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Patricia Neal, una estrella maldita

Patricia Neal, una estrella maldita

La suerte de Patricia Neal, como la cabeza de Jano, tuvo dos caras: la favorable y la adversa. El tiempo que le tocó vivir solo una: la del infortunio que aguardaba a aquellas que se enamoraban de un hombre casado con otra mujer cuando el sexo era pecado y el adulterio un delito contemplado como tal en varias legislaciones. Los de la juventud de Patricia Neal fueron los días en que los caballeros —con posibles suficientes, entiéndase—, además de preferirlas rubias, tenían dos señoras: la legítima y la otra. La madre de los hijos que aguardaba paciente y candorosa en el domicilio conyugal; y la querida a la que se le ponía el piso, en la que encontraba el placer carnal el buen esposo: un amor que, aunque también solía ser exclusivo, era tan mercenario como el que se despachaba en las casas de tolerancia, que en aquella sazón —años 40— se llamaba a los lupanares en la España que perseguía el pecado tanto como la disidencia.

Eso era lo que había, aquí, en Estados Unidos y en una buena parte del Occidente cristiano, cuando Patricia Neal era una brillante actriz en Broadway que había ganado un premio Tony interpretando una obra de Lillian Hellman: Another part of the forest (1947). Atractiva y sensual como pocas mujeres en aquellos días de recato, solo tenía 21 primaveras cuando coincidió en una fiesta con Gary Cooper y, nada más verle, se enamoró de él perdidamente.

"Para Patricia Neal el sueño se hizo realidad cuando, ya perdidamente enamorada de Gary Cooper, tres años después de aquel primer encuentro, fue contratada por el gran King Vidor para protagonizar junto a Coop El manantial"

Cooper, según su biógrafo —Jeffrey Meyers—, nunca fue ese seductor frío que se tiende a imaginar. Al contrario, aunque tenía ya 50 otoños, era como un chaval que corre maravillado tras las chicas. Cuando estaba en Nueva York y sus obligaciones y su fama se lo permitían, gustaba ir a la Quinta Avenida a extasiarse ante la contemplación de las dotadas con más lirismo en el escote. “Mientras me quieran para un buen revolcón, y no por ser quien soy, todo va bien”, confesó en cierta ocasión al también actor Sonny Tuft. De una u otra manera, no había mujer que no se le entregara.

Ned Nugent, un eléctrico de la Paramount, amigo suyo, que resultó ser uno de los grandes estudiosos de Coop —que le llamaban sus allegados—, aseguró a Meyers que el actor nunca dejaba pasar un galanteo: “Disfrutaba mirándolas, complaciéndolas, escuchándolas (…). Tipos como Coop eran la materia de la que están hechos los sueños”.

"Si se hubiera hecho público que Gary Cooper y Patricia Neal eran amantes, la carrera de ella se hubiera visto finiquitada, como fue el caso de la de Ingrid Bergman"

Para Patricia Neal el sueño se hizo realidad cuando, ya perdidamente enamorada de Gary Cooper, tres años después de aquel primer encuentro en un coctel en Nueva York, fue contratada por el gran King Vidor para protagonizar junto a Coop El manantial (1949), el célebre drama alusivo a la figura del arquitecto Frank Lloyd Wright. “Nuestro instinto nos advirtió que la tensión sexual que se estaba plasmando en la película podría perderse si nos íbamos a la cama”, apunta Patricia en sus memorias: As I am (1998).

Pero en El rey del tabaco (Michael Curtiz, 1950), la biología se impuso a la razón. Siendo uno de los grandes galanes del Hollywood clásico, huelga aludir al número de romances que amenizaron los días de Gary Cooper. Pero Patricia, con la que mantuvo una prolongada relación, fue la única que estuvo a punto de hacer que abandonara a su esposa.

"Abocado a las sombras y al ocultamiento por más que los dos se quisieran, el romance de Gary Cooper y Patricia Neal duró cuatro años"

Era tan frecuente que los actores continuasen las historias nacidas en los rodajes durante algunos meses después de la claqueta final, y tan puritanos los tiempos que corrían —el código Hays se encontraba en su apogeo—, que los estudios incluían una cláusula de moralidad en los contratos. Si se hubiera hecho público que Gary Cooper y Patricia Neal eran amantes, la carrera de ella se hubiera visto finiquitada, como fue el caso de la de Ingrid Bergman, quien, apenas se supo que estaba embarazada de Roberto Rossellini sin estar casada aún con él, dejó de trabajar en Estados Unidos y nunca volvió a hacerlo: las cintas estadounidenses que la incluyeron en sus repartos se filmaron en Europa.

Abocado a las sombras y al ocultamiento por más que los dos se quisieran, el romance de Gary Cooper y Patricia Neal duró cuatro años: “Tuve que llevar una doble vida y me sentí muy avergonzada. Pero así estaban las cosas”.

En efecto, eran los días de la legítima y la otra, y a Patricia le supuso todo un trauma ser la querida. Que ella fuera un cuarto de siglo más joven que él fue el menor de sus problemas. Por mucho que se quisieran, tres años después del comienzo de lo suyo, él la obligaba a abortar, la obsequiaba el clásico visón y la despedía. La joven actriz, magnética y sensual, que fuera el gran amor extraconyugal de Gary Cooper, se sumió en una depresión severísima y engordó hasta límites insospechados.

"Los que la vieron llegar al estudio por primera vez, siempre recordarían su cautivador rostro de rasgos regulares, su voluptuosa figura y su arrolladora personalidad"

Aunque recuperó la línea, la frescura mostrada en sus primeros papeles, la sensualidad magnética, se volvió ese escepticismo frente al amor de otro de sus grandes