Parece mentira que, a estas alturas de la película, todavía sea preciso señalar que la hibridación, el mestizaje, el intercambio de influencias es una de las experiencias vitales más enriquecedoras y poderosas. Es el alma tras la formación de las lenguas y los pueblos. Es la razón por la que los perros que no poseen raza definida, los mil leches, acostumbran a ser más inteligentes, longevos y capaces que muchos ejemplares de pedigrí inmaculado. Por la que seguimos asombrándonos del repertorio de similitudes y rarezas que un hijo guarda con respecto a sus progenitores. O por la que disfrutamos de figuras literarias complejas como el cadáver exquisito planteado por los surrealistas o las bellas casualidades arrojadas por las contradicciones del oxímoron. Porque la mezcla desafía los límites preestablecidos y da pie a lo inclasificable.
Es alrededor de Ranquel, protagonista discreto y cronista aún más discreto, de quien se enrolla el hilo conductor del libro: un tipo común que, junto a su pareja Meche y sus amigos Huevo, Vane, Chango y su providencial Priscila, nos habla del paso del tiempo, de los lazos personales, de la pérdida, la transformación, los deseos latentes y los caminos no tomados, de qué nos convierte en quienes somos, de nuestra herencia cultural, el peso de nuestro entorno y nuestros antepasados, del porvenir que ahora nos saluda con la mano, pero que quizás siempre nos estuvo esperando al cruzar la cancela. Para ello se vale de milagrosas vírgenes voladoras, de dioses con pistola que se presentan en tu casa cuando haces el amor, de recuerdos infantiles, de enemistades con aires de far west, de hijos que ansían libertad y padres que deben aprender a serlo, de tragedias bíblicas, de trabajos precarios, de vencedores y vencidos, de crímenes, inseguridades, muertes y renaceres.
Quizá por la larga relación de Donadello con la música —a cuya docencia ha dedicado su vida—, el libro fluye con ritmo propio, al margen de convenciones y modas: por momentos, uno tiene la sensación de estar ante un texto de impecable factura clásica; en otros, de asistir a un glorioso espectáculo de iconoclasia narrativa. Ganador de la 51ª edición del Premio Ignacio Aldecoa que concede la Diputación Foral de Álava a la mejor colección de cuentos en castellano, Chéljelon es un libro que incomoda a la vez que hace hogar, que acuna, pero lo hace rápido para que no dejes de preguntarte qué demonios está sucediendo. Se aprecia el nexo con la vocación cósmica de Jorge Luis Borges (1899-1986), con la facilidad para la ocurrencia del también argentino Julio Cortázar (1914-1984), y hasta con el fatalismo del uruguayo Horacio Quiroga (1878-1937) y su hombre muerto. El ambiente wéstern es a veces directo —indios contra colonos—, en ocasiones más próximo al relato de frontera actual o neowéstern polvoriento a lo Breaking Bad. Pero Donadello no pretende epatar, no conspira para provocar un desvergonzado estallido emocional en el lector: sus escenas solo suceden, lo hacen con elegancia campechana, de forma tan natural que su impacto es genuino. Para contar vidas imperfectas —como toda vida que se precie—, cosidas con retales, cicatrices, malas decisiones, melancolía y risas que se oyen lejanas, el autor tira también de humor negro y comedia surrealista con ecos de Twin Peaks. El resultado —y atención, porque esto es importante— es un libro divertido que no renuncia a párrafos dignos de podio.
Por cierto: «Chéljelon» significa «mariposa» en la lengua indígena tehuelche, propia de la Patagonia, y es el término que se utiliza para denominar a una constelación, más o menos la misma a la que en Europa llamamos Orión. No sé a ustedes, pero a mí me parece que el nombre no puede ser más acertado, porque cuando lo leo, cuando me fijo en el diseño hipnótico de la cubierta urdida por la siempre innovadora editorial Fulgencio Pimentel, pienso en esas flores, en esos animales y figuras hechas de alambre que se venden en los mercadillos; a su modo, tan bellos como los modelos reales en los que se basan. Y pienso que ahí, en ese contraste entre la forma —metálica, fría, mundana— y el fondo —delicado como el aleteo de la susodicha mariposa—, en esa mezcla de conceptos a priori antagónicos es donde nos reconocemos humanos.
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Autor: Marcelo Donadello. Título: Chéljelon. Editorial: Fulgencio Pimentel. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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