Fotografía de portada: Luis López Arauco
Con Berenguela, la reina que unió Castilla y León para siempre, cierro una trilogía en la que cada una de las novelas se detiene en una de las tres batallas clave de la Reconquista: la de Covadonga, en 718, en ¡Pelayo! (La Esfera de los Libros, 2021); la de Simancas, en 939, el gran órdago que lanzó Abderramán III, constructor de la Mezquita de Córdoba, al reino de León, en ¡Fernán González! (La Esfera de Los Libros, 2022); y ahora, la acción de Berenguela se ubica en torno a la batalla de las Navas de Tolosa (1212), la batalla definitiva de la Reconquista, ganada por Alfonso VIII de Castilla. A raíz de Las Navas, los cristianos pudieron tomar Córdoba, Jaén y Sevilla y, por decirlo con un símil futbolístico, el partido de la Reconquista está ganado. Quedará el reino de Granada, pero es ya un territorio residual y vasallo y se sabe que, tarde o temprano, caerá en manos de Castilla. Lo hará dos siglos más tarde.
Inmediatamente nuestra mirada —la mía y la de Berenice, en el brainstorming que hicimos— se dirigió hacia Berenguela, hija de Alfonso VIII y madre de Fernando III, regente de Castilla durante casi dos años y reina por un día, y poco a poco se fue imponiendo el personaje. En un principio se me antojaba —lo confieso— una figura menor y figura bisagra entre Alfonso VIII y Fernando III el Santo; pero a medida que me documentaba y me iba impregnando de su historia me fue impactando más y más su personalidad y me fui convenciendo de la extraordinaria importancia que tuvo tanto en la unión de Castilla y León como en la conquista de Andalucía.
Una vez muerto su hermano Enrique, el trono de Castilla habría correspondido por derecho, según lo firmado en el Tratado de Sahagún, a su marido, Alfonso IX de León, y a punto estuvo este de conseguirlo por la fuerza de las armas —y hubiese sido una acción legítima, en mi opinión—, de no haberse interpuesto Berenguela. Ella hizo valer que su padre, a quien preocupaba mucho la posible aplicación de aquel tratado, la había hecho jurar heredera de Castilla en dos importantísimas curias, siendo aún niña. La circunstancia la reivindicó Berenguela para hacerse coronar en Valladolid por los nobles y concejos del reino y pasarle la corona, en el mismo acto, a su hijo Fernando, orillando así el derecho de Alfonso IX a la misma, un derecho al que este acabó renunciando de mala gana tras una breve guerra con los castellanos.
Pero no paró ahí la acción de Berenguela. Una vez coronado su hijo Fernando rey de Castilla, nunca dejó de velar por sus derechos al trono leonés y entorpeció cualquier alternativa a la sucesión de Alfonso IX. Visto que este tenía dos hijas de su primera esposa, Teresa de Portugal, procuró cerrar el camino a los proyectos matrimoniales que hubieran podido tener ellas. Y cuando Alfonso IX murió, pese a que en su testamento nombraba herederas de la corona a sus hijas Sancha y Dulce, Berenguela reivindicó el derecho del único hijo varón de Alfonso IX, el suyo, Fernando, frente al de aquellas dos mujeres y, con el apoyo de Roma —un apoyo que Berenguela se había trabajado durante años—, del clero leonés y la amenaza de una guerra en la que tenía las mejores cartas, obligó a las infantas, en una negociación con su madre, a renunciar a sus derechos en favor de Fernando.
El pacto, que se conoce como el de las dos madres, es un ejemplo de diplomacia femenina que evitó, tras la reunión de ambas mujeres en Valencia de Campos, una nueva guerra entre Castilla y León. Fue el triunfo absoluto de Berenguela, quien se había propuesto y logró que su hijo Fernando heredara y uniera los dos reinos. Y para que no quedase la más mínima duda de los derechos de Fernando, como parte del pacto —y a cambio de una renta generosa para las dos pretendientes— hizo que se destruyeran todos los documentos, inclusive el testamento de Alfonso IX, que pudieran justificar la pretensión al trono leonés de las infantas.
Pero todavía hay más. Una vez unidos y pacificados los dos reinos, ella misma se encargó de gobernarlos mientras que Fernando, su hijo, reconquistaba la mayor parte de Andalucía. Berenguela le suministraba los hombres, las armas y el dinero necesarios para hacer la guerra, y gracias a su intendencia el Santo pudo conquistar Córdoba, y luego Jaén y Sevilla, y prácticamente, si no totalmente, cerrar el proceso de Reconquista. Es por ello que Juan Eslava Galán dice que Fernando III es el rey más importante de la historia de España; y es por ello por lo que yo digo que la reina más importante de la historia de España —por detrás únicamente de Isabel la Católica, a quien le cupo la fortuna de gestionar el descubrimiento de América— es Berenguela de Castilla.
Si esa trascendencia histórica no se le reconoce es sencillamente porque, sobre el papel, apenas reinó un día, y así parece el suyo un periodo de transición entre Alfonso VIII, vencedor de Las Navas, y Fernando el Santo, conquistador de Córdoba, Jaén y Sevilla. Pero la realidad es que durante prácticamente treinta años del reinado castellano de su hijo y hasta su muerte, todos los documentos se firmarían en nombre del rey Fernando y la reina Berenguela, y que Berenguela fue una suerte de correinante, con un poder real extraordinario.
Para recalcar su importancia, cabe destacar que si Alfonso IX hubiese sido coronado rey de Castilla en aplicación del Tratado de Sahagún, como era su derecho, posiblemente el reino resultante se hubiese llamado de León y Castilla y hoy podríamos estar hablando de la Corona de León en vez de la de Castilla… Esto lo impidió, con su intervención, Berenguela. Ella, la digna hija de su padre, y tan castellanista como él, se interpuso en el camino de Alfonso IX y lo hizo con tal contundencia que el nombre del último rey de León prácticamente ha desaparecido de la historia. En definitiva, fue una gran triunfadora.
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Autor: José Ángel Mañas. Título: Berenguela, la reina que unió Castilla y León para siempre. Editorial: La esfera de los libros. Venta: Todostuslibros
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