Foto de portada: Ricardo Roncero
Esta reina era pata negra. Su estirpe era premium: sobrina de Ricardo Corazón de León; nieta de una de las reinas más poderosas de Europa, Leonor de Aquitania; hija de la mujer que dio un soplo de aire fresco al medievo castellano, Leonor de Plantagenet y del ganador de la batalla de las batallas —la de las Navas de Tolosa—, Alfonso VIII; madre de Fernando III el santo, el conquistador de Sevilla, Jaén y Córdoba; y abuela de Alonso X el Sabio, el creador de la Escuela de Traductores de Toledo. Si ese juego de tronos que formaban los reinos cristianos durante la Reconquista tuvo una gran protagonista, esa fue Berenguela, la Daenerys castellanoleonesa. José Ángel Mañas, después de ponernos a luchar a las órdenes de Pelayo en la Batalla de Covadonga y de hacernos cruzar el río Duero junto al conde de las manos fuertes —Fernán González—, nos lleva en la última entrega de su trilogía de la Reconquista a recorrer Castilla con la corte de una mujer poderosa, que tuvo la corona solo un día en su cabeza, pero que reinó eternamente. Mañas acumula tantos aciertos en esta narración —un ritmo trepidante, una protagonista inolvidable, una recreación histórica que aporta datos sin abrumar al lector menos preparado y un recurso narrativo que enriquece la trama y a los personajes: el uso del género epistolar intercalado en los capítulos— que no es descabellado afirmar que Berenguela (Esfera de los libros) es su mejor novela.
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—Al final, Berenguela cierra su trilogía de la Reconquista, pero su idea era hacerlo con Alfonso VIII o Fernando III. ¿Qué o quién le hizo cambiar de idea?
—El concepto era arrancar con Covadonga y el nacimiento del reino de Asturias, y luego seguir con la batalla de Simancas, un momento también crucial, con el órdago que lanza Abderramán III y que a punto estuvo de suponer la caída del reino de León. La tercera parte tenía que estar enfocada a la batalla de las Navas de Tolosa, que es la lucha definitiva. A partir de ese momento, caen Córdoba, Jaén, Sevilla… ya solo queda Granada, pero de una manera residual. La primera idea para el relato es buscar a Alfonso VIII, pero ya había tenido a dos hombres protagonistas —Pelayo y Fernán González— de las dos primeras novelas. También llegué a pensar en Fernando III el Santo, pero tenía los mismos reparos que con su abuelo. Y de repente, al buscar una óptica más original surgió el personaje de Berenguela. Tenía la imagen de una mujer resignada, que solo llega a gobernar un día, pero luego me sorprendí al descubrir a una mujer de una pieza, una auténtica superdotada.
—En la contraportada de su libro se afirma que fue la reina más impresionante de España después de Isabel la Católica.
—Claro. Me sorprendió tanto lo que leí de Berenguela —ella fue quien consiguió la unión entre Castilla y León; ese fue el objetivo de su vida— que la idea de la novela giró, y de repente la batalla de las Navas de Tolosa pasó a ser un hecho secundario. Lo que me fascina de esta mujer es que consigue sus propósitos de una forma activa: nada le cae del cielo, se propone algo y lo logra. Sí que es cierto que, como Alfonso VIII solo tenía hijas, ella desde pequeña —a diferencia por ejemplo de Juana de Castilla— está preparada para gobernar. Berenguela tiene esa crianza y esa educación, y por dos veces las autoridades castellanas le han jurado lealtad por iniciativa de su padre. Ella tiene un momento brillante cuando es proclamada reina, después de la muerte de su padre, y le hace un regate a su marido el rey leonés Alfonso IX, al traspasar en ese mismo momento esa corona a su hijo Fernando. Su esposo intenta que se cumpla el Tratado de Sahagún —que daba el reino al monarca superviviente de los dos reinos, en este caso a él—, pero ella le gana con los hechos consumados. En ese momento, Berenguela tuerce la historia, porque ese tratado era legítimo y de haber logrado su marido imponer sus derechos Castilla habría quedado dentro del reino de León. El siguiente movimiento de Alfonso IX es buscar la corona para sus hijas —las que tuvo con su otra mujer, Teresa—, pero cada vez que hay un buen partido para ellas Berenguela se encarga de estropear la boda. El rey muere, Berenguela invade León, y consigue además el apoyo de Roma, que nunca tuvo su marido. En ese momento se produce el momento más bonito de esta historia, el pacto entre Teresa y Berenguela, que evitó una guerra civil con un acuerdo que benefició a ambas. Por si acaso, Berenguela borra a las dos hijas de Teresa y Alfonso de todos los documentos, quema el testamento del monarca de León y encarga a dos de sus cronistas contar la historia de lo que ha pasado. Berenguela tuvo siempre muchos reflejos, y logró siempre anticiparse a sus rivales, a su marido y también a los nobles de la casa de los Lara, que se enfrentaron a ella y que desde entonces no levantaron cabeza. Berenguela fue una apisonadora, pudo con todos. Por todos estos hechos digo que fue la reina más importante de España después de Isabel la Católica.
