
Y hay más, salpicadas entre la acción y los diálogos. Pocas, pero que dejan su estela.
Y sobre todo, cuidado con lo que sientes al leerlo.
Sientes que eres Guillermo y tienes que trabajar en una productora loca de televisión, porque conociste a un tipo en un chat de ligues en Internet y te consiguió tu primer trabajo y estás agradecido, pero el productor no aparece, el guion es un despropósito, no hay presupuesto y se hace un concurso televisivo que no ve nadie.
Y además, qué carajo, tú no eres Guillermo, eres la lectora que está leyendo la vida de Guillermo y se te caen las lágrimas de la risa y, a la vez, te entran ganas de abrazarlo y consolarlo. Eso es otra genialidad: la risa. Provocar la risa. En España se escribe poco para hacer reír. Empiezo a mirar quién ha escrito sobre hacer reír y me topo con una conferencia de Bryce Echenique en la que citando a Kafka —y no sabemos si la cita es apócrifa, lo cual también es hilarante— dice: “Los recuerdos bonitos mezclados con un poco de tristeza saben mucho mejor. Así que en realidad no estoy triste, sino que soy un sibarita”.
Me gusta, encaja con el protagonista de esta historia, que es, ante todo, un ser libre y nada cínico y lleno de curiosidad por observar la vida y los muy locos e incongruentes comportamientos de la gente que lo rodea. Y con esto tienes bastante para ir corriendo a comprar el libro y llevártelo de vacaciones a la playa, que es un lugar muy apropiado para disfrutarlo, o también en un tren hacia Benidorm, o mejor aún, en el autocar que te lleva a Galicia.
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Autor: Guillermo Alonso. Título: La lengua entre los dientes. Editorial: Círculo de Tiza. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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