El último libro de ATAK, Piratas en el jardín, es un ejemplo magnífico de juego y de homenaje a la imaginación literaria infantil. Grande como un tablero, la obra de este ilustrador alemán ofrece múltiples facetas, se presenta como un artificio lúdico de broma, engaño y tributo a los maestros del pasado.
Para empezar se trata de un álbum “casi” mudo, pero en absoluto lo es. De la misma forma que el cine mudo de orígenes estaba lleno de palabras decisivas y sonidos que modelaban la película, como cierto día explicó con su lucidez mi amigo Manuel Asín, aquí aparecen palabras sueltas, una por página, dos a lo sumo, emparejadas casi siempre por arte de antonimia (antonimia que en realidad muestra un ejercicio de complementariedad, de observación del mundo desde una doble perspectiva).
De este modo, el abigarrado universo de ATAK, que en realidad esconde un orden reflexivo, muy meditado, se servirá de conceptos que guían la peripecia pero, sobre todo, articulan la enseñanza de las reglas del juego (reglas del arte y reglas también de la vida). Veamos un ejemplo de esto: el par “dentro/fuera” permitirá lanzar la trama: dentro, un niño lee en su cuarto, poblado de libros, muñecos, pósters, juguetes de la “gran tradición” (Miffy, Goofy, Batman, Pippi, el Woody de Toy Story, El Principito, Babar, el gato del Dr. Seuss…). Fuera, una banda de piratas irrumpe en el jardín que rodea la casa del niño. La única chica de la banda se parece a Blancanieves, el cocinero-grumete se parece a Popeye. De hecho, cuando uno vuelve la página, repara en que el niño lector se parecía misteriosamente a Tintín.
Desde el principio, la obra de ATAK muestra este juego de engaños, de ecos, de parentescos. Lo grande es pequeño, lo pequeño es grande, lo inerte puede cobrar vida, lo vivo puede pertenecer a otro lugar. Ahí la clave de este álbum regido por palabras (dentro/fuera) que no son meras guía de la trama, sino rótulos de una enseñanza (lúdica) mayor: desde dentro, vistos desde la ventana, los piratas que ingresan en el jardín parecen un cuadro, se funden con la habitación; desde fuera, la casa en cuyo interior lee el niño parece una casa de juguete. Gobiernan las leyes de un perspectivismo cómico.
Una mirada más atenta (juego esencial al que es llamado el lector desde el principio, puesto en guardia como cuando alguien es objeto de una primera burla amistosa) permite descubrir la agudeza de los trampantojos: todo está a la vista desde el principio, pero no es fácil porque se mezcla con la exuberante maraña de la imaginación (y de la complejidad de planos de la propia vida): en la habitación del niño que parece Tintín había un pato que parecía un juguete y sin embargo será el compañero de aventuras del niño, cobrará vida; en el selvático jardín que rodea la casa pasea un elefante… Lo real y lo imaginario se entremezclan.
Pero dicha mezcla, sólo insinuada todavía, alcanzará su apogeo con una pequeña y cómica explosión, detonante del juego: un globo pisado por uno de los piratas de fuera provoca un estallido que destroza la casa por dentro (apoteósica e inolvidable la doble página del estallido de cómic, “¡BOOM!”).
A partir de aquí (por medio de la pareja de palabras “silencio/estruendo”), en medio de la casa patas arriba, comienza el juego, en forma de viaje del niño y del pato por las habitaciones. Los planos se descoyuntan (“revuelto/ordenado”), una de las páginas presenta la casa como si se tratara de un cuadro cubista. Las páginas muestran símbolos de ese viaje (se han convertido en casillas de un tablero), el mismo espacio artístico se entremezcla (habitación-casilla) con lo representado en él: veremos una doble página que parece papel de envolver regalos, con motivos repetidos. Al dar la vuelta a ésta veremos esos mismos objetos ordenados (tres regaderas, cinco piñas, nueve globos, cuatro martines pescadores…) y comprobaremos (nueva vuelta a la página) que el conteo es cierto, y que por tanto estamos jugando, y que por tanto eso no era papel de regalo sino un juego, al mismo tiempo que era el caos propio de una habitación que ha saltado por los aires por el estallido provocado por un simple globo pinchado… Así son las claves enrevesadas del juego dispuesto por ATAK, capaz de marear, divertir y asombrar al lector con su artificio barroco.
También asistiremos a la mezcla de la alta cultura con cultura popular (en una de las páginas convive un desnudo azul de Matisse con un pitufo), al divertimento de un grotesco inofensivo (con el par “mutantes/normales” veremos cómo la explosión ha creado lechuzas con cabeza de cerdo, jirafas con cabeza de elefante, pingüinos con cabeza de cebra… y viceversa) o, con el título de “bocabajo” asistiremos al espectáculo del mundo al revés (la liebre dispara al cazador, el jinete es montado por el caballo, los tres cerdito soplan la casa del lobo…) ya ensayado en anteriores obras del artista alemán. Todo es objeto de juego y, con ello, de risa, de comicidad.
El viaje concluye con una idea surgida en la mente del niño y de su compañero alado. Es una idea, por cierto, muy relacionada de nuevo con el cine mudo y con otro juego (bajo el par de palabras simbólico “luz/sombras”): las sombras chinescas. El mundo de la banda de los piratas y de la pareja protagonista se reúne en el jardín y de ahí, en nuevo viaje, en la habitación del niño, donde veremos un guiño autorreferencial y una revelación (sensu stricto: como desvelación de un misterio y nuevo velado del mismo) sobre la naturaleza de la lectura y de la imaginación humana. El último gran homenaje es al maestro Sendak, enciclopedia de la imaginación infantil y emblema de los viajes a lo salvaje. La obra de ATAK apuesta por esa dimensión de “puerta para acceder a otro lugar” inherente al juego de imaginación presente en este tipo de libros.
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Autor: ATAK. Título: Piratas en el jardín. Editorial: Libros del Zorro Rojo. Venta: Todostuslibros
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