Andrés Navarro es un poeta y traductor nacido en Valencia en 1973. Ha publicado La fiebre (Pre-Textos, 2005) y Un huésped panorámico (DVD, 2010), por los que obtuvo los premios Emilio Prados y Ciudad de Burgos respectivamente, así como Canino (Pre-Textos, 2018). Es autor del libro de apuntes Cabeza envuelta en aire (Kriller 71, 2023). Su obra ha sido incluida en distintas antologías, entre las que destacan La inteligencia y el hacha, de Luis Antonio de Villena (Visor, 2010) o Malos tiempos para la épica. Última poesía española, 2001-2012 (Visor, 2013), de Luis Bagué Quílez y Alberto Santamaría. Ha preparado y traducido las antologías Photomaton, nueva lírica portuguesa (HUM, Montevideo, 2013), Querido Señor Myself, de Edoardo Sanguineti (Kriller 71, 2022) y Cuaderno de cuatro años, de Eugenio Montale (Cántico, 2023), las dos últimas en colaboración con Fruela Fernández.
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BIFOCAL
La chica sexi y su perrito barbudo y sus tobillos
de actriz con adicciones
pasan
frente al edificio de correos y al estrecho parterre
en el que nada, ni el mínimo indicio,
descubre la necrópolis de enjoyadas señoras
que la juzgan
con un pálido gesto detectado sólo por el perro
y sometido a cálculo sumario. Tres gotitas
de ámbar, invisibles
entre el pasto pisado, son su humilde elegía.
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POÉTICA CON PERRO
Plano, EEUU
El muñón era obra de un auténtico
maestro de la amputación.
No sabes lo que es celebrar Acción de Gracias
en esa piscina a las afueras de Plano
con un perro trípode que avanza
y da vueltas sin resuello, un perro rengo,
o manco, excéntrico fornicador
sólo apreciado por las niñas
de las mansiones cercanas, chucho altivo
que esquiva un parasol o retrocede
y te mira a los ojos queriendo entender algo
en lugar de ocultar algo, las orejas en uve,
el rabo indiferente, tan incapaz de agraviar
lo que no puede ser agraviado por un perro.
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ALGO DE TAMAÑO NATURAL
Toda la noche viendo cine lento, durmiendo a ratos.
De pronto
mucha luz
y los colores se incorporan al montón de ropa sucia
y los vinilos parecen
nuevos.
Salgo en ayunas para dar de comer a la perra
de mi hermano
y hacerle, durante media hora,
compañía.
Quiero llevarle a mi hermano una bolsa de naranjas
para zumo
y mis novelas de Philip K. Dick.
No es mucho, pero creo que lo tendrán ocupado
cuando vuelva.
De camino, saludo al chico retrasado con la mano
y cruzo el parque
entre edificios
donde las cajeras, a esta hora, fuman y hablan.
Si están solas, saludan con una leve reverencia,
aunque lo normal es que salgan
por parejas
y se fumen dos cigarrillos en diez minutos.
También el chico Down me mira sin verme
realmente
algunas veces,
pero hasta los días en que voy desenfocado
por el sueño
y ella está cegada por el hambre,
la perra de mi hermano me recibe con la efusión
propia de los suyos
y quizá,
a través de la piel, huela la sangre de mi hermano
en la mía
y eso la tranquilice.
Vierto el sucedáneo de carne en la escudilla y bajo
las persianas.
La oscuridad
se estira en las baldosas como un gato.
Creo que nuestra vida va a cambiar.
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BIFOCAL
Hace tiempo que quiero escribir sobre una hoja
de higuera, la primera
que se suelta a finales de septiembre
y al caer va rozando a las verdes, tac, tac,
tac, avisándolas
de que el fin está cerca. Un texto delicado
y pretencioso, ideal para amantes del haiku.
Pero la noche del temblor, cuando los gatos
empezaban a llorar a sus muertos, una hoja
rizada por el aire se alzó como la visera
de una gorra
y la luz
lanzó mi sombra contra un adoquinado
de cabezas, cráneos mondos que se movían
inquietos,
unos contra otros, presintiendo lo peor.
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PARTE MEDIOAMBIENTAL PARA ROSARIO CASTELLANOS
Verano fulminante. Musgo seco asoma de las grietas
del conquistador español
en una Plaza de Armas.
La tarde se perfuma como una viuda en un crucero.
Cuarenta años ya desde que falleciste
cierto agosto privado en Tel Aviv: una mala
llamada,
la bañera cuadrúpeda y la estampida de muebles,
un calambre te sacó de tu elemento.
De un bajón de glucosa murió el siglo. Seguro
te habrán dicho que el grueso de los muertos
ha sido relevado
—también los tuyos: Dolores
Castro, Monterroso, Sabines— por zagalas y chicos.
Al fin, las cosas han cambiado menos
de lo que imaginabas en tu última crónica:
no llegó El esperado, sino la democracia,
cuatro aspas hipnóticas;
los poetas aún se tocan con la mano de escribir;
en el molino de agua de Kontos, con su hélice exterior
y sus tumbas
abovedadas,
se descubrieron copas, mayólicas, joyas de oro, objetos
de marfil
y bastante polvo;
ante su inminente desaparición, la hembra neandertal
se da al placer
exótico,
comparte colina y lecho con seres más parecidos
a Baudelaire
que a su imagen entrevista en la charca.
Conviven como pueden, pero la ceremonia se embrutece.
Las mejores
se miran en espejos que las afean a ojos
del mercado tribal. Abalorios, zarcillos de hueso, plagas
de nenúfares manchan la perspectiva,
la fuga semanal
de los suplementos. Ahora el pájaro azteca
planea en las terrazas de San Ángel, sufre
de hipertensión
y muere joven, atiborrado de comida rápida.
PACTAR INGENUIDAD con las limitaciones
de unos pocos amigos, como ir en bicicleta,
denota
ascetismo
en Dallas.
Algunas cosas son
lo que puedes hacer con ellas,
otras
lo que ellas van a hacerte,
pero el Apocalipsis resultó ser una voz:
mecenas de la nada, rey del polvo,
abandona la pose de chalán
portuario, el Fernet con Pepsicola,
y en suma, vuelve en ti…
Para que estos años sean los mejores
aquel
debía transcurrir entre ingenieros runners
y chicas que sudaban como latas de anuncio.
Algunas cosas son
mascotas cuya vida consiste en esperarnos,
en soportar peso, pero nunca
me he sentido más pragmático
y egoísta
y solo
que la tarde en que alguien
se llevó mi bicicleta en la puerta del Walgreens.
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