—Hay otra mujer con la que encuentra una gran afinidad con Berenguela, su abuela Leonor de Aquitania.
—Totalmente de acuerdo. De hecho, Leonor de Aquitania es un gran ejemplo para ella. Berenguela fue el éxito de una educación diseñada, por su padre Alfonso VIII, para que fuera una mujer de estado, pero a todo eso se añadió la influencia de la línea materna, la de su abuela, que era la mujer más poderosa de Europa, la más empoderada de toda la Edad Media. Tiene la formación y tiene los referentes, sobre todo femeninos, como su madre, Leonor de Plantagenet, que introdujo la rica cultura provenzal, la lírica de los trovadores, en Castilla. Berenguela asume esa posición de mujer de estado cuando tiene que cumplir con el deber de casarse con Alfonso IX y conseguir un heredero para las dos coronas. Como les ocurre a todos los triunfadores, ella tiene también un golpe de suerte: en su peor momento, cuando el papa anula su matrimonio y regresa a Castilla con sus hijos, muere Fernando de Portugal —hijo de su esposo y de la primera esposa de este, la reina Teresa—, que podía ser legitimado por Roma como heredero al trono. Ella se preocupa en ese momento de que su hijo reciba la misma educación que tuvo ella para convertirle en un futuro rey.
—Berenguela unió Castilla y León después de que Alfonso VII la hubiese repartido entre sus hijos. Sin embargo, según varias encuestas de los últimos años, el 35% de los castellanoleoneses solo se sienten españoles, y muchos leoneses tampoco se encuentran cómodos en esa denominación regional. ¿Cuál puede ser el motivo?
—La verdad es que hubo varias guerras desde el principio entre los dos reinos. La cuestión era saber quién se iba a comer al otro. Era un poco como esa película de los años 90, La guerra de los Rose. (Risas) El problema de Alfonso IX de León es que se enfrenta a una mujer que le supera en todo. Yo a él le he cogido cariño, pero era un poco pánfilo y Berenguela le come la tostada. De hecho, de no ser por ella la historia habría sido diferente. Hay que reconocer que fue un éxito que ha durado ochocientos años. Ahora viene la segunda derivada, la autonómica, la territorial. Cuando se parcela España por autonomías, se buscan afinidades históricas y empiezan los problemas. Aunque a mí nadie me haya preguntado, en mi opinión Madrid es Castilla. Y a León la veo muy afín a Asturias. Podemos hablar de Cantabria, de Murcia, de La Rioja… A pesar de todos los problemas de esa parcelación, fue un proceso positivo. Al final, pasa como con las bandas de música: se está mejor juntos que separados. (Risas)
—Estamos viviendo un boom de la novela histórica en España: los escritores de este género en nuestro país tienen material para un buen rato.
