Andrés Barba publica, nuevamente bajo el sello de Anagrama, El último día de la vida anterior. Una novela que arroja luz sobre la psicología del fantasma, pero también la de los niños en una atrayente amalgama de ambas categorías que puede recordarnos a la obra Déjame entrar de Ajvide Lindqvist.
Este amor-demonio, o hybris infantil (entendiendo hybris como aquellas acciones que exceden la potencia humana), es una sustancia espesa en la que se mezcla el deseo roto de ser correspondido, con todo lo demás, articulado en una cadena atroz: el castigo del niño hacia la madre; la conciencia de lo monstruoso en uno; la culpa que conduce a una suerte de autoaniquilación; y la incapacidad para situarse fuera de sí mismo.
Precisamente esto último será clave: lo externo al niño no es sino una repetición hastiada de la interioridad. Dicho de otro modo: el afuera, para el chico, carece de movimiento al estar sujeto a la culpa y la vergüenza. Este es su castigo. Y, no obstante, la intuición infantil quizás se sitúe aquí mismo: matando el tiempo (deteniéndolo, repitiéndolo en bucle), quizás esa culpa también termine matándole. Barba entonces da un paso más y apuesta por lo sobrenatural: convierte la hybris del niño en una especie de hechizo. Escribe así una novela fantástica.
La presente historia encontrará como aparente contrapunto a esta realidad fantasma el personaje de la empleada de una inmobiliaria, configurándose así, también, en una obra sobre la ayuda mutua y solidaria (como apunta el propio autor en el apartado de agradecimientos). No obstante, resulta muy interesante cómo dicho contrapunto va cediendo y presentándose finalmente como falso: la vida y la muerte, la apariencia y lo verdadero, el fantasma y la carne, no son categorías puras y excluyentes, sino todo lo contrario: operan a la vez, mezcladas entre sí. El narrador insiste en presentar la vida de la empleada como fantasmagórica; y la del niño, poblada de vida (una vida que no se muestra a simple vista). En esta línea, también terminarán confundiéndose los roles de salvador y salvado.
No es la primera vez que el autor explora el horizonte de lo terrible en la interioridad infantil (recuérdese la novelita Las manos pequeñas, por ejemplo), lo cual se nota en la sutileza de sus intuiciones. Un reflejo de ello es el modo en que retrata el flujo mecánico de los pensamientos del chico: Ojalá te salgan manchas en la piel, pero rojas, violetas, verdes, ojalá se llene de manchas tu espalda y tu cara y tus pies y tus piernas y tus rodillas y tu sobaco y tu culo.
El último día de la vida anterior es muy disfrutable como palabra que conmueve, incluso aislada de la historia y del propio artefacto de novela. Palabra que piensa y obra belleza, con imágenes como esta: “Pensaba que el alma no era algo incorpóreo, sino una cosa sólida y pequeña, como los botoncitos de nácar de los chalecos y las camisas de encaje”.
A través del recurso constante de los paralelismos, a veces se siente con claridad esa voluntad de conducción al lector hacia una verdad cuya eclosión va palpándose tensa y progresivamente; como si la voz narrativa se solidarizara con el niño, dejándose llevar por ese mismo hechizo. Este, de hecho, se abre ya en la primera página, con una cita de Alicia en el País de las Maravillas que nos invita a saltar hacia el espejo.
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Autor: Andrés Barba. Título: El último día de la vida anterior. Editorial: Anagrama. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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