Todos somos autores y directores geniales hasta que nuestra obra se estrena y se nos desvela la distancia entre lo que queríamos contar, lo que está ocurriendo en el escenario y la reacción del público.
“Nuestra mejor guía la llevamos dentro de nosotros mismos: nuestra sensación de aburrimiento. Podemos reconocer inmediatamente un tostón mortífero por el modo en que repite machaconamente sus ideas e historias, usando cada vez más palabras.”
Propongo instalar una placa con esta frase en el hall de todos los teatros. Hemos normalizado el aburrirnos con la esperanza de que vislumbraremos en algún momento el traje del emperador. Soportamos homilías llenas de corrección política para demostrar nuestro compromiso con las causas de moda y terminamos la función en pie en el patio de butacas, aplaudiéndonos los unos a los otros, celebrando que el sermón ha terminado y podemos ir en paz a tomar una caña.
Aunque bueno, si no queda otro remedio que aburrirse, podemos aplicar la estrategia que relata el autor en su visita a la ópera de Berlín. Los ricos, vestidos con sus mejores galas, se saludan cortésmente en el hall, celebran su presencia en el teatro, la importancia de lo que van a ver y, en cuanto comienza la representación, se quedan profundamente dormidos en la butaca.
Este comportamiento les prepara para sus reuniones sociales: “Comprendí que para los ricos la ópera no era solo un trago soporífero, sino una valiosa preparación para las conversaciones cultivadas en los banquetes posteriores”.
Un amigo actor contaba que la obra no se monta en los ensayos, la obra “son los ensayos”. Los ensayos son el lugar donde todo se crea o todo se marchita.
“Los intérpretes que repiten lo que funcionó el día anterior, portan ya en su acción el beso de la muerte. La elección entre lo mortífero y lo vivo”.
Este peligro, que también acecha cuando se están haciendo las funciones, se puede conjurar con un mensaje muy sencillo: “presta atención”; “la vida no puede repetirse nunca. Cada momento lleva en sí la posibilidad de una nueva creación”.
Una historia que nos trasmite la emoción de esos momentos mágicos que ocurren en los ensayos y que nos vuelven a enamorar con el complejo oficio de crear arte nos relata un ensayo de la Filarmónica de Berlín, que está ensayando sin su director. Los músicos terminan de ejecutar una pieza, hay un silencio, se miran, pasan páginas de la partitura, contemplan sus instrumentos. Esa sensación en el estómago que te indica que no estás en el lugar que esa música requiere. Vuelven al principio y ejecutan la pieza de nuevo. Esta vez la interpretación es maravillosa, “se relajaron y la música vivió entre ellos”. Algo había cambiado. Entonces uno de los músicos se da cuenta de que una figura les observa desde la oscuridad del patio de butacas. El director ha entrado silenciosamente en el teatro y les acompaña oculto en la oscuridad: “la pura calidad de su escucha llenaba el espacio, orientando e inspirando a la orquesta. Salvo la situación.”
El libro se completa con un epílogo de Pablo Messiez y unas muy útiles notas de la traductora Diana I. Luque. Les invito a saborear estas páginas y buscar las ideas que más les emocionan o les sean útiles, porque no todos llegaremos a ser maestros, como Peter Brook, pero todos podemos ser discípulos del teatro.
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Autor: Peter Brook. Título: Tocar de oído. Traductora: Diana I. Luque. Editorial: Continta me tienes. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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