Quería Juan Luis Cano (Madrid, 1960), la mitad de Gomaespuma, escribir una novela sobre el auge y la caída de los bulos. Se le resistía encontrar el botón rojo que detonara el proceso creativo hasta que, ¿oh, milagro?, se topó en la red con un documental sobre las apariciones de la Virgen en Garabandal. Armó una historia, la llamó Yo fui santa, la ha editado con Menoscuarto y ha sido finalista del Premio Ateneo-Ciudad de Valladolid. El periodista, escritor, humorista, guionista, etcétera, nos ubica en un pueblo minero leonés, en un ecosistema terriblemente opresor, lleno de hijos de Belcebú, en el que una niña, por cosas que paso de destripar, afirma que ha visto a María de Nazaret en un árbol. Mintiendo a conciencia y, a la vez, como método de escapismo. Método fallido, por supuesto: la bola de nieve/lodo aumenta su tamaño de forma voraz, una panda de chupópteros la dopan y, en fin, que se monta un quilombo tocho. Sobre Yo fui santa conversamos en una plaza del centro de Madrid, en una tarde/noche de julio, con los termómetros marcando unas temperaturas que rozan lo anticonstitucional.
—Señor Cano, ¿cuán importantes son los crédulos a la hora de que una mentira triunfe?
—Son fundamentales. Hay que diferenciar entre los crédulos por devoción y los crédulos por necesidad. La desesperanza te puede llevar a la creencia sin matices. Hay gente que necesita creer en algo para…
—Para tener un asidero.
—Exacto. Y luego hay gente que no, que es crédula porque le falta espíritu crítico. Y el espíritu crítico, en la vida, se adquiere con la cultura y con la información.
—¿Es más fácil engañar el hombre libre que el oprimido? Igual la pregunta es una perogrullada…
—(Piensa) Pues tampoco te creas que es tan de Perogrullo. La libertad también tiene sus riesgos. Tú puedes libremente elegir ser un esclavo en tanto en cuanto no tengas preparación, o sea, cultura. Todo pasa por la educación y la cultura. Todo. Entonces, no sé… Evidentemente, la respuesta enlaza con la anterior pregunta: puedes tener la necesidad de creer en algo porque necesitas un asidero. Ese sería el caso de las personas oprimidas: necesitan una escapatoria.
—Cuando el hombre oprimido sale del desengaño, ¿puede llegar a ser más violento que el libre?
—No lo sé, no soy amigo de las generalizaciones.
—Pienso, por ejemplo, en las revoluciones…
—Eso es revancha. Y la revancha puede ser muy violenta y muy injusta, claro. Es el efecto del muelle. Cuando aprietas, aprietas y aprietas, el rebote, cuando sueltas, es mucho más grande. La vida de los seres humanos es como un cable. Tú estás sujetando de los dos lados. Cuanto más lo vas enrollando, la tensión es cada vez mayor. Cuando eso lo sueltas, ¡paf!, pega un latigazo. Y eso es lo que pasa cuando la gente, tras ser oprimida, triunfa o se libra de esa opresión.
—El ambiente en el que se desarrolla la trama de Yo fui santa, desde el que narra la niña protagonista, es terriblemente opresor.
—Es muy opresivo, sí. Es lo que quería para justificar su postura, su salida. Realmente, la gran mentira de la novela surge por necesidad. De no haber creado, previamente, un ambiente así, un ambiente opresivo y asfixiante, creo que la historia hubiera perdido verosimilitud.
—El padre de la protagonista “trabajó en la mina y el carbón tiznó sus manos, su cara, su ropa y su alma”. ¿Qué aporta a la novela el mundo de los mineros?
—Contribuye a crear ese ambiente social, ese ecosistema de gente muy sacrificada, que pasa la mayor parte de su vida en unas condiciones extremas, sin luz, bajo tierra, y que cuando sale a la superficie no tiene nada que hacer. Eso me ayudó a crear el clima de la novela.
—Por su parte, la madre se convierte “en una enemiga frente a la que cabían tres opciones: el combate, la retirada o la rendición”.
—La madre es una narcisista de libro. He retratado a una persona narcisista de pe a pa. Tú te coges un tratado sobre el narcisismo, te lees las características de la persona narcisista, y es que no hay ni una característica, ni una, que no le venga como un neopreno. También me ha ayudado bastante a construir la historia. Es una muleta importante en la trama principal.
—Junto a una corte de chupópteros que orbita en torno a la cría: el cura don Baudilio, la gorda rica…
—Cuando construyes una historia, ya sea para escribirla, para filmarla o para contarla de voz, necesitas lo mismo que para construir una casa: necesitas unos planos, un diseño; luego, una estructura, que es la trama principal, y después, los ladrillos, que son todos los personajes secundarios, con sus subtramas, que van cerrando la estructura. Esos son los ladrillos.
—Unos ladrillos que, salvo el hermano, la tía y el cura jipi, son unos hijos de puta.
—(Risas) Bueno, y la amiga, la madre de la amiga y el Franchute.
—Le he escuchado decir que se inspiró para escribir esta historia viendo un documental.
—No exactamente. Yo ya sabía que quería contar en una novela cómo nace y cómo se muere un bulo, pero no tenía muy claro qué contar, en qué basarme para contar eso. Entonces, un día estaba viendo un documental en internet sobre las apariciones de la Virgen en Garabandal, y dije: “Una aparición mariana me viene al pelo. No hay una historia que me venga mejor”.
