La vergüenza es un sentimiento común que, vivida en solitario, puede paralizar personalidades tan potentes como la de Rousseau, pero será palanca de transformación y acción si se comparte, asegura el filósofo francés Frédéric Gros a EFE por la publicación en español de su libro La vergüenza es revolucionaria.
¿Qué hacer con un sentimiento tan destructivo y venenoso? Para Gros, la solución pasa por compartirlo, sobre todo en casos en los que la vergüenza es además sufrida por una víctima de situaciones como los abusos sexuales o la pobreza.
«Compartir nuestras experiencias terminará por disolver la vergüenza, porque nos damos cuenta una vez más de que el problema no somos cada uno de nosotros, sino que es realmente el sistema de dominación el que produce la vergüenza», señala.
Las redes sociales, esplendor y miseria
Para ello, las redes sociales e internet tienen «un papel profundamente ambiguo e incluso bastante contradictorio», destaca el autor, de visita en Madrid para presentar su libro, dado que puede ser positivo y transformador, como en el caso del «#meetoo».
«Cuando esas mujeres dicen, el problema no soy yo, sino el sistema de dominación, las representaciones sexistas, las mentalidades patriarcales, etcétera, en ese momento la vergüenza se transforma, se transforma en ira personal y colectiva», remarca Gros.
Al mismo tiempo, internet puede representar una picota, el lugar en el que antiguamente se exponía a los reos a vergüenza pública, y provocar consecuencias tan graves como puede llegar a ser el suicidio de jóvenes que sufren acoso.
«Las redes sociales permiten que la vergüenza tome la forma más noble, que es la del cuestionamiento de un sistema y la ira justa, pero también permiten que tome la forma más abyecta, que es la del acoso», subraya Gros al respecto, que habla de una especie de «esplendor y miseria» de esta tecnología.
La vergüenza ajena, vergüenza por los demás
Por otro lado, para este profesor de Pensamiento Político del Instituto de Estudios Políticos de París (universidad Sciences Po), otra faceta de la vergüenza es la que implica «tener un mínimo de humildad» y también «ser justo».
«Nunca confiaré en alguien que diga que nunca ha sentido vergüenza», asegura, ya que este tipo de personas «satisfechas de sí mismas» siempre tratan de imponerse al otro.
Frente a ello, el sentimiento de vergüenza, también la «ajena», una expresión que existe en español pero que en francés se traduciría como «vergüenza del otro», explica, demuestra la capacidad y la imaginación de ponerse en el lugar de los demás.
Al respecto, Gros recuerda una anécdota que relata Gilles Deleuze, quien escuchando a un taxista una serie de opiniones racistas y sexistas evocó la «vergüenza de ser hombre» de Primo Levi, no por vergüenzas sufridas, sino por las de los demás.
«Recuerda las patéticas reflexiones del taxista y siente vergüenza por él, se descentra en él […] Ese movimiento es la imaginación», subraya.
Hay otro motivo por el que —como dijo Marx— la vergüenza puede ser revolucionaria, y no «estéril y paranoica», y es la «transmutación de valores», es decir, pasar a estar «orgulloso» de lo que se disimulaba o generaba un sentimiento de inferioridad, como ejemplifica la «Marcha del orgullo gay», explica el autor.
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