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Newcastle, esencias sublimes en pequeñas dosis

Newcastle, esencias sublimes en pequeñas dosis

Hay vida más allá de los grandes grupos editoriales, y, por suerte, muy florida. En esta serie para Zenda Libros entrevistaremos a algunas de las pequeñas y grandes editoriales independientes en España, aquellas que movidas por su amor a la literatura y valiéndose de su encomiable esfuerzo y sagaz olfato nos permiten a los lectores descubrir o incluso rescatar obras que con el tiempo se convierten en imprescindibles. Son el contrapeso necesario del negocio editorial y uno de sus principales y más loables objetivos es ganarse un hueco en las estanterías de todos los lectores. ¡Larga vida a las editoriales independientes!

En esta ocasión, a diferencia de las entrevistas precedentes (y sin que sirva como tal), no seré yo quién haga la introducción sobre Newcastle, sino su propio fundador, Javier Castro, con un texto precioso que no podía permitirme hurtar a los lectores. Porque lo que cuenta es, en definitiva, lo que pretendía mostrar con esta serie de entrevistas: el amor incondicional de los editores independientes a la literatura.

Ahí va:

«Cuando era adolescente decidí que me iba a leer los libros más importantes de todos los tiempos comenzando por el principio. Así que empecé con el Poema de Gilgamesh y después fui, como un niño aplicado y un poco repelente, leyendo La Odisea, La Ilíada, las obras completas de Sófocles, el Amadís de Gaula, El Quijote de Avellaneda (el de Cervantes ya lo había leído cuando me lo regalaron en mi primera comunión), los tres volúmenes del Fray Gerundio de Campazas alias Zote del padre Isla, el Fausto de Goethe, las 1070 páginas de las Impresiones y recuerdos de Julio Nombela —un amigo de Bécquer—, Los hermanos Karamazov…  En fin, que no había libro por gordo que fuera que se me resistiera, porque las tardes de verano eran infinitas y el tiempo parecía no pasar. Me daba igual leer en el refugio de Goriz —al pie de Monte Perdido— que atravesando el desierto en un autobús con el aire acondicionado estropeado camino del oasis de Chebika o en la cola de la caja de un supermercado. Pero, al pasar los años, el tiempo cogió carrerilla y parece que se encadenara una Navidad con otra en un abrir y cerrar de ojos. Los días que antes daban para todo —para observar por ejemplo cómo zumbaban las moscas golpeando los cristales de las ventanas— pasaban a toda leche, con lo que, poco a poco, me fueron atrayendo cada vez más los libros delgaditos y hechos casi de nada, como de aire. Los que podían leerse en un rato y que dejaban algo de tiempo para lo de las moscas. Es un poco raro y pueril confesar que, como editor, uno de los requisitos de los libros que publico en Newcastle Ediciones es que sean finitos, pero la verdad es que, como me interesa el paso del tiempo, me parece esencial no gastarlo mucho y que puedan leerse en una tarde. La medida exacta sería una tarde intermedia, ni breve ni larga: una de otoño. Recuerdo la sensación extraña cuando iba de niño al cine a las sesiones dobles, de entrar de día y salir ya anocheciendo o entrar en una tarde soleada y, a la salida, ver las calles mojadas porque había llovido. Los libros que edito pretenden recrear ese milagro, esa capacidad de la escritura de sacarnos del tiempo corriente. En cierto sentido la mía es una editorial faústica, que busca remansar durante un rato los remolinos del río de los días. Libros de memorias, de viajes, crónicas o artículos que tienen en común esa preocupación por el desfilar de todo camino al olvido.

Aunque, para ser sincero, a lo mejor estoy haciendo de la necesidad virtud, y explico que hago libros delgaditos porque me va la onda elegíaca y la preocupación por el paso del tiempo, cuando en realidad son pequeños y finos porque probablemente no tendría dinero para hacerlos gordos y de tapa dura. Tengo un trabajo modesto de administrativo con el que los pago, por lo que mis libros nacen de milagro, como algunos arbustos que crecen en los secarrales áridos de estas tierras de Murcia. Esta pobreza es importante en mi proyecto y por eso mis libros son baratos: para que yo mismo pudiera comprarlos si no fuera quien los edita. A lo mejor si me tocase el Euromillones publicaría trilogías o novelones gordos como mi gata. Aunque no lo creo… De momento, edito estos libros pequeños, humildes, hechos con mucho sudor de la frente. Libros que intentan guardar recuerdos como hace la gente que no tiene mucho y por eso no tira nada: por si pudiera valerle algún día».

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—¿Qué os impulsó a emprender la labor editorial?

—El amor a los libros y la falta de cabeza.

—¿Ha sido un camino plagado de rosas o repleto de espinas?

—Toda rosa tiene el tallo lleno de espinas y para una microempresa cultural —en un país como el nuestro que desprecia a la cultura— una de esas espinas se llama cuota de la seguridad social.

—¿Dónde y cómo buscáis el talento?

