El eco, por mucho que tenga una explicación científica demostrada e indiscutible, tiene un aura de magia similar a la de los espejos. Quien quiera que hable en voz alta en el lugar adecuado, escuchará sus palabras repetidas en la lejanía. Son las suyas, pero ya no es su voz. Es la voz de las montañas, del infinito. Jugamos a gritar en un entretenimiento absurdo e infantil y no nos damos cuenta de que estamos entablando una conversación con las fuerzas de la naturaleza. Unas moles de millones de toneladas, antiguas como el planeta, tienen la paciencia de responder a nuestras tonterías.
Thomas Olde Heuvelt (Nimega, Países Bajos, 1983) nos presenta Eco, su nuevo libro, para generarnos nuevos temores. Su anterior novela, Hex, fue todo un éxito, en gran parte por una premisa que se exponía ya desde la primera página y con la que hipnotizaba al lector: hay un mal que convive entre nosotros, pero su presencia se ha hecho tan habitual que vivimos junto a él sin darle mayor importancia. El mensaje más profundo era abrumador: convivir con el mal, igual que con la injusticia o con el dolor, hace que éste se invisibilice. Se aprende a aceptar el terror hasta que se deja de verlo. Y ese mensaje es lo que da más miedo, porque es lo que nos sucede cada día.
En Eco aborda el terror desde nuevos escenarios, aunque con algunos puntos en común. La premisa, de nuevo, es apasionante: cómo se reacciona cuando quién más quieres cambia. A algo diferente, desconocido y, por tanto, aterrador.
La sinopsis del libro es escueta para no desvelar grandes secretos: un alpinista es rescatado con gravísimas heridas en la cara. Su compañero de escalada ha desaparecido. La pareja del superviviente se debate al principio entre el amor que siente por él y las consecuencias que conllevará vivir con alguien con graves secuelas, físicas y emocionales. Pero eso pasará pronto a segundo plano cuando las muertes a su alrededor empiecen a multiplicarse y se plantee si algo más bajó con él de aquella montaña, el Maudit (nota mental: si alguien propone escalar un monte llamado El maldito o dormir en una casa conocida como La embrujada, tal vez uno debiera pensárselo dos veces).
Olde Heuvelt (en su neerlandés nativo significa colina antigua. ¿Casualidad?) construye una gran novela alrededor de leyendas, mitos y demonios. De fuerzas naturales, o más allá de la naturaleza, a las que ya no tememos como en épocas remotas. La ciencia ha ayudado a comprender muchas cosas y a perder miedos ancestrales. Pero el miedo es algo necesario para la supervivencia. Sin el miedo adecuado, nos convertimos en suicidas descuidados.
Si se mira más allá del argumento, la historia principal no trata de terror sino de amor. Y la pregunta más terrible que plantea es cuánto debería cambiar un ser amado para que la llama del amor se extinga. La historia romántica entre Sam y Nick centra el relato. El autor logra que dos jóvenes de clase acomodada encadenados a marcas caras, presos de las redes sociales, unos príncipes del Manhattan más selecto y superficial, caigan bien al lector. Sam en especial es un personaje que se hace querer pese a que muchas veces sea insoportable. El lector le acompaña en sus dudas de pareja, en sus oscuros secretos del pasado (que tampoco son tan oscuros, sinceramente) y, sobre todo, en su manera de afrontar el terror. Allá donde otros se topan con miedos atávicos y caen en la locura, Sam no deja de pensar en qué banda sonora le iría mejor a esa situación. Es simpático y ocurrente, nihilista ante los horrores que le rodean, siempre prescindiendo de los filtros de lo políticamente correcto. Sus continuas referencias a la cultura del terror y la fantasía en los momentos más inadecuados le convierten en un reflejo del lector y a éste le dan ganas de irse de copas con él. Además de transformar la obra en el paraíso de los buscadores de referencias literarias y cinematográficas, por supuesto.
El segundo tema que brilla en la obra es la obsesión. La obsesión de Nick por el montañismo. La de Sam por Nick. La de Nick por recordar lo que sucedió durante la escalada. La de Sam por saber que hay debajo de las vendas de Nick. Y, por encima de todas, la obsesión por una montaña que ejerce un embrujo sobre todo aquel que la contempla.
Ahora que el autor ya lleva cinco novelas a sus espaldas (esta es la sexta), se empiezan a ver ciertos guiños que le definen: cierta tendencia a que los ojos de los protagonistas o allegados sufran cambios no muy agradables; una querencia por meter a mascotas donde no deberían estar, lo que provoca que el lector sufra más por ellas que por los propios protagonistas (pese a que en Eco precisamente se desaprovecha mucho esta estrategia); su adicción a los toques de humor negro e inteligente o la necesidad de llevar el terror muy cerca del lector. Esta quizá es su marca personal más destacada: no se contenta con contar historias de miedo. Estas suceden dentro del dormitorio, de la cocina, del cuarto de baño, en la casa del vecino de al lado. Hay ciertas imágenes que permanecen en la retina del lector y que le hacen dudar cuando tiene que apagar la luz de la mesita de noche tras cerrar el libro.
Como curiosidad, en Eco cada capítulo empieza con una cita de un escritor o escritora de terror gótico que da pistas sobre lo que va a suceder. Su manera de narrar, el ritmo trepidante y el magnetismo de sus personajes imprimen un carácter notorio al libro que lo hacen destacar en el panorama actual. Sólo algunos detalles ensombrecen la valoración general. Una idea tan terrorífica como son las criaturas ideadas por el autor, que podrían haber producido pesadillas de por vida al lector, quedan reducidas a simples decorados sin el protagonismo que merecen, desaprovechando su potencial. Las promesas del prólogo quedan sólo en eso: promesas. El segundo obstáculo que desluce el resultado es un final con tintes apresurados que deja una fuerte sensación de necesitar más fuegos artificiales, explosiones, monstruos y terror. Un final diluido tal vez por las altas expectativas que a lo largo del libro se han ido generando.
En definitiva, un buen libro, con sus luces y sus sombras, entretenido, divertido pese a ser de terror, aterrador a pesar de su humor negro, de un autor que ya no es una promesa sino un valor consolidado. Con sus propuestas, nos induce a pensar que cada acción, cada decisión que se toma en la vida, igual que una piedra lanzada en un lago, produce ondas, ecos que perduran durante un tiempo generando consecuencias. A veces durante toda una vida. Y, al final, quedará de nosotros sólo improntas, imágenes o palabras distorsionadas que se irán repitiendo hasta que caigan en el olvido. Después de leer la novela sólo se puede estar seguro de una cosa:
Todos nos convertiremos en ecos.
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Autor: Thomas Olde Heuvelt. Título: Eco. Traducción: Ana Isabel Sánchez. Editorial: Nocturna ediciones. Venta: Todostuslibros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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