Cuando Carlos V se quitó de en medio jubilándose, a su hijo Felipe, segundo de España, le cayó encima una herencia descomunal y envenenada: además de la península ibérica (completa, pues por su madre heredó el trono de Portugal, que fue español durante sesenta años) y de Nápoles, Milán, Borgoña, los Países Bajos y los territorios de América y el Pacífico; con lo que eso del imperio donde no se ponía el sol no tuvo nada de metáfora. Pero es que, para mejor capar el cochino, sus tíos, primos y parientes gobernaban el vasto imperio de Austria; así que entre las dos ramas de la familia Ausburgo tenían a Europa bien agarrada por el pescuezo. Imaginen la mala leche con que Francia e Inglaterra, todavía frágiles, amenazadas y tragando bilis, contemplaban el asunto. No es de extrañar que una y otra aprovecharan la inestabilidad de la Reforma y la Contrarreforma para conchabarse con los protestantes y con quien hiciera falta, currándose la vida; y lo cierto es que acabaron haciéndolo bastante bien. El mayor problema al que tuvo que enfrentarse Felipe II fue el de los Países Bajos, o sea, Flandes (el de los tercios y el capitán Alatriste): conflicto en el que ideología, religión y nacionalismo iban juntos y revueltos. Los flamencos no querían vivir sometidos a una potencia extranjera, y eran muy dueños de no querer. Además, la mitad eran protestantes; así que empezaron los disturbios y el dar por saco. Fiel seguidor de la política de su padre, religioso, prudente, culto, trabajador, convencido de que su misión era conservar la unidad del imperio y ser guardián de la fe católica, Felipe II fue maltratado por sus detractores (sobre todo por sus enemigos de entonces, que tenían papel e imprentas), presentado como un gobernante cruel, fanático, cerrado al influjo exterior. Pero eso es una mentira guarra. Felipe sólo fue un hombre de su tiempo con una enorme responsabilidad encima, que lo hizo lo mejor que pudo en una Europa endiabladamente difícil. Su mayor error histórico, en mi opinión, fue que en vez de olvidarse del maldito y levantisco Flandes, trasladar la capital del imperio a Lisboa, construir muchos barcos y dedicarse a ser potencia atlántica y americana (el Portugal heredado de su madre incluía la India y el África portuguesas, las Molucas y Brasil), se enredó en la sucia sangría de los Países Bajos, que tanto iba a durar y de la que el imperio español acabaría saliendo hecho polvo, o a punto de caramelo para estarlo. La cosa no tuvo marcha atrás cuando el ejército del duque de Alba emprendió allí una represión implacable, los tercios saquearon Amberes por la cara, los flamencos pidieron ayuda a Inglaterra, se armó la de Dios es Cristo, y al final (solución parcial, porque las guerras flamencas seguirían en el siguiente siglo) las provincias del sur, católicas de toda la vida (actual Bélgica), siguieron unidas a España mientras las siete provincias del norte, protestantes de nuevo cuño, se convirtieron en el estado independiente que hoy conocemos como Holanda. La factura gorda, todo hay que decirlo, la pagó Castilla, de donde salieron la mayor parte de los soldados y el dinero (Aragón, Cataluña y Valencia tenían sus fueros, así que no soltaban un puto maravedí) hasta el extremo de que hubo quien protestó porque España en general y Castilla en particular se comieran todos los marrones en la defensa del catolicismo mundial, vía impuestos y carne de cañón (A la guerra me lleva mi necesidad, cantaba el mancebo de El Quijote), mientras otras naciones católicas, incluidos los papas de Roma, que temían a España y la odiaban con toda su alma, pasaban del asunto o procuraban que Felipe no triunfara demasiado. Si los rebeldes contrarios a la fe santa quieren ir al infierno, que vayan, que ése es problema suyo y no nuestro, llegó a decirse en las cortes hispanas en 1593. El caso es que, una vez liberada del dominio español, la Holanda salida de aquel pifostio se disparó en lo económico y cultural hasta convertirse en primera potencia comercial de Europa. La Compañía de las Indias Orientales, creada a principios del XVII por comerciantes interesados en las riquezas de Asia, consiguió un imperio ultramarino propio que incluiría Ceilán, Java y Ciudad del Cabo. Pero no todo fue comercio, porque con su defensa de la libertad intelectual (a diferencia de los españoles y de otros, ellos podían estudiar en universidades extranjeras), Holanda contribuyó a la cultura y el pensamiento político de su tiempo. Hugo Grocio, por ejemplo, con su tratado De iure belli ac pacis (tan importante como el De legibus del español Francisco Suárez), fue uno de los padres del Derecho internacional moderno. En la Europa que alboreaba, la vieja idea de una comunidad cristiano-política se había ido al carajo, y los estados nacionales eran ya una realidad indiscutible.