—Hay distintas vías: pueden ser escritores que leemos hace tiempo y nos fascinan, o nuevas voces que nos envían alguna propuesta al mail. O un texto visto en las redes sociales que nos maraville y nos haga indagar en quién ha escrito eso, o también una recomendación de alguno de nuestros autores que nos dice que leamos tal o cual cosa… Si un autor nos entusiasma vamos a ir tras él y a intentar publicarlo aunque tengamos que buscar su texto a una cueva oscura repleta de serpientes en plan Indiana Jones.

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Newcastle es una editorial con sede en una pequeña pedanía de Murcia y que edita diarios, memorias, libros de viaje, crónicas y ensayos literarios y sobre arte. Como explica en la introducción de esta entrevista Castro, son libros pequeños, pero muy bien cuidados, apunto yo. Publica seis títulos al año (ya se acerca a los cuarenta libros editados), y destaco uno en particular que me pareció de lo mejor que se lanzó en España en 2022: Las desapariciones, de Hilario J. Rodríguez.

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—Vista desde su perspectiva más amplia, ¿Cuál es la parte de la edición que más os gusta?

—Lo más bonito es abrir la caja cuando un nuevo libro llega de la imprenta. Aunque es un momento que tiene también su parte de tensión y miedo: se parece a un parto en el que uno solo quiere que la criatura salga bien…

—¿Y la que menos?

—Dar calabazas a las personas que nos mandan manuscritos. Incluso los textos horribles —y tal vez esos aún más— son fruto de mucho trabajo e ilusión y me siento mal diciendo que no nos interesa su publicación.

—Editorial independiente es una etiqueta descriptiva que hace referencia a la gran mayoría de sellos que no pertenecen a un gran grupo, pero, ¿es una etiqueta que diga algo más de la labor editorial que hacéis?

—Dice poco. Por poner un ejemplo Newcastle Ediciones y Blackie Books son dos editoriales independientes pero nosotros somos una pulga y ellos un elefante, ¡qué digo elefante!, un Patagotitan Mayorum —que fue un dinosaurio tamaño XXL—. En cierto sentido la expresión “Editorial independiente” es como la palabra “Perro”, que se aplica a realidades muy diferentes. Perros son el Chihuahua Toy el Alaskan Malamute, pero no parece que esos dos bichos se parezcan mucho.

—¿Se publican demasiados libros en España?

—Tal vez sí. Lo malo en que no nos ponemos de acuerdo en qué libros no deberían publicarse. A mí me parece que los de mi editorial sí merecen serlo y, me temo, que a todos los editores los suyos también… Es un tema, este del exceso de oferta, de difícil solución. He de confesar que a veces veo libros tan insecticidas que creo que debería haber unas ayudas pero no a la edición —como suelen convocarse—, sino a la NO EDICIÓN; esto es, que las administraciones dieran dinero, pero no por publicar determinado libro, sino por abstenerse totalmente de hacerlo.

—A menudo, los autores sueñan con sus libros publicados en tal editorial, pero ¿a qué autor (vivo o muerto y de cualquier nacionalidad) os gustaría publicar? 

—A Andrés Trapiello y a Rudy Kousbroek, por decir uno vivo y uno muerto. Aunque lo de muerto es relativo porque con los libros pasa como con los pistoleros en las películas del oeste, que solo mueren los malos.

—¿Por qué no se traduce más a los autores españoles? ¿Es una cuestión cultural o hay algún obstáculo más allá de la falta de medios?

—Yo creo que influyen ambos factores: lo cerrados que son los países —en especial los de habla inglesa— a leer autores de otros países, y el hecho de que muchas editoriales en España son medianas y pequeñas y no tienen los suficientes recursos para invertir en promocionar en el exterior a sus autores.

—Dinos otra editorial independiente española que te parezca que hace una gran labor.

—Me cuesta decir una, así que voy a proceder como con el misterio de la Santísima Trinidad en el que lo trino es uno: Xordica, Contraseña y Fórcola.

—En pocas palabras, ¿cómo te gustaría que los lectores definieran a vuestra editorial?

—Es la editorial de un tío que vive con su gata en una pedanía perdida de Murcia. Hace libros pequeños y modestos porque trabaja de administrativo del grupo C y la cosa no da para más. Todos sus libros tienen un poco de melancolía pero también mucho amor a la vida. Es verdad que podrían estar mejor hechos —cosidos en vez de pegados y con un papel de más calidad— pero demasiado hace el muchacho… Son tan pequeños que no valen para regalo porque quedaría uno como un tacaño… Se podría decir que son, como algunas drogas, libros para consumo propio. Pero, pese a todo esto, a entusiasmo al editor no le gana nadie y, cuando saca algún nuevo libro, parece que fuera de Cervantes, que hubiera salido de la tumba para pasarle el manuscrito de la tercera parte del Quijote. Lo único grande de la editorial es la felicidad del editor.

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Entre las novedades de este año de Newcastle, caben destacar 3 noches. 3 auroras de José Mateos, Cuatro retratos incompletos de Antonio Moreno, o Mira atrás de Elías Moro. Además, en 2023 se lanza una nueva colección de «Clásicos Newcastle», que recupera textos ya publicados y olvidados que en la editorial consideran que merecen una segunda vida. El primer título de la colección es Cámara lenta de Lorenzo Gomis, un compendio de artículos publicados por la editorial Táber en 1968.

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Jesus
Jesus
1 año hace

Me ha encantado la entrevista.