Verónica Jiménez Dotte es una escritora y periodista nacida en Santiago, Chile, en 1964. Ha publicado poesía, narrativa y ensayo. Es autora de los poemarios Islas flotantes (Stratis, 1998), Palabras hexagonales (Quimantú, 2002), Nada tiene que ver el amor con el amor (Piedra de Sol, 2011; traducido al italiano por Sabrina Foschini y publicado por Raffaelli Editore en 2014), La aridez y las piedras (Garceta, 2016) y Catábasis (Cuadro de tiza, 2017). Es autora de la novela Los emisarios (Garceta, 2015). Con su ensayo Cantores que reflexionan. Cultura y poesía popular en Chile (2014) obtuvo el Premio Mejores Obras Literarias del Consejo del Libro en 2012. Obtuvo el Premio Municipal de Literatura en 2017.
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SCRIPT DE LA MEMORIA
I
Sólo porque insisto en empujar a escena
a ciertos antiguos personajes
tendrían derecho a odiarme los que olvidan.
Pero han de amarme los viejos silenciosos
y los niños que se lanzan a la playa
a la caza de tesoros
porque ellos han vivido, como yo
el estremecimiento que precede a las resurrecciones.
(Desde luego, y desde otra perspectiva
la memoria es sólo comparable
a un cadáver pestilente)
III
Ellos me amaban
ellos me odiaban
y yo, Abelcaín que destripa
su paloma hecha de jaulas
les lanzaba patadas
y luego les besaba la boca.
Y ellos, naturalmente, me cobijaban
bajo el calor de sus alas heridas
para que quemara la vergüenza
y curara la envidia
lamiéndoles el corazón.
Entrañables dioses
a los que debo incontables sacrificios.
Alá quiera que no me hayan olvidado.
VI
Emelina, Virginia,
la fotografía elude transformarse
en copia exacta
y yo no he logrado retener nada
o casi nada
de los miles e importantísimos detalles
de meses y años
con tantos gestos
estratificadas las emociones
y ahora el cansancio
de internarse en el cráneo
en busca de migajas.
Virginia, Emelina
estos trazos negligentes
ejecutan demasiado bien
su tarea de desmemorizar
y yo debo rescatar del aire los sonidos
tallar en rocas gastadas por el sol
lamentarme por todas esas canciones
que no supe guardar bien.
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LA DERROTA DEL MAR
Nosotros que tuvimos que pasar
por tantos puertos llenos de agitación
pernoctando en pequeñas lanchas
azotadas por la lluvia y por las olas
y que fuimos a un tiempo
alegres ebrios a bordo de cargueros sin destino
y silenciosos marineros abandonados en la bahía
nosotros que algún día soñamos en lechos
extensos como las velas de los barcos
y construimos un hogar sobre el viaje de las aguas
bendecidos por la música del mar en la noche
anclamos ahora en esta oscura rada
como náufragos arrojados a su suerte
vomitando espuma
con los pies enterrados en la arena
y la piel herida por la sal.
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NADA TIENE QUE VER EL AMOR CON EL AMOR
Nada tiene que ver el amor con el amor
nada tiene que ver la sed con el agua que arrebata
ni la primavera con la flor que se desprende del tallo.
Son solo ejemplos.
El amor tiene que ver con la costumbre de mirarse a los ojos repetidas veces
el amor tiene que ver con la costumbre
de buscar en los ojos contrarios el eco de un relámpago
o palabras amables tras las máscaras estrictas del silencio.
No tienen que ver con el amor las prolongaciones del estío
ni las hojas que se desprenden exhaustas de los árboles
ni las hojas que se aferran como gusanos de los árboles.
Es un ejemplo.
El amor tiene que ver con una casa aplastada por la lluvia
con habitaciones a oscuras y con charcos
con las tristes camisas aferradas al vacío del aire
con los chalecos sin destino empujados al fuego
con un par de ojos sofocados en su espejo.
El amor tiene que ver con la costumbre de mirarse a los ojos repetidas veces
y atizar las llamas de los charcos repetidas veces
y alojar la lluvia en habitaciones oscuras repetidas veces.
El amor tiene que ver con huir de nuestras habitaciones
con fundar en el barro una nueva ciudad para guarecernos
con vestirnos en nombre del amor con una nueva guirnalda de granizos
con detestar en nombre del amor los frutos y los árboles.
Nada tiene que ver el amor con el amor.
Nada tiene que ver el amor con las palabras que engendra.
Muy comparativa