Guillermo Arriaga lleva más de cuarenta años cazando. Interminables jornadas a la intemperie, estableciendo una extraña conexión con el entorno que nos está vedada a los que no practicamos ese hábito. Antes de la caza, dice que jugaba al fútbol y se pegaba en las calles del duro barrio donde creció. Su hermana y él estudiaron en colegios privados y bilingües. Una rara avis dentro de las diferentes tipologías vecinales que le rodeaban y que, fruto de cualquier cosa menos de la casualidad, volvemos a ver en el reflejo del protagonista de su última novela publicada por Alfaguara: El salvaje.
Juan Guillermo es un chaval de 17 años que de repente ha tomado conciencia de su propia soledad: murieron sus padres y murió su abuela. A su hermano mayor lo asesinaron un grupo de católicos fanáticos apoyado por el clero y ayudado por la mismísima policía judicial. Para digerir las ganas de venganza sin consumir su alma desde dentro, Juan Guillermo se introduce en una espiral de autodestrucción para poder hacer frente a una necesaria y salvaje búsqueda de libertad en la que sólo dispone de dos apoyos: el de una niña promiscua y el de un lobo de pura raza. Juan Guillermo se ha quedado solo. Juan Guillermo quiere libertad. Quiere venganza.
Y es que El salvaje es una obra de pura introspección. Desde las primeras páginas, el autor deja claro que estamos ante un relato descarnado que no escatima en violencia. Con su habitual tono cargado de realismo, el trabajo de Arriaga sigue proyectando la misma mirada fatalista hacia el exterior a la que nos tenía acostumbrados hace dieciocho años, cuando publicó su anterior novela.
El salvaje es una historia real que nunca ocurrió. Una historia de violencia y muerte. Una muerte que Arriaga se empeña en naturalizar y en vehiculizar para hablar de la vida. Y es que vivimos en una sociedad que está obsesionada con reprimir la muerte, con negarla, con tratarla como tabú. Obsesionados con darle la espalda haciendo caso omiso a la puta certeza de que ninguno de nosotros va poder darle esquinazo.
Muerte. Una historia de muerte, culpabilidad, traición y esperanza. Un cazador obsesionado con un lobo gris metaforizando la conexión natural que existe entre el ser humano y la naturaleza más salvaje. Arriaga describe la relación entre el hombre y el mundo salvaje a través de un perro-lobo llamado Colmillo y un lobo llamado Nujuaqtutuq que, en la novela, de alguna manera complementan las tristes vidas de los seres humanos que los rodean. Dos historias que corren de manera paralela compartiendo sutiles nexos. La historia de dos cazadores siendo impregnados por el entorno. Diferente entorno, el mismo fin.
El autor se empeña en decirnos “el mal que hace nuestra sociedad en quitarles su perredad a los perros, quitarles su animalidad. Los animales son animales y hay que respetarlos en su condición de lo que son y no tratar de convertirlos en pequeños seres humanos disfrazados”.
El Salvaje tan solo trata de señalar toda la potencia y la intensidad del mundo animal. Señalar las consecuencias que la violencia intrínseca a lo que no está domesticado, a lo puro, tiene en la relación con los seres humanos.
Guillermo Arriaga es un hombre con un vínculo especial con lo visceral, con lo animal, con lo atávico y es ese mismo tipo de lectura, visceral y sin tapujos, el que requiere la novela.
Esa actitud de llegar hasta el final, hasta que alguien dice la última palabra es la manera en la que Arriaga cuenta sus historias. La manera en la que vive. La manera en la que caza. La manera en la que escribe. El Salvaje es un libro duro. Un libro muy bueno. Pero lo más importante, un libro muy necesario de leer.
Autor: Guillermo Arriaga. Título: El salvaje. Editorial: Alfaguara. Edición: Amazon Fnac y Casa del libro
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