Marga Blanco en Mirando pájaros se atreve a hablar de nosotros mientras habla de ella. El personaje poético que ha inventado, al no mirar nunca desde fuera, al no arrogarse ninguna clase de autoridad, puede deshacer todos los castillos de ilusiones que se le presenten (Andrés Soria Olmedo). En La puerta de mi casa despliega las alas de una subjetividad en relación tan fluida, tan estrecha, con el dolor, la pérdida, la falta, que es capaz de acoger la tristeza propia o la del otro, absolutamente consciente de que la dignidad y la cercanía humanas nada tienen que ver con la tan cacareada felicidad como imperativo (Mónica Francés). Ahora está trabajando en un libro cuyo vuelo poético es la libido, en el sentido freudiano de la palabra.
En Zenda reproducimos seis poemas de Marga Blanco.
***
Aquí no hay aurora boreal
pero el cielo come
del verde de los campos.
Aquí no crece el botón de oro
ni la hierba de la sangre,
pero qué importa
si al besarte
juntaba sin querer
el mar y los álamos.
(De Mirando pájaros).
***
VIVIR EN EL PRONOMBRE
Si la luna nos persigue en una esquina
y nos descubre,
dile que no éramos nosotros.
Salta del olmo al plátano
cuando regreses,
pasa desapercibida
como las colillas
y los pétalos de geranio
en las aceras,
y si alguien nos descubre
aun siendo tan pequeña,
recuerda que no éramos nosotros.
Aunque al bajar las escaleras
el vuelo de tu falda
deje una ola de deseo en mis ojos,
aunque te dé señales
de mar embravecido
y me hayas visto cara de albatros
al mirarte, si alguien se da cuenta
yo no era.
Y por lo tanto
no éramos nosotros.
(De Mirando pájaros)
***
MAGIA Y DERROTA
Cuando escuchaba la sirena de una ambulancia
o el pitido de un coche
–pañuelo blanco por la ventanilla
que siempre parecía impregnado de sangre–,
me persignaba treinta o cuarenta veces
y salvaba un herido.
A mis padres
los protegía de la carretera
–mi madre solía parar en las curvas
de regreso del pueblo los domingos–.
Yo cruzaba las piernas bajo el escritorio
–con frecuencia perdía la cuenta de las veces–,
y lograba salvarlos.
Una noche de luna azul incluso
puse a salvo a gran parte de mi familia:
bajé de dos en dos las escaleras,
me paré en el rellano de la vecina
y mascullé entre lloros mis oraciones.
Con el tiempo perdí el poder de salvar a nadie.
De hecho algunos habéis quedado
por siempre en el camino.
Ya no tengo el don de las piernas cruzadas
ni el de la geometría de los dedos
en la frente.
Ya solo podría salvarme
si uso trucos sin magia:
cogerme del brazo, tirarme del pelo
e intentar alejarme –para siempre–
de los pensamientos que me acribillan.
(De La puerta de mi casa).
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A LA HORA QUE SALÍAN LOS SOLDADOS
Me dejaste sola a la peor edad,
cuando me dejaba de gustar el amarillo.
Un día empezaste a salir a la hora
que tenían permiso los soldados.
Yo esperaba ir al cine contigo
y llorar al final de la película.
Dejaron de sonar canciones francesas
en la casa, amigas y pistas de baile lento.
Te marchaste a la hora que salían los soldados.
Un día te llevaste tu gabardina
y las tapas desgastadas de tus tacones de aguja.
Ya no leí mis poemas a nadie: se rieron,
solo tú sabías lo que vale
un pequeño copo de nieve.
Cuando volviste al año embarazada
me miraste hacia abajo desde el espejo
y supe que no habías logrado escapar;
pero que te habías ido para siempre.
(De La puerta de mi casa).
***
LA MUDANZA
A José Luis
El apartamento era un tranvía con dos cuerpos
que multiplicaban el sol.
Un viaje donde las flores de adorno
tienen aroma a prisa, a gemido, a mujer con dudas.
Un pasaje con vistas al río de la calle,
a la música prestada de un acordeón
que inunda la plaza provinciana de melancolía,
a la risa de los transeúntes y al olor encendido
de la maría y los tambores.
El apartamento es un tranvía
con parada en una ducha, un viaje en cápsula a la luna.
Acabado ya el trayecto, por última vez el inquilino
miró el apartamento antes de apear su equipaje
diciendo palabras tan hermosas en boca de un hombre:
aquí he estado con la persona que más he querido.
Te apreté contra mi pecho y miré
los muebles ajenos a nuestra historia.
La sensualidad de un sillón
que ha envuelto un cuello.
La quietud de un sillón
que ha arropado un cuerpo desnudo.
Cerramos la puerta y se lo susurré
a tus ojos dormidos –como si entendieran–.
Me gustaría, hija, que supieras
que las cosas que son tuyas
tal vez nunca te pertenezcan.
(De La puerta de mi casa)
***
Mi amado es apuesto y trigueño
y entre mil hombres se le distingue“Cantar de los Cantares”
Mi amado es trigueño y sus rizos
son del plumaje de los mirlos machos.
A tientas, como el pájaro
palpa por la palmera mientras sube,
yo lo reconocería entre una multitud,
en una cueva,
a la salida deslumbrante de un túnel.
Porque yo llevo el aroma de sus ungüentos,
y me acompañan donde vaya,
lo reconocería entre mil.
Entré a mi casa
y mi hija me preguntó a qué olía,
antes de desnudarme:
ella sabe cómo de lejos
vienen los lánguidos vilanos
y alcanza el brillo en mi mirada
de una pompa de jabón.
Mi amado huele a campo de maíz
donde me escondía de niña
entre mazorcas ya crecidas del verano,
a ventanas abiertas a la madrugada,
donde el blanco de una lechuza
ponía la mirada desde el cielo
dentro de un coche.
Lo reconocería entre un millón.
Yo llevo donde voy el perfume de mi amado
y su olor lo adivino al escucharlo
como alas de colibrí antes de verlas.
Mi amado huele a campo de maíz,
a hibisco, a vara de nardo.
(Inédito)
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Autora: Marga Blanco. Títulos: Mirando pájaros y La puerta de mi casa. Editoriales: Diputación de Granada y Sonámbulos.
BIO
Marga Blanco (Granada, 1973). Profesora de Lengua Española y Literatura en Enseñanza Secundaria. Ha publicado En un continente cualquiera (Universidad de Granada, 1997) finalista del Premio Federico García Lorca de Poesía de la Universidad de Granada, A cierta distancia (Cuadernos del Vigía, Granada, 1998), Mirando pájaros (col. Maillot Amarillo, Diputación de Granada, 2003). Ha sido incluida entre otras en las Antologías: Milenium: Ultimísima Poesía Española (sel. de Basilio Rodríguez Cañada, ed. Celeste, Madrid, 2000) y La voz ilimitada. Antología de poetas españolas 1940-2002, (sel. de José Mª Balcells, Universidad de Cádiz). Desde septiembre de 2003 hasta noviembre de 2005 fue columnista del diario Granada Hoy. Ha publicado el libro de recopilación de columnas de opinión, Ojo avizor (col. El genio maligno, 2008); la Guía Didáctica sobre el poeta Luis Rosales, Cosas que yo más quería (Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, Granada, 2010), y el poemario La puerta de mi casa (ed. Sonámbulos, 2022).
Sencillez verde