A finales del siglo XIX, allá por 1888, fue fundada una de las principales cabeceras de la prensa económica, The Financial Times. Douglas Gordon MacRae fue el director de este periódico durante sus primeros años. A MacRae le preocupaba especialmente una cuestión: cómo diferenciarse de su principal competidor, The Financial News. La solución que encontró marcó el futuro de los medios de comunicación especializados en economía: imprimir su cabecera en papel salmón. Yago Álvarez Barba, creador en Twitter e Instagram de la cuenta @EconoCabreado y coordinador de la sección de economía de El Salto, ha publicado en Capitán Swing un libro sobre bulos, narrativas y poder en la prensa económica, Pescar el salmón.
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—¿Qué influencia real tiene la prensa salmón en la economía?
—Yo creo que bastante. La prensa económica —en el libro insisto bastante en esto— lo tiene bastante fácil en este sentido. La economía es entendida como una ciencia exacta que solo está al alcance de unos pocos expertos y que, además, tiene un muro con el lenguaje, tiene su propia jerga. Esto es aprovechado por esta prensa económica para crear opinión, para generar relatos que beneficien a sus intereses. Esas narrativas influyen en la economía real.
—A los medios tradicionales les han salido nuevas competencias, como los medios online, los blogs y las cuentas económicas en las redes sociales. ¿Cuál es su importancia?
—Ahora, con las redes sociales, la batalla cultural está un poco más igualada. Hay gente que puede crear su blog, compartir su propia literatura económica y su visión sobre ciertos temas. Pero la realidad es que los grandes medios de televisión y las grandes cabeceras de prensa llegan a mucha más gente y siguen teniendo más credibilidad. La prensa económica en papel sigue siendo muy importante: Expansión, Cinco Días y El Economista todavía están en los kioscos. Aunque haya nuevos medios, blogs y cuentas en redes sociales como Twitter, luchando por tener influencia, todavía estamos en desigualdad de condiciones.
—¿Cuánta ideología hay en la prensa económica a nivel internacional?
—Toda la prensa económica internacional tiene el mismo corte ideológico, que es el liberal, o neoliberal. No hay tanta diferencia entre los diferentes medios, incluso en el caso de los que podríamos tildar de ser más progresistas. Todos se basan en las mismas ideas neoliberales: las bases económicas del capitalismo no son puestas en tela de juicio. Ni siquiera con la crisis climática a la que nos estamos enfrentando por culpa de una economía extractivista que solo piensa en crecer. En realidad, el capitalismo solo sobrevive si crece. Y ningún medio cuestiona las teorías en las que está fundamentado.
—¿Y a nivel nacional?
—No tengo ningún estudio tan pormenorizado. Me faltan datos, aunque sí que suelo leer medios internacionales como Financial Times, Bloomberg… y veo una diferencia con los medios nacionales: la prensa española está más plegada a los poderes empresariales que la mainstream estadounidense.
—Después del crac del 29 hubo un cambio editorial en la prensa económica. Según cuenta en su libro, eso es algo que no ha ocurrido ahora, ni con la crisis asiática de los 90 ni con las de las puntocom ni con las de las hipotecas subprime.
—Porque la alianza Thatcher-Reagan ganó la batalla ideológica. Antes esa lucha ideológica se daba en base a unos resultados: el 29 demostró que lo que había no servía, y luego Keynes propuso algo que sí que era útil: entonces todo se vuelve keynesiano, porque funcionaba. En cambio, los neoliberales ganaron la batalla cultural con ideología, metiéndonos sus mantras hasta el tuétano. Su máxima expresión es la frase de Margaret Thatcher: «No hay una alternativa». Y a pesar de las burbujas —causadas en gran medida por la desregulación, que es una de las grandes ideas del neoliberalismo—, seguimos con las mismas narrativas. Ahora estamos otra vez con la idea de la austeridad, aunque se demostró que fue un gran fracaso en la anterior crisis. Esa ideología está tan incrustada que ahora es muy difícil darle la vuelta. Las grandes cabeceras económicas siguen inculcando esa ideología, aunque falle.
—Hablemos de los bulos. Usted afirma que se han democratizado. Explíquese, por favor.
—Se ha hablado mucho de la democratización de la información con el nacimiento de Internet. Lo que hablábamos antes: todo el mundo puede crear un blog, una cuenta de Twitter, un lugar desde el cual publicar. Es algo sencillo de poner en marcha. Eso es positivo, pero también ese bajo coste de entrada ha abaratado la posibilidad de crear bulos y comenzar a esparcirlos. Antes para fabricar un bulo y difundirlo necesitabas una buena inversión en un medio de comunicación, y ahora solo tienes que montar un WordPress. La democratización de los pedestales también sirve para propagar mentiras.
—¿Qué es la «asimetría Brandolini» de la que hablas en el libro?
—Lo que viene a decir es que la energía que gastamos en desmontar un bulo es siempre superior a la que se emplea en crearlo. Además, aunque desarticules estas narrativas, vuelven otra vez. Siempre vamos por detrás. Los creadores de bulos han encontrado la manera de tirar hacia delante, porque aunque los pilles no pasa nada; esa es la esencia del trumpismo.
—Es como jugar al ajedrez con una paloma: da igual lo bien que tú lo hagas, ella irá tirando las piezas al azar, se cagará en el tablero y luego se pavoneará como si hubiese ganado la partida.
—Exacto. Es algo que leí en Twitter y me hizo mucha gracia, y que incluí en el libro. Da igual que tú desmontes el bulo. Esto genera un debate: ¿qué hacemos? ¿Pasamos o denunciamos? ¿Creamos solo nuestras narrativas o confrontamos?
—Dedica un apartado de la obra a hablar de los eufemismos que se usan para enmascarar decisiones y situaciones: privatizar es «externalizar», y el abaratamiento del despido es un «aumento del dinamismo laboral». Así todo parece más aséptico.
—Es curiosa esa doble estrategia de la prensa económica: cuando no quieren que entiendas algo utilizan un lenguaje técnico y cuando buscan que una idea cale en la opinión pública usan este tipo de eufemismos. Esta forma de narrar quita gravedad al asunto y sirve para tapar la responsabilidad del que provoca el daño.
—Cada vez hay más narrativa en la prensa salmón. Hay un «desastre griego» y un «milagro irlandés». ¿Cuánto hay de verdad, cuánto de literatura y cuánto de intereses creados?
—Es el mismo caso que el anterior: hay una barrera lingüística para que tú no entiendas bien la economía, pero hay momentos en los que les interesa que te lleguen unas ideas y utilizan los paralelismos, los eufemismos y la literatura para lograrlo. Es una técnica que resulta más descarada en los medios de comunicación económicos, porque mezclan contenido técnico sobre valores de la bolsa con enunciados con conceptos tan literarios como esos: desastre, milagro… Ellos nos lo ponen fácil: esto es lo que queremos que entiendas, solo necesitas leer el titular.
—Terminamos. ¿Cómo ve el futuro de la prensa salmón a medio y a largo plazo?
—Es difícil saberlo, porque también deberíamos preguntarnos cómo vemos la economía a medio y largo plazo. Creo que la realidad nos va a llevar a chocar contra el desmoronamiento del neoliberalismo. A esta doctrina económica se le han visto las costuras durante la crisis de 2008 y también durante el Covid. De hecho, ya se están produciendo muchos cambios en el mundo orientados a una antiglobalización. Pero, sobre todo, hay algo importantísimo, que es la crisis climática. Nos vamos a enfrentar a una crisis que nuestra civilización no conocía hasta ahora, y pienso que todos esos dogmas y mantras neoliberales se van a desmontar. La prensa salmón tiene que decidir si quiere seguir esos postulados, aunque pierda toda la credibilidad, o empezar a mostrar otras alternativas al modelo dominante.
Este señor no tiene ni idea de lo que dice. En realidad su diatriba no es contra el liberalismo ni contra esa consigna de la extrema izquierda que consiste en tildar de neoliberal todo lo que no es comunismo puro y duro. La perorata de este señor es contra la democracia y por supuesto a favor del comunismo. A los comunistas les da mucha verguenza calificarse de comunista abiertamente y se disfrazan de antis. Ahora son anticapitalistas, antiliberales o iliberales o anti antifascistas o antitaurinos o anti el sursum corda… Detestan la democracia, a la que califican de buerguesa, y esconden un dato capital: nunca han intervenido más los gobiernos en la economía que ahora, ni nunca se han pagado tantos impuestos. Consulténse los datos economicos y comparen, please.
Me ha dejado impactado por su comentario, Manu, por su contundencia y porque, hasta donde alcanzo, comparto al cien por cien. Solo habré leído unas 50 páginas del dichoso librito y me ha parecido que su nivel es el de un miembro de Podemos con conocimientos básicos de Economía, que opinara en una tertulia de Tele5. Una tomadura de pelo, vamos, me lo he quitado de encima a la primera de cambio.
Buscaré el libro para leerlo. Es llamativo cómo en distintas partes del mundo están apareciendo líderes con visible desequilibrio mental: dan voces destempladas, balbucean, amenazan con llevar a cabo barbaridades si son gobierno, hablan con espítitus que guían sus ideas políticas, tienen apariencia bizarra (pelucas, patillas enormes, etc.). Hacen ostentación de una soberbia falta de cultura. La prensa dominante los exalta y les da pantalla; los muestra simpáticos, inofensivos, divertidos. Como si fueran el personaje del «loco sabio», que con su pura autenticidad nos llevará a un mundo nuevo y mejor; cuando en verdad sus ideas no son nuevas ni distintas, sino una profundización máxima de lo ya establecido. Lejos de ser inofensivos, tienen intenciones de poner en funcionamiento un plan de destrucción masiva. Y son votados. Cada vez más.
Me gustaría creer, como el autor del libro, que la próxima crisis va a llevarnos a un cambio positivo de sistema. Me considero optimista. Pero me está costando creer que vamos a salir mejores de la crisis. Ojalá me equivoque.