En sus Cartas (97-112 e.c.), Plinio el Joven incluye una pieza que pasa por ser la historia de fantasmas más antigua de cuantas se conocen. Nos habla de una casa en Atenas, alquilada por el filósofo Atenodoro Cananita. El espectro no es otro que el antiguo propietario de la vivienda, quien fue asesinado allí y arrojado al pozo. Lo único que pide al pensador es un entierro digno. Cuando lo obtiene, se marcha.
Y es que, aunque el libro se subtitula Inocentes y la inocencia es algo que se atribuye inexorablemente a todos los pequeños —como la bondad infinita a todos los pobres—, a veces ese candor de la infancia es algo muy distinto. Pérez Campos, como el noventa por ciento de los escritores contemporáneos, es un autor muy mediatizado por el cine, donde basta el primer plano de un niño serio, sin gesticular, sin hacer ninguna gracia, para inspirar miedo. Este buscador de misterios, que ya había dado noticia de algunos de ellos en algunos de sus títulos anteriores —Los otros (2016), Los guardianes (2019), Los intrusos (2021)—, puesto a evocar imágenes de espectros infantiles, del dominio público merced a la pantalla, nos remite a las gemelas que se dan la mano al fondo del pasillo de El resplandor (Stanley Kubrick, 1980), el muchacho paralítico que tira la pelota en Al final de la escalera (Peter Medack, 1980) o la niña asesinada que sale del pozo en The Ring (Hideo Nakata, 1998)…
Pero que nadie se llame a engaño con los ejemplos cinéfilos: Javier Pérez Campos es un hombre entregado a la divulgación de lo oculto. Es éste un menester que, a su juicio, fue denostado hasta que autores como J. J. Benítez, otro de sus favoritos, comenzaron a dignificarlo con la publicación de sus títulos. Ahora bien, su primer referente en la búsqueda de lo paranormal fue Iker Jiménez. Siendo apenas un adolescente tuvo oportunidad de leer Enigmas sin resolver (1999), uno de los best sellers de Jiménez, y se quedó maravillado. La sintonía fue mutua. Cuando Jiménez tuvo noticia del informe sobre los misterios de Ciudad Real —solar natal de Pérez Campos—, realizado por su joven lector con tan solo 14 años, no tardó en encargarle sus primeras colaboraciones.
En la actualidad, Javier Pérez Campos es otro gran divulgador de lo paranormal y lo oculto, además de uno de los reporteros de Cuarto milenio. En alguno de sus trabajos de campo para este celebrado espacio televisivo, en sus experiencias de aislamiento en busca de psicofonías y otras manifestaciones de lo numinoso, ha encontrado la materia literaria de Immaturi. Puesto a ello, ha conseguido rastrear hasta sus orígenes al fantasma de Augusto, que se remonta hasta el siglo VI, al monasterio emeritense de la Virgen Eulalia. Interno en aquella casa junto a otros huérfanos, al cuidado de los frailes que les instruían en el monacato, repentinamente una noche de invierno fría como pocas el niño fue presa de unas fiebres. No habría de volver a ver la luz del sol. Cuando el prior, quien respondía al nombre de Paul, corrió a atenderle, supo de su fin inminente, no solo porque lo delatasen sus sudores y su elevada temperatura, sino porque, merced a un inquietante prodigio, tuvo noticia de que ya se le “esperaba en el cielo”.
Tras certificar la muerte de Augusto, el prior dispuso con diligencia cuanto fue preciso para su inminente enterramiento. Se hizo todo con tanta premura que ninguno de los otros expósitos sabía que Augusto ya no estaba entre ellos. De modo que cuando Veraniano escuchó la voz del joven difunto entre sus sueños, le pareció lo más normal del mundo, se levantó de la cama y fue al encuentro de quien en vida fue su mejor amigo. Lo malo fue cuando le vio vestido con una mortaja, en medio de una extraña luz. Entonces comprendió que aquella aparición era el espectro de Augusto, quien ya no estaba entre los vivos.
Mérida es un enclave de primerísimo orden respecto a estos misterios. Su parador, que otrora fue cárcel, convento y “casa de dementes”, que se llamaba en el lugar al manicomio, albergó en su pasado sufrimiento más que suficiente como para que aún se registren entre sus muros psicofonías de lamentos. Pérez Campos aún recuerda una experiencia que tuvo en uno de los salones del establecimiento, junto a la médium del programa Paloma Navarrete. Aún estaban en esos instantes previos a la grabación de uno de esos Diarios del miedo, que llaman a la recreación de sus arcanos, cuando “Paloma sintió que bajo nosotros había gente sufriendo”. Eran los espectros de los lunáticos, llorando, por los siglos de los siglos, todos los sufrimientos que allí habían padecido. Su pasado hace del parador de Mérida un establecimiento frecuentado por las almas en pena y los espíritus que perdieron el sosiego. Entre todos los fantasmas, destaca el niño de la habitación 205. “Sostiene Stephen King que en todos los hoteles hay una habitación maldita, que no se ofrece a los huéspedes. En el parador de Mérida es la 205.
“Siempre ha existido la creencia de que los niños que morían a destiempo eran especialmente vulnerables a los misterios de ultratumba”, explica Javier Pérez Campos.
Las innumerables vasijas con restos infantiles que se han encontrado en esa fuente inagotable de vestigios romanos que es Mérida, nos demuestran que los cadáveres de los niños se clavaban a la vasija que servía de sarcófago. Se procedía de este modo en la idea de que, así, los infantes muertos no podrían escapar de su sepulcro. Sabido es que los romanos despedían a sus difuntos deseando levedad a la tierra que habría de cubrir sus restos. Menos para los niños. Los espectros infantiles eran tan iracundos que, en muchos casos se les invocaba para que luchasen contra los enemigos de Roma.
Uno de esos Immaturi, que Pérez Campos ha reunido en su nueva entrega, recién llegada a las librerías, bien pudo haber sido el que se le apareció a Marta, una médico de Badajoz. Fue mientras se empezaban a atenuar los rigores de la pandemia. “Una madrugada de noviembre, mientras conducía su coche hacia el trabajo, se topó con una figura infantil que caminaba por el arcén derecho de la carretera”. Vestido y peinado a la usanza romana, iba, eso sí, descalzo cuando la facultativa detuvo su coche para intentar preguntar a aquel extraño niño si necesitaba algún tipo de ayuda y descubrió que el muchacho no tenía cara.
La Mallorca de la Edad del Bronce, o Cádiz y Mérida en época romana, son algunos de los enclaves más dados a estas apariciones. No faltan, entre tanto niño muerto, el fantasma de Andresito, que desde hace décadas se deja ver en la delegación de hacienda de Vitoria, los espectros de las madres vengativas e incluso los fetos, como el que acostumbra a aparecerse en el umbral del cementerio de Aceitunilla (Cáceres). Solo en la segunda mitad del siglo XIX, el etnólogo polaco L. Stomma describió 38 casos de espectros de fetos. “Muchos de estos pequeños convertidos en fantasmas ni siquiera sabían qué les había ocurrido”, explica el autor, antes de referirse a la fugacidad de nuestra existencia.
En el prólogo a Los relatos más bellos del mundo, un espléndido tocho editado por Selecciones del Reader’s Digest en 1969, Pedro Laín Entralgo observa que cualquier anciano puede vivir un año más y cualquier niño morir el día siguiente. En ese mismo sentido, Javier Pérez Campos sostiene que estas muertes prematuras son un memento mori y, puesto que todos vamos a morir, “todo es ahora”. En efecto, no existen ni el pasado ni el futuro: todo es ahora, el momento que estamos viviendo.
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Autor: Javier Pérez Campos. Título: Immaturi. Editorial: Planeta. Venta: Todostuslibros
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