—Y se puso a investigar.
—Absolutamente. He leído libros y he visto documentales sobre Garabandal, sobre El Escorial, a donde fui, sobre Fátima, sobre Lourdes, sobre Medjugorje, a donde también fui…
—¿Qué conclusiones sacó?
—Mira, el proceso es exactamente igual. No son conclusiones, sino hechos fehacientes. Y el proceso es así: primero, los visionarios o las visionarias son niños o personas muy incultas; luego, la Virgen siempre se aparece en alto, nunca a ras de suelo, ni bajo el agua ni en el Sálvame Deluxe; luego, en cuanto eso empieza a tener un poquillo de repercusión, la Iglesia niega y hace lo posible para que el visionario se retracte; después, siempre aparece un mecenas dispuesto a poner la pasta para que eso crezca, con una segunda intención: ganar más dinero con construcciones inmobiliarias o con negocios circundantes a la aparición mariana; después, aparece un cura, al que llaman “cura del ambiente”, que se convierte en el guía espiritual del visionario, y si la Iglesia ve que eso es imparable, termina por aceptar y apoyar; si no, muere por sí solo. Pero fíjate qué fuerte, tío: hay casos, como el de Garabandal, en el que las niñas visionarias dijeron que era mentira, y la gente sigue yendo en peregrinación. ¡Es alucinante! O el caso de El Palmar de Troya. Después de que se viera que era un borracho, un menda, el que soltó una gran mentira que buscaba única y exclusivamente sacar dinero, sigue habiendo devotos de El Palmar. ¿Por qué ocurre eso? Porque hay mucha gente muy desesperada, a la que todo le ha fallado. Incluso la Iglesia. La Iglesia oficial, quiero decir. Entonces, cuando todo te falla en la vida… Hay gente que se agarra a esto, hay gente que se mete en la droga…
—Entonces, a ojos de la Iglesia, ¿una aparición es más creíble en cuanto empieza a ser rentable?
—No creo que la Iglesia haga nada que no le saque rentabilidad, espiritual o material. La Iglesia siempre juega a caballo ganador. La Iglesia como entidad. Otra cosa son los miembros de la Iglesia. Hay gente, y conozco a muchos de ellos, que se deja la vida por los demás. He conocido a curas en Hispanoamérica, en África, en Asia… Fíjate, la gente que lleva los proyectos de la Fundación Gomaespuma en Sri Lanka son religiosos. Con ellos voy al fin del mundo. ¿Pero eso es la Iglesia oficial? No. La Iglesia oficial, entre otras cosas, es la que matricula indebidamente sus bienes, la de la Banca Vaticana, la que encubre la pederastia… Luego tiene cosas buenas, eh.
—Y esa Iglesia bipolar, en su novela, queda reflejada en don Baudilio y en el cura jipi.
—Totalmente. Al final, cuando se escribe, aunque te estés inventando la historia, aunque sea ficción pura y dura, uno tira de sus recuerdos, de sus vivencias y de su manera de ver la vida. Es muy difícil escribir, aunque estés escribiendo sobre una galaxia lejana y sobre marcianos, sin referentes tuyos.
—¿La religión dejó de ser el opio del pueblo?
—La religión existirá en tanto en cuanto el hombre tenga cosas en la vida para las que no encuentra una explicación. Entonces, la salida más fácil es la fe. Y es muy respetable. Jamás se me ocurriría criticar la fe de nadie. Eso es una cosa. Otra cosa son las religiones como entidades sociales y políticas. No estoy en absoluto de acuerdo con el proceder de la Iglesia Católica en muchísimas cosas. No conozco las demás religiones, pero ya te digo que el proceder de los musulmanes ortodoxos o de los judíos ortodoxos es patético, e imagino que será similar en las religiones orientales. No me meto con la fe, sería muy injusto, pero sí con el proceder de las religiones como entidades.
—En su opinión, el opio del pueblo de nuestros días es…
—El opio del pueblo, ahora mismo, es la mentira, son los bulos. Nos están llevando a recorrer caminos muy peligrosos otra vez. En todo el mundo, además. Mira Donald Trump en EEUU, mira Hungría, mira Italia, mira Turquía, incluso en Alemania está asomando la ultraderecha… ¿Y en qué se basa el auge de esto? Pues está basado en una lluvia fina, pero constante, de grandes mentiras y bulos. Y súmale una desigualdad galopante, que es lo que facilita que la gente acepte estos mensajes. La desigualdad va creciendo en todo el mundo occidental a un ritmo increíble.
—Y, para finalizar: en su opinión, ¿a qué deben decir “no”, y con urgencia, los hombres —y las mujeres, claro— de buena voluntad?
—Los hombres y mujeres de buena voluntad deben decir “no” a la intransigencia. Y al Real Madrid (risas).
Buenas.
¿Por qué dice, «otra vez»? Si se puede saber.
Que pena ser ateo y no creer en nada, y lo peor es ese tufillo de superioridad moral que destila la entrevista, y que suele tener la gente de izquierdas al pretender siempre darnos lecciones.
Por cierto, yo si que creo en lo que pasó en Garabandal.