—Sí. La novela histórica está desbancando a la novela negra. Hay un auge del género que tiene que ver con el momento histórico actual. Y la suerte que tenemos es que la riqueza de la historia de España es espectacular. Lo mismo puedes escribir de la convivencia de las tres culturas —judíos, musulmanes y cristianos— que hacerlo de las batallas de la Reconquista. Si no te gustan los conquistadores tienes otro montón de posibilidades. Puedes tener como referente el imperio de Carlos V o a los comuneros. Fíjate en Benito Pérez Galdós, que recreó la historia de nuestro país desde un punto de vista liberal y progresista. Se puede abordar la novela histórica desde muchos puntos de vista.
—¿Debemos sacar pecho con la historia de España, o la escondemos debajo de la alfombra?
—Hay que sacar mucho pecho. Puede que España no sea el mejor país, pero su historia es extraordinaria. Nuestra primera gran diferencia con el resto de Europa es haber tenido una ocupación árabe de más de ochocientos años, con todo lo que eso ha significado. Y luego está el tema de América, que está muy cuestionado, pero cuando llegamos allí fue algo increíble: apareció en mitad del mar una cuarta parte de la Tierra, de la que no se tenía constancia. Pese a la brutalidad y lo que ocurrió entonces, fue un hito en la historia de la humanidad. Ahí tenemos un gran material. Los novelistas históricos están trabajando muy bien para sacar a la luz todas esas historias. Sin embargo, el cine y las series —por falta de medios o de interés— no están haciendo la misma labor.
—Volvamos a Berenguela. La madre de Leonor, que no estaba conforme con el gran poder de los hombres en las estructuras eclesiásticas, mandó construir una abadía revolucionaria, el monasterio de las Huelgas. ¿Qué influencia tuvo este lugar en Berenguela?
—Ese conjunto de las Huelgas tenía como objetivo ser el equivalente a San Isidoro de León, pero para valorar su importancia hay que tener en cuenta que la corte era itinerante; el concepto de capitalidad no existía. Lo importante de este monasterio es que hay una abadesa. No podemos hablar de feminismo en esa época, pero sí que es cierto que con Leonor de Plantagenet irrumpe una cultura en la que las mujeres tienen autoridad. Este será el modelo de otro monasterio fundado más tarde en Valladolid por María de Molina. Con la madre de Berenguela entra en Castilla un aire de cambio, una mentalidad más progresista. Burgos se convierte en ese momento en la ciudad más moderna.
—Uno de los mejores pasajes del libro es la narración de la batalla de las Navas de Tolosa. Se nota al leer estas páginas que como escritor disfrutó de lo lindo. ¿Me equivoco?
—Sí. Aunque no soy Posteguillo. (Risas) Yo no tengo esa capacidad. Mi escritura es más cinematográfica, y con una batalla por novela es suficiente. Las tres de la trilogía me han gustado mucho: la de Covadonga, la de Simancas y esta de las Navas de Tolosa. He disfrutado escribiendo de espadas, armaduras, arcos…
—Hay mucha terminología militar en su novela.
—El léxico de la novela histórica es algo que gusta mucho a los lectores de este género, pero también debes tener cuidado: no puedes hacer unos diálogos reproduciendo el habla de esa época; para nosotros sería imposible. También debes tener cuidado con el vocabulario —de la ropa, los objetos, las armas…—, no puedes incluirlo de golpe, tienes que administrarlo, perfumando los capítulos para que el lector se vaya familiarizando con esas palabras nuevas. Para mí uno de los grandes placeres de escribir novela histórica es acceder a este vocabulario y trabajarlo para tu obra.
—Terminamos. Cerrada la trilogía de la Reconquista, ¿cuál a ver su próximo proyecto de escritura histórica?
—Sabes que soy un tipo inquieto. (Risas)
—Soy muy consciente.
—El punto de unión de todo lo que escribo es la realidad social en la que vivo. Por eso ahora me voy a la Deep Web y al mundo de los criptomercados. Va a ser todo un desafío. En la Edad Media el reto es contar las batallas, aprender de la vestimenta, introducir ese vocabulario que comentábamos, y aquí va a ser darle ritmo a algo tan estático como es la tecnología. Sí que volveré a la novela histórica, pero por el momento ese género lo dejo en barbecho.
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