La última novela de Ian McEwan recorre la vida de Roland Baines desde los años 40 hasta la actualidad. Un hombre común que es presentado al lector llevando una vida mediocre y haciéndose cargo de su hijo después de que su madre, Alissa, decidiera que no estaba hecha para ello. De hecho, ella se marcha para ser una novelista de éxito y, cuando lo consigue, McEwan la utiliza para responder a sus lectores a la eterna pregunta sobre cuánto hay de autobiográfico en esta novela. Igual que el lector y la crítica buscan a McEwan en sus letras, Roland se busca en las de su exmujer, sintiéndose dolido al no encontrarse y ofendido cuando lo hace, y llegando finalmente a la conclusión de que lo único que importa no es si él se ve o no en el libro; lo importante es que el libro sea bueno. Y Lecciones lo es.
Acostumbrados como estamos a que McEwan beba de la realidad para darnos su opinión, no hay más que recordar la cucaracha política de su última novela, en este caso opta por un hombre común al que enfrenta a los últimos acontecimientos de nuestra historia más contemporánea. Desde Chernobil hasta la pandemia pasando por momentos como el Brexit o el 11S, el autor persigue el pulso de una realidad que está modelando generaciones sin que nos demos cuenta, dándole además esa libertad absoluta que tenemos los seres humanos para confundirnos al vaticinar el futuro (quién no recuerda aquello que se decía en el confinamiento de que saldremos siendo mejores personas, y aquí estamos siendo igual de mezquinos). Entonces, ¿dónde están las lecciones? Para McEwan parece que las lecciones son aquellas que no aprendimos en el camino y para Roland son las de piano que tomó de niño y que marcaron su vida cuando su profesora se aprovechó de él convirtiendo el terrible episodio en una herida de esas que nunca dejan de sangrar. De hecho, Roland parece vivir buscando un aprendizaje que no siempre llega ni a las personas de forma individual ni al colectivo de la humanidad. Destaca, como siempre, su belleza estilística, y es que ya en las primeras páginas el lector se deja llevar por la maravillosa descripción de la música antes de darle el bofetón de turno en forma de castigo un tanto oscuro de la profesora de piano a Roland niño para que aprenda la primera lección. Esto es importante, porque la relación de Roland y Miriam es como esa mancha rebelde de nuestra prenda favorita que no conseguimos eliminar, marcando de este modo toda la novela por mujeres controladoras, ya sean en las distancias más cortas o al decidir marcharse a la otra punta del mapa sin preguntar ni preocuparse por las consecuencias que deja en casa. La primera: la falta de sueño del padre. El resto, pueden repartirse entre la posibilidad que abre a Roland de ser él mismo como la flecha que lo señala como escritor fracasado frente al éxito de su propia exmujer.
Lecciones es la versión más extensa de McEwan y posiblemente una de las más normales, menos escandalosa y llamativa, y precisamente por eso más profundamente atractiva para el lector. En ella un hombre cualquiera se acaba convirtiendo en amigo del lector que descubre como los márgenes individuales que definen a la persona se desdibujan en una sociedad que no nos permite aislarnos de lo que sucede a nuestro alrededor. Roland quizás no hubiera sido Roland de no pasar sus primeros años en Libia, pero seguro que no hubiera sido el Roland que conocemos si no llega a haberle tocado vivir el pánico nuclear. Le pasa como a todos, y ese es el principal atractivo de la historia: la capacidad y el talento del autor para colorear a un hombre aparentemente gris hasta hacerle forma parte de la vida del lector.
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Autor: Ian McEwan. Título: Lecciones. Traductor: Eduardo Iriarte. Editorial: Anagrama. Venta: Todostuslibros.
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