[Continuará].
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Publicado el 1 de septiembre de 2023 en XL Semanal.
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Mirar hacia atrás trae esos inconvenientes. La indignación de algunos por el irremediable pasado. La historia, no la memoria desmemoriada y manipulada.
Indignación se siente de que Castilla haya pagado siempre todos los marrones. La Castilla desangrada, empobrecida, desindustrializada. Pagó todas las facturas, continuará pagándolas y, por lo que parece, las seguirá pagando. Porque dicen que le van a perdonar la deuda a los independentistas pero, ¿de dónde van a salir los cuartos, los doblones, los euros? Castilla una vez más. Porque las deudas no se perdonan sin que alguien se las anote al debe.
Castilla se quedó sin recursos humanos, sin recursos económicos, desangrada por las guerras europeas y desangrada por la emigración a América de los que no querían permanecer en una tierra empobrecida. Y los que se quedan: sobrevivir. La picaresca, producto de esa supervivencia, producto social y literario único, como también lo fueron nuestras espléndidas letras, en castellano, nuestro siglo de oro, nacido de la decadencia rampante. En castellano, sí, ese idioma que quieren eliminar ahora por la fuerza de las coñaliciones frankensteinianas.
Nos aproximamos a un nuevo y desastroso Rocroi, esta vez sin ejércitos, sin guerra física, todo virtual en lo económico y social. Y ahora no tenemos Alatristes. Solamente disponemos de Malatestas (qué bien colocado este nombre hoy día para algunos de los jerifaltes gobernantes) y de Bocanegras. Y disponemos de nuestra paticular Angélica de Alquezar, la reina de Bruselas. Adivinen ustedes quién es. Está fácil. Lo único que falla es su aspecto. La que nos describe don Arturo es particularmente agraciada.
Los malditos ausburgo. Concepto patrimonialista de los pueblos en un momento en el que ese concepto estaba cambiando ya. Los ausburgo, lacra de Europa que trajeron guerras innumerables y miseria durante la existencia de esta maldita dinastía. Su soberbia sin fin produjo uno de los mayores desastres de la humanidad que fue el origen del siguiente: la IGM y la IIGM.
El desagrado de todos estos hechos, todos, no los causa, por supuesto, don Arturo que sigue su excelente línea de escribir esta breve y desgraciada historia nuestra en sus principales hitos y con inigualables comentarios al respecto.
Porca miseria.
Saludos.
Demasiado resumido, sin apenas nombres, anécdotas y/o cotilleos historicos picantes y bastante soso en general. ¡¡Ánimo D Arturo!!
Que buena idea, si en la época del rey Felipe II se hubiera ido del frío Flandes y hubiera puesto la capital en Lisboa, para unificar a todas las colonias de América, mínimo hubiera durado un siglo más, pero es sólo una buena idea para un guión de película de ciencia ficción histórica.
Excelente como acostumbra Don Arturo, no le dejo de leer desde que comencé hace ya un tiempo, sos mi autor único y favorito. Gracias como siempre
Creo que Portugal nunca fue español, sino de un rey que también lo era de Castilla que es muy distinto; y que además era rey de otros muchos reinos y condados independientes entre sí. Tengo entendido que Portugal no pasó a pertenecer a Castilla con Felipe II, sino que sólo tuvo el dudoso honor de ser mangoneada por el mismo señor. Digo esto porque, por el mismo razonamiento, los portugueses podrían decir que durante sesenta años España fue de Portugal, algo igualmente falso. Soy consciente de que este tipo de simplificaciones son perfectamente entendibles a la hora de explicar la historia a grandes pinceladas en unas pocas páginas pero tengo la sensación de que muchas personas entienden estos asuntos de reyes y reinos de forma literal arrimando el ascua histórica a su sardina territorial según convenga.
Como ejemplo actual sobre este asunto tenemos a Carlos III que es rey de Australia y a nadie se le ocurre pensar que Australia pertenece al Reino Unido aunque éste tenga la corte en Londres. Simplemente estos países comparten rey, ahora con poco poder, real antes con casi todo.
Saludos Sr Reverte, soy un fan suyo deseoso de comprar y leer su nuevo libro en cuanto pueda.
Siempre ha estado todo muy imbricado en esta piel de toro. Todos con todos y nadie con ninguno.
La Lusitania romana fue una región de la administraciòn del Imperio Romano con capital en Emérita Augusta (Mérida). Desde el diglo XII hay una Portugal independiente y en el XVII se separa del patrimonio de los Ausburgo, que no de España. Esto es un resumen muy resumido, claro.
Parece que, desde siempre, desde los celtíberos o antes, la tendencia a la fragmentación en familias, clanes, tribus, taifas, reinos, autonomìas, barrios, regiones, provincias, partidos políticos o de futbol, idiomas, es una tendencia genética. Lo que más tenemos en común, vaya. Aparte de todo lo demás. Nunca ha existido un pueblo con mayor homogeneidad étnica y que tenga tantas ansias de divisiòn en grupúsculos, con esa obsesión centrípeta. Cualquier microparticularidad costumbrista se arguye y se esgrime cual hacha de dos filos para argumentar una separación irrenunciable.
Imposible de reconducir. Habrá que asumirlo…
Gracias por la crítica a la idea de Reverte sobre una ucronía en la que la capital se traslada a Lisboa.
Tenía la impresión de que era inverosímil pero no sabía por qué, además de no gustarme el tono propagandístico del artículo (ni las palabrotas gratuitas) .
Pues sí, una herencia envenenada la de Felipe II. Incluso le atribuyen falsas facilidades en su vida, como el origen de la expresión «Así se las ponían a Felipe II», cuando al pobre monarca tampoco es que las amantes le salieran a raudales. La expresión se originó no por un Ausburgo sino por otra dinastía, la de Fernando VII, el felón, al que le amañaban las partidas de billar.
Y Castilla y los Castellanos…a pagar las cuentas de los indeseables separatistas que han sido, son y serán. Y encima dicen los malvados de ellos que España les roba. Así se les pudran las tripas y se gasten los dineros en botica.
Antes tenía a los Augsburgo como grandes reyes de España, ahora ya más leído los veo como una lacra, igual si sigo leyendo les vuelvo a coger aprecio. Creo que Fernando e Isabel la pifiaron pero bien casando a Juana con el Hermoso. Si la hubieran casado con un príncipe no tan chulo, quizás un portugués, todo habría sido muy diferente, creo que mejor e igual teníamos la capital en Lisboa. No habríamos tenido por reyes a Emperadores de postín que nos metieran en todos los peores fregados de la época en beneficio de sus propios intereses. Teníamos terreno de sobra, América por conquistar y riquezas como nadie y se dedicaron a espoliarnos y a meternos en sus guerras territoriales dinásticas europeas y en guerras de religión donde morir con honor, hambre y mucho barro. Podíamos haber estado a lo nuestro medrando y comiendo palomitas mientras se zurraban ingleses, franceses, austriacos y demás por cuatro tierras, si acaso prestándoles dinero a buen interés que que por plata no sería. Pero no, nos tuvieron que llevar allí a salvar su mundo y a arruinar a los españolitos de entonces y quién sabe si por extensión histórica a los de ahora.
¡Saludos!
Lleva usted razón.
Hay muchas formas, muchas perspectivas, de analizar la historia o de interpretarla, siempre respetando los hechos acaecidos. Una de ellas es pensar que, antes del siglo XVI y después del XVII, franceses, ingleses y austríacos o alemanes, se dieron estopa unos a otros hasta reventar, incluso hasta el siglo XX. Solamente cuando el Imperio Español se puso por medio, se dedicaron a ir contra él. Todos contra todos pero todos, a su vez, contra España.
La vieja Europa ha sido siempre sangrienta y… lo sigue siendo.