Cuando leí En la Tierra somos fugazmente grandiosos cotilleé a su autor por redes sociales y busqué algunos vídeos. Interpreté su imagen y su gesto como el de una persona frágil, pero equilibrada entre la sensibilidad y la inteligencia. Ese libro era su propia imagen: alguien que ha encontrado los conductos para drenar el dolor hacia la belleza. Algo excepcional, pues el dolor suele derramarse irracionalmente hacia el victimismo, el reproche, la autodestrucción o la tortura de las personas que tratan de protegernos. El dolor y la muerte, salvajes que Ocean Vuong domestica.
Su último poemario titulado El tiempo es la madre, publicado en edición bilingüe inglés-español por Vaso Roto Poesía y traducido con gran ingenio por la poeta Elisa Díaz Castelo, abre con la dedicatoria a su madre, Lê Kim Hông, y a su pareja, Peter, quien sostuvo la despedida y al que escribe un poema epistolar desde una clínica donde toma Xanax (un ansiolítico). El amor nos salva de la muerte, pero la negación del luto nos impide amar. La cita de apertura de César Vallejo no podría ser más justa: Perdóname, Señor: ¡qué poco he muerto!
El zombie: un muerto viviente que muerde e infecta otra vida. Vuong lucha contra la zombificación, su poemario evita la putrefacción de las pérdidas. Quienes no asimilan las muertes, propias o ajenas, son perfectamente crueles cuando intentan amar, porque el dolor es la penúltima confirmación de la pasión; ignorar ese momento o camuflarlo en despersonalizaciones hedonistas asegura la mediocridad de futuras relaciones y, por ende, de la propia vida: Que recuerdo cada folículo del fracaso como ellos recordarán a dios después de la religión: solo, imposible y bueno.
El cuidado de la belleza es uno de los temas recurrentes de su poemario, la única rebelión que tenemos a mano para que las muertes no nos maten. Para que la belleza sobreviva hay que aguantarle la mirada a la muerte, retornar tantas veces sean necesarias a los cementerios que habitamos, hasta que el dolor reduzca su violenta virulencia: nadie es libre sin partirse en dos.
La belleza aparece como resultado de la reconciliación nostálgica con los amores perdidos, en este caso, la madre, pero también una parte de sí mismo que se fue con ella. El acto de amar es eufórico y festivo cuando se vive, ignora y desprecia el tiempo, pero cuando se vuelve pretérito se convierte en tortura: No, no la belleza, sino tú y yo sobreviviéndola. Lo cual es aún más bello. La belleza es el ancla de la memoria que siempre está a la vuelta de la esquina, múltiple y camaleónica, se transforma en melodía, fotografía, poema, paisaje o en la revelación de un objeto cotidiano. Vuong compone un poema a partir del historial de compras que hizo su madre por Amazon, extrañas son las formas en las que se revela el amor cuando se metamorfosea en belleza. Destellos de ternuras que se difuminaron en el tiempo, pero no en el recuerdo: ¿Por qué el tiempo pasado siempre dura más?
En un poema titulado Leyenda estadounidense el hablante lírico conduce junto su padre y su perra al lado, van a sacrificarla, pero tienen un accidente en el que, mientras dan vueltas de campana, su padre le abraza involuntariamente por primera vez en décadas. La belleza hay que desenterrarla de vez en cuando. También a nuestros muertos, también nuestras muertes, de lo contrario, imponen su tiranía y jamás serán bellos, es decir, dignos de ser reencontrados. El hablante lírico provocó el accidente para liberar a su perra y sentir físicamente a su padre.
El dolor afirma que un día amamos, y que lo seguimos haciendo. Barómetro inversamente proporcional al deseo que nos secuestró involuntariamente. Ignorar el dolor, no hacerle justicia, implica desdeñar aquello que nos sostuvo y que nos mantuvo con vida. La ignorancia es fallecer en el tiempo. Ocean Vuong confiesa el amor hacia su madre, no podrá ser enterrada, pero su altar es la escritura, instrumento para desasirse de la tiranía del dolor. Dar palabra al dolor promete futuras reconciliaciones, porque la peor esclavitud consiste en no tener agallas para partirse en dos.
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Autor: Ocean Vuong. Traductora: Elisa Díaz Castelo. Título: El tiempo es la madre. Editorial: Vaso Roto. Venta: Todostuslibros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
Mi querido Sergio:
No sé cuántas veces he releído este ensayo, me he querido escapar de él, me he quedado con la belleza que destila como queriendo olvidar, olvidar algo, he vuelto, he llorado, he pataleado, he arañado… y todo ello metafóricamente, que tiene más mérito. Perdón, por la licencia humorística, pero es que estas palabras que interrogan la mirada de Ocean Vuong, duelen, duelen demasiado y todavía procuro escapar de ese enfrentamiento terrible que propones en los versos de Ocean.
Partirse en dos para poder llorar de verdad, mirar la muerte y admirar su belleza, me ha costado mucho siquiera integrarlo, pareciera que el alma y las fibras profundas se resistieran y se hacen fuertes como un escudo a la separación, aun a sabiendas de que ello supone la zombificación y sí, la terrible, la terrible, huyo de la palabra, aquella de las pérdidas.
“Estoy listo. /Listo para ser cada uno de los animales /que dejas atrás.”
Y duele, duele el alma, porque cuando contemplas la belleza y asumes que estás quizás “a más de tres años de distancia” de alcanzarla o que no la alcanzarás nunca, no te queda sino admirar este arrojo como el de un héroe. Quizás se pueda una refugiar en la belleza del fracaso, al fin “Pues la belleza no es nada sino el principio de lo terrible, lo que somos apenas capaces de soportar, lo que sólo admiramos porque serenamente desdeña destrozarnos.” Me agarro a Rilke como a un clavo ardiendo. Me reconozco en lo terrible, no desdeño la belleza de romperse en dos y caminar hacia la vida, pero me siento como una mutilada del alma. Así:
“Hay hombres que tocan pechos/ como tocaría/ cráneos. Hombres que cargan sueños/ y atraviesan montañas, con los muertos/ sobre la espalda.”
El tiempo es madre, sí. Ocean Vuong tiene la serenidad del monje budista, y consigue partirse en dos: “Cedí y decidí que a partir de ahora será la felicidad. Entonces todo se abrió. Las luces brillaron a mi alrededor y hacia un clima blanco y yo ascendí, húmedo y ensangrentado, fuera de mi madre y hacia el mundo, gritando y suficiente”-
Más alla de mi imposibilidad de redención e identificación con el poeta, me valgo de él para interiorizar estos versos: “Ahora puedo decir que era hermoso, mi daño, porque me pertenecía sólo a mí”.
Por desdramatizar un poco, me gustaría compartir unas letras-versos de una maravillosa canción del cantautor Javier Bergia que he recordado desde los versos de un poema de Ocean “Acción de gracias 2006” y dicen así:
Extraño, eco/ palpable, aquí está mi mano, llena de sangre delgada/ como el llanto de una viuda. Estoy listo./ Listo para ser cada uno de los animales/ que dejas atrás.”
Y a mi me resonaron con su melodía las palabras de Bergia:
“Estaba listo cuando soñaba/ con una ciudad dormida,/ que soñaba con una ciudad lejana/ de rascacielos imparables”.
Y esa puede ser la clave lingüística con la que Oeean construye un mundo imparable: “estar listo”.
Gracias, querido Sergio, por traer belleza y poesía y sobre todo por compartir sentimientos tan sutiles, cuya lectura sacude la fibra más íntima.
Un abrazo.