«Un libro que ayudará a la reinserción de los machistas en la sociedad que queremos para el siglo XXI», es la modesta declaración de intenciones de la autora, que escribe y fustiga a despreciables machos en Internet oculta bajo el seudónimo de Barbijaputa. La Humanidad desconocía que vivía en la oscuridad machista hasta que la autora decidió convertirse en guardiana y censora de las esencias feministas. Hasta ese momento estelar todo era confusión, ambigüedad, error, catástrofe. Pero al fin ella se sentó ante el ordenador y decidió acabar con todo eso, redimiendo con su solvencia intelectual a la mujer oprimida y al hombre opresor. Y así es como llega ahora, de sus manos a las nuestras, este pintoresco tratado para curar el machismo en ocho breves lecciones, estilo bálsamo de Fierabrás. Un libro (disculpen que use aquí tan noble palabra) que puede considerarse acta fundacional de un feminismo absurdo, enloquecido y casposo que nada tiene que ver con el auténtico, y que tanto nos avergüenza y perjudica. Un compendio nada humilde, trasunto indiscutible de la experiencia vital e intelectual de la autora; una experiencia basada en una vida pegada al ordenador y a las redes sociales (que es, como todo el mundo sabe, donde la verdad, el estudio, la reflexión y el conocimiento se encuentran en dosis elevadas).
Su tesis es la siguiente: todos los seres humanos, hombres, mujeres, niños, niñas y etcétera, estamos condenados a padecer y ejercer el machismo con el que ya nacemos, como nuestros antepasados lo hacían (cuando Dios existía, que eran otros tiempos), con el Pecado Original.
«Y es que es normal (argumenta la autora en un generoso intento de comprensión y empatía con el Sistema de la Naturaleza), porque todos venimos del Patriarcado». Pero ojo, no nos despiste la generosidad, pues esta frase es solo una introducción; ya que para la autora y su cruzada de limpieza, ni Holbach se salvaría; pues si Barbijaputa supiera quién fue Holbach (posibilidad dudosa) no dudaría en condenar el machismo del enciclopedista francés; que cuando organizaba reuniones de amigotes en sus salones de París no procuraba, el malandrín, que el número de asistentes fuese paritario: Diderot, Grimm, Rousseau, Candillac, D’Alembert, Adam Smith, David Hume, Laurence Sterne… Todos esos machistas asquerosos se pasaban de machos discutiendo sobre libros y sentando las bases de las ideas revolucionarias de Europa y del Mundo sin incluir a mujeres en la tertulia. «Y es que era normal», claro, pues Barbijaputa aún no utilizaba Twitter por esa época, ni podía hacer afirmaciones públicas tan esclarecedoras e interesantes como ésta: «Mi padre era el típico comunista de izquierdas»; para evitar, naturalmente, que alguien pueda creer que su padre era el típico comunista de derechas.
Pero, no. El fondo de lo que sostiene el manual barbijoputil para acabar con el machismo, es que esta enfermedad social que todos, hasta nosotras mismas, padecemos y ejercemos cómplices, no se remonta al siglo XVIII, que al fin y al cabo está ahí al lado. Ya en la época prehistórica, el hombre, sin consultar ni someter a referéndum la decisión, salía a cazar bisontes, relegando a la mujer al mero rol de ama de cueva. Esa rígida, injusta y absurda estructura patriarcal fue, según se lee entre líneas, el germen de todo el asunto; pues en aquella intolerablemente machorra época de las cavernas se estableció (de modo inexplicable, ha descubierto Barbijaputa) un orden injusto en el desarrollo social de cada individuo, siendo obligada la mujer, contra su troglodita voluntad, a permanecer en la cueva pariendo y amamantando a futuros machistas y frustrando así su (nuestro) derecho prehistórico a participar de la caza, la guerra, los concursos de a ver quién mea más lejos y los vinos con Pedro Picapiedra en el bar de la esquina, como uno más. Que es lo que realmente nos pedía el cuerpo.
Y es que ahí está la madre del mamut. Si los neanderthales, o incluso los cromañones, o sea, todos aquellos injustificables machistas, hubiesen votado por una participación paritaria en la caza, con cuotas igualitarias en los consejos de ancianos y ancianas, jornadas reducidas por maternidad y baja laboral por paternidad, con el homo antecesor, o faber, o como se llamara, amamantando él a las criaturas en la cueva mientras la cromañona se realizaba en la vida más a su propio rollo, todo habría sido diferente para nosotras las mujeres; el machismo no sería una malformación congénita transmitida de generación en generación, y quién sabe si hasta se habría conseguido alterar para mejor la determinación genética del sexo, que ahí donde la ven, a lo tonto, es lo más machista que hay.
Porque esa es otra, y gorda: como bien sabemos todos y en especial se intuye que sabe Barbijaputa, el organismo del ser humano, como el de otros animales, es diploide; y en él las hembras (o sea, dicho con perdón de Barbijaputa, nosotras las mujeres), incluso las feministas, poseemos un injusto cariotipo homocigótico «XX», mientras que los machos, o sea los hombres, aportan un prepotente cromosoma «X» y uno aún más prepotente «Y». Puesto en otras siniestras palabras: el macho es quien aporta y determina el sexo de su vástago. Lo que ya es el colmo. Esta es la mala noticia, la aberración intolerable y nada paritaria, que debe corregirse cuanto antes, sea como sea, cueste lo que cueste. Mientras el cromosoma «Y» siga presente, mientras no lo erradiquemos de nuestras vidas, El Fary (torito, torito bravo) y Manolo Escobar (no me gusta que en los toros te pongas la minifalda) seguirán, como el Cid, ganando batallas después de muertos. Y las mujeres seguiremos bajo la bota implacable que nos oprime. ¿Por qué legionarios romanos y no legionarias?, se pregunta de fondo Barbijaputa con amargura. ¿Por qué vikingos saqueando Inglaterra y no vikingas? ¿Por qué almohades y no almohadas?
