Inicio > Libros > Narrativa > En los albores de Libelo de sangre

En los albores de Libelo de sangre

En los albores de Libelo de sangre

No todo fue esplendor en la España de los Austrias. En 1621, Madrid era una ciudad sucia, maloliente y empobrecida que, además, estaba dominada por la delincuencia, el hambre y la miseria. Y es en este ambiente donde Sandra Aza ha situado a la protagonista de su novela, una soltera embarazada que, tras dar a luz con la ayuda de una humilde lavandera, entrega su hijo a la inclusa.

En este Making of, Sandra Aza narra el origen de Libelo de sangre (Planeta).

***

I. NACIMIENTO DE LIBELO DE SANGRE. LA MATERIALIZACIÓN DE UN SUEÑO.

Siempre he disfrutado leyendo historias y también contándolas. Las letras de terceros me brindaban la oportunidad de fabular otras vidas, y las mías propias me permitían moldear la nada hasta convertirla en algo. Los dos escenarios me atraían en igual medida y ambos cincelaron en mi memoria los recuerdos más entrañables de mi ayer.

Cuando era pequeña, me gustaba encerrarme en mi habitación, bien para recrearme entre los renglones de un libro, perfectamente horizontales y sin la menor curva en su avance, bien para tamborilear el bolígrafo sobre los zigzagueantes y desmañados de mis cuartillas manuscritas. La señorita Encarnita, mi profesora de 1º de la ya pretérita EGB, solía regañarme. «¿Quieres hacer el favor de escribir como Dios manda, niña? No puedes empezar la línea arriba de la hoja y terminarla abajo. Más que caligrafía, pareces emperrada en dibujar serpientes», me reconvenía una y otra vez. Aunque yo lo intentaba con afán, los dedos apretando el lápiz hasta lividecer los nudillos y la lengua entre los dientes, no lo conseguía. Mis renglones no tenían ni remedio ni belleza. Eran una cuesta que subía y bajaba a placer y no había manera de enderezarlos. Aquello me frustró mucho. Me atrevo a afirmar que constituye uno de mis primeros traumas infantiles. No solo por los «muy deficientes» que la señorita Encarnita me ponía en esa asignatura, sino porque no acertaba a comprender el motivo de mi impericia. Unas cuantas dosis de madurez después, se me ocurrieron dos posibles razones: o mi caligrafía era un desastre porque usaba la zurda o porque mi talante rebelde se negaba a obedecer.

"Ambas cosas me encantaban, pero la literatura no capitulaba. Seguía clamando dentro de mí. Me pedía que profesara los votos de su credo y no cejaba en la porfía"

Sin embargo, debe latir cierto convencionalismo en mi natural insurrecto, pues, pese a escribir torcido, estudié la carrera más recta: Derecho. Y así me convertí en una abogada que, durante años de ejercicio, volcó su afición literaria en la redacción de documentos jurídicos. Con todo, este tipo de creaciones no satisfacía mis ganas de componer historias ni tampoco me licenciaban tiempo para hacerlo y, cuando me percaté de que, lejos de amainar, ese anhelo de trajear páginas en blanco hasta vestirlas de novela aumentaba, aparqué la abogacía y busqué una actividad laboral compatible con la pluma y el papel. La encontré, pero de poco sirvió porque, aunque ya nada me impedía proceder, no lograba decidirme. Era bastante consciente del sacrificio inherente a un proyecto literario de envergadura y me imponía tanto respeto que no me atrevía a embarcarme en él. Empecé entonces a canalizar mi creatividad dedicándome a otros ámbitos muy relacionados también con eso de echar a volar la imaginación.

Primero me metí en un grupo de teatro y luego en uno musical, y, ora actuando, ora cantando, pasé una buena temporada horadando escenario. Ambas cosas me encantaban, pero la literatura no capitulaba. Seguía clamando dentro de mí. Me pedía que profesara los votos de su credo y no cejaba en la porfía. Aunque yo trataba de saciar mi sed de letras elaborando textos para el teatro o para presentar los temas que interpretábamos en los conciertos, ellas se resistían a ocupar un lugar tan secundario y no dejaban de azuzarme.

"La expedición estaba guiada por Francesc Bailón, un erudito en el Ártico y buen amigo mío, e implicaba convivir con los nenets, el pueblo nómada que habita el territorio de Yamalia"

Como no hallaban en mí oídos prestos a escuchar, optaron por persuadirme a través de mi marido. Durante mi etapa musical, después de alguna actuación, él me decía: “Cantas bien, pero no colgaste la toga para eso. Además, tu prosa es mucho mejor que tu voz. Céntrate en el papel, Sandra”. Aunque no le hice caso y continué enfrascada en la clave de sol, estas palabras debieron de caer en tierra fértil, porque una tarde de domingo comencé a desgranar la sinopsis de una novela. Pese a ignorar el argumento concreto, sí estaba resuelta a enmarcarlo en mis tres temas favoritos: Madrid, el Siglo de Oro y la Inquisición. En ese momento no lo sabía, pero ahí, en aquellas páginas primitivas e iniciáticas, nació Libelo de sangre.

Al principio, solo consistía en un esquema triste y escuchimizado. Carecía de título, de personajes, de ambientación… de vida. Por no tener, ni siquiera tenía una intención firme de desarrollarla, pues, entre el trabajo y el grupo de música, no me daba tiempo ni a planteármelo. Hube de irme al fin del mundo para ver claro mi camino e internarme en él. Y digo «fin del mundo» con entera literalidad porque en el 2016 viajé a Yamalia, una región siberiana situada en los montes Urales Polares, y, como allende esta cordillera, no hay nada, excepto mar y hielo, «Yamalia» significa eso en el idioma del lugar: «fin del mundo».

"Han sido casi seis inviernos de inmersión absoluta en el Madrid del Siglo de Oro. Estuve tres estudiando la época, y otros tres, viviéndola"

La expedición estaba guiada por Francesc Bailón, un erudito en el Ártico y buen amigo mío, e implicaba convivir con los nenets, el pueblo nómada que habita el territorio de Yamalia. Pastores de renos, migran de manera periódica para llevar sus rebaños allá donde, según la estación del año, la tundra permite el crecimiento de los pastizales que comen estos animales y pernoctan en chums, unas tiendas muy similares a los tipis indios. En una de ellas, junto a una familia de nenets, pasamos una semana y allí, entre paredes construidas con pieles de reno, me surgió hablar a Francesc de aquella sinopsis que todavía no meritaba el calificativo de novela. Autor de varios libros, él había sufrido en carne propia cuánto absorbe, consume y demanda la literatura, pero el argumento de mi embrionaria historia le pareció tan potente que me animó a perseguir mi sueño. Esa charla casual, mantenida dentro de un chum erigido en mitad de la nada, me supuso el inicio de algo nuevo, un cambio radical, el viraje definitivo, pues devino en el empujón que necesitaba para, no bien regresé a casa, encender el ordenador y empezar a pintar de negro el enorme desierto blanco que se perfilaba en mi horizonte.

Han sido casi seis inviernos de inmersión absoluta en el Madrid del Siglo de Oro. Estuve tres estudiando la época, y otros tres, viviéndola. El proceso de documentación y, muy en particular, el de creación alcanzó cotas de obsesión y cierto grado de locura. Ni podía pensar en cosa distinta a la novela ni quería hacer nada diferente a teclear y teclear. Mi día a día, lo nuclear y lo tangencial, el trabajo y el ocio, sábados, domingos, vacaciones, asuetos, festivos, lo importante y lo baladí…., toda mi existencia rodaba en la noria de la novela como un hámster en la de su jaula. Tal intensidad adquirió aquel peculiar tránsito de Felipe VI a Felipe III que incluso empecé a hablar raro. Pasé del “¿cómo lo llevas?” al “buenos días nos brinde el Señor”; del “colega” al “maese”; del “ok” al “así sea”; del tú al vos; del usted al vuesa merced, y de “estar rayado” a “andar descalentado”. El currante de donut y despertador se convirtió en “pechero de gallo y letuario”; el pelmazo, en “cansaalmas”; el siniestro, en “asustasierpes”; el pijo, en “comeflores”; el pobre, en “hueleboñigas”; el rico, en “doño”, los sintecho en “pelalágrimas”, y el ladronzuelo en “azotacalles”. Y, así, mientras Libelo de sangre iba cobrando vida, yo la iba perdiendo, pues ni un ápice exagero al afirmar que, amén de unas cuantas dioptrías, en esta aventura me he dejado incontables momentos que pertenecían a otros y que hube de consagrar a ella; horas de almohada, noches, madrugadas, amaneceres… Infinitos soles y no menos lunas, mías y de los míos, laten hoy en Libelo de sangre.

"Y ríes; y lloras, y en tu corazón sabes que, de regresar atrás, volverías a recorrer el mismo camino, porque, aunque ansiaste agua y bebiste arena, experimentar el desierto y su soledad fue una auténtica lección de vida"

En el transcurso de todo ese tiempo cedido a una ilusión incierta, en numerosas ocasiones me planteé rendirme y, aunque quise hacerlo, algo en mí frenaba el impulso. Atrapada en una especie de túnel donde no podía retroceder, sino únicamente avanzar, confieso que sentí ahogo y hasta claustrofobia. Ahora suspiro aliviada. Y también agradecida. A mis cercanos por haber aguantado mi vesania; a mi agente, Sandra Bruna, por haberme tendido la mano, y a la editorial Planeta, por haber confiado en mí. ¡Suerte que no tiré la toalla! O mejor dicho: suerte que mi otro yo no me dejó hacerlo. Nunca he alumbrado hijos, pero, cuando tuve Libelo de sangre en mi regazo por primera vez, me embargó una emoción que intuyo muy similar a la de un parto: duele mucho, pero, tan pronto te ponen en los brazos al fruto de tus desvelos, descubres lo que significa eso de sentirse realizado. Y ríes; y lloras, y en tu corazón sabes que, de regresar atrás, volverías a recorrer el mismo camino, porque, aunque ansiaste agua y bebiste arena, experimentar el desierto y su soledad fue una auténtica lección de vida. Intensa e indeleble. Todo el sacrificio, toda la renuncia, todas las batallas… valieron la pena.

II. LIBELO DE SANGRE.

Ambientada en el Madrid del siglo XVII, Libelo de sangre gira en torno a una masacre ritual y a un matrimonio de bien al que, tras la proliferación en los mentideros de un libelo de sangre, acusan de haberla cometido. Con la larga sombra de la Inquisición cerniéndose sobre ellos, el hijo mayor, un muchacho de trece abriles, logra escapar e inicia una denodada lucha por rescatar a sus padres.

"Un libelo de sangre consiste en una falsa acusación que culpa a los judíos de secuestrar niños cristianos y sacrificarlos para recolectar su sangre y celebrar con ella rituales religiosos"

Los avatares de esta trepidante carrera contra reloj nos adentran en el añejo Madrid, en los mentideros, en la Ronda del Pan y el Huevo, en los engranajes de la Inquisición…; en resumen, nos sumerge de lleno en la Villa y Corte de 1621. La indigencia, la miseria, la desesperación, la corrupción, el contraste entre las caricias de la opulencia y las cornadas del hambre, el constante vapuleo a los cristianos que, pese a sus raíces conversas, siempre lo fueron y de los judíos que, pese a su traje cristiano, nunca lo dejaron de ser… Todas estas puntadas forman un paño argumental con el Madrid de la época por escenario que envuelve al lector cual máquina del tiempo hasta hacerle sentir un personaje más.

III. LA PREGUNTA MÁS RECURRENTE: ¿QUÉ ES UN LIBELO DE SANGRE?

Un libelo de sangre consiste en una falsa acusación que culpa a los judíos de secuestrar niños cristianos y sacrificarlos para recolectar su sangre y celebrar con ella rituales religiosos.

Este tipo de infundios se remontan al siglo XII y, desde entonces, se han sucedido con relativa frecuencia, circunstancia que ha marcado de manera determinante la Historia de Europa. También la de España. De hecho, un libelo de sangre acaecido a finales de 1491, el del Santo Niño de La Guardia, propició la promulgación del edicto de Granada de 1492, en virtud del cual los Reyes Católicos expulsaron a los judíos de Castilla y Aragón. Cabe añadir a modo de curiosidad que el edicto de Granada se mantuvo en vigor hasta 1969, año en que quedó derogado definitivamente.

—————————————

Autora: Sandra Aza. Título: Libelo de sangre. Editorial: Planeta. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

5/5 (9 Puntuaciones. Valora este artículo, por favor)
Notificar por email
Notificar de
guest

0 Comentarios
Feedbacks en línea
Ver todos los comentarios