Primera sesión del día de estreno de Oppenheimer. Estamos unas 15 personas en la sala. Cuando uno tiene mucho interés en ver una película, mucho más en el cine, en pantalla grande, las expectativas muy altas te lo pueden arruinar todo, sobre todo si uno lee antes las críticas. Veo en las tres horas de metraje a un personaje contradictorio, ambicioso, que cree en su talento y que es el autor científico de la monstruosidad de la bomba atómica, la barbarie de Hiroshima y Nagasaki.
Robert Oppenheimer, un hombre de complexión débil y ascética, poseía un carisma y encanto personal que utilizaba siempre a su favor. Lo subrayan Kai Bird y Martin J. Sherwin en Prometeo americano: El triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer.
Hay un párrafo del libro que edita Debate que resume a la perfección el espíritu del libro ante los ataques a las dos ciudades japonesas. Es este:
“Es imposible saber cuál habría sido la reacción de Oppenheimer si hubiera sabido que la víspera del bombardeo de Hiroshima el presidente sabía sin duda alguna que los japoneses «buscaban la paz» y que el empleo militar de las bombas atómicas en ciudades era más una opción que una necesidad para terminar la guerra en agosto. Lo que sí sabemos es que, después de la guerra, Oppie llegó a la conclusión de que la información que tenía era confusa, y ser consciente de ello le sirvió como recordatorio de por vida de que, en adelante, era su obligación mostrarse escéptico ante lo que le dijeran los funcionarios del Gobierno”.
¿Engañaron a Oppenheimer? Sí, claro. Los días anteriores al lanzamiento de las bombas, el científico se mostraba inquieto, taciturno; sabía que Little Boy y Fat Man eran dos artefactos demoledores, pero en la carrera por ser quien creaba primero la bomba atómica no duda en capitanear el Proyecto Manhattan en Los Álamos, en el desierto de Nuevo México. Y el 6 de agosto se congratula de que haya estallado, pero luego le pesa cada día, en cada momento, el horror con los muertos y los efectos de la radiación.
El 16 de octubre de 1945, apenas dos meses después del ataque atómico, mostraba su arrepentimiento ante la utilización del armamento nuclear en el nuevo escenario de la Guerra Fría. “Llegará el día en que la humanidad maldiga los nombres de Los Álamos e Hiroshima”. Lo dice el hombre que un día después de la bomba de Hiroshima se convirtió en el ser humano más famoso del planeta; un hombre que quedó destrozado por sus actos. Y los espectros de Hiroshima y Nagasaki aparecen y desaparecen. Las víctimas, los hibakusha, quedan una vez más arrinconados.
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