Pero mientras hay vida hay esperanza. No todo está perdido. La buena noticia es que después de 28.000 años (o más) de injusticias de todo tipo, naturales y artificiales, la solución ha llegado gracias, entre otras cosas, al manual que Barbijaputa ha escrito sin complejos intelectuales. A sus ocho soluciones mágicas para transformar siglos, milenios aberrantes. Porque aunque todos, hombres y mujeres, nacemos machistas, el machismo tiene cura (sobre todo si eres hombre o mujer de izquierdas; pues como todo el mundo sabe, a las mujeres sólo nos ningunean, invisibilizan, vejan, maltratan o asesinan los de derechas, que suelen ser casos perdidos).
Y para eso ha escrito ella el libro, para curar a los curables. Así que léanlo y sanen. Vean la luz. En su manual, esta notable representante de la femicutrez demuestra una sólida coherencia con sus ideas. Que esas ideas sean muy elementales ayuda a esa coherencia, es cierto; pero tampoco le quitemos mérito a la caspa. Unas ideas, en fin, que se manifiestan no solo en la escueta obra intelectual de Barbijaputa (otro día, cuando se me pase la risa, quizá hablemos de una novela que escribió hace un año), sino también en el seudónimo con el que firma; que ya no es el nombre de un hombre (eso sería machista además de poco original, pues lo utilizaron otras escritoras casi tan prestigiosas como ella: Fernán Caballero, Víctor Catalá, Currer Bell o George Sand, por ejemplo). No, nada de eso. Barbijaputa eligió un seudónimo bipolar agresivo-cuqui que simboliza la crítica y posicionamiento feminista frente al símbolo de la cosificación femenina, que es lo que de verdad ha sido siempre la Barbie. Una sutil ironía, a ver si me entienden. No sé si lo captan.
En fin. La verdad es que nada de esto, ni Barbijaputa, ni su incidencia repetitiva en Twitter, ni su arrogante y estulta incultura («No son las mujeres quienes deciden si habrá guerra o no la habrá», dice, ignorando a Isabel I de Inglaterra, Golda Meier o Margaret Thatcher), ni su irresponsable, superficial y disparatado manual del machismo, ni su cacao mental, tendrían la menor importancia, permaneciendo en la mera anécdota, si no tocase asunto tan serio: la búsqueda de la igualdad en el plano social, político, económico, cultural de las mujeres es imprescindible, y por ello debe ser una realidad. Pero esa realidad necesaria, el desmontaje de un machismo ancestral que oprime, esclaviza e incluso mata, debe hacerse desde la cultura y la inteligencia, con voces serias y autorizadas; no forzadas hasta el disparate por la demagogia irresponsable de gente tan soberbia que cree resolver los complejos problemas de la Humanidad con 140 caracteres y un cutre librito de autoayuda. Como cuando la autora dice, como ha hecho en fecha reciente: «Hasta cuando Dani Rovira intenta ser feminista, es machista». O cuando decide meterse a analista de política internacional combinada con ética y sostiene sin complejos: «Desde el momento en el que votas a partidos que apoyan invasiones imperialistas sobre otros países, y esas invasiones conllevan mujeres violadas por soldados o mujeres mutiladas y asesinadas. ¿En qué universo eso se puede considerar feminista?»
Dice un antiguo refrán español: «Callen barbas y hablen cartas». Pues eso. Callen Barbijaputas superficiales e ignorantes, que mal servicio hacen a las nobles causas, y hablen voces autorizadas, mujeres (y hombres también) que, no con seudónimos que oculten indigencia vital e intelectual, sino con la autoridad de su preparación, su talento y su cultura, tengan cosas serias que decir, argumentos que cambien lo que debe cambiar. Exigir igualdad desde la inflexibilidad, la intransigencia, la ignorancia histórica, social y política, cayendo en los mismos errores en los que ha caído la Humanidad miles de veces, sobre todo el de la osada arrogancia analfabeta que se pretende oráculo, resulta inútil y peligroso; y lo que es peor, envilece la importante tarea de conseguir que las mujeres gocemos de la visibilidad, la voz y la libertad que realmente merecemos. De elegir qué tipo de mujer queremos ser. No, desde luego, convertirnos en el artificial arquetipo de mujer-caricatura impuesto por esa censura fanática y monjil de lo femicutre, encarnada en irresponsables que, como la tal Barbijaputa, etiquetan, condenan y cargan de prejuicios y odio estéril todo cuanto tocan y escriben, poniéndonos en ridículo a cuantas de verdad anhelamos, deseamos, exigimos con firmeza, que las cosas cambien.
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Título: Machismo. 8 pasos para quitártelo de encima. Autora: Barbijaputa. Editorial: Roca
Estupendo artículo, llego un poco tarde pero me maravillo de lo bien que escribe la autora. Tristemente, parece que el tema con el feminismo no ha hecho sino empeorar en el tiempo que el artículo lleva escrito. En todo caso un mensaje más necesario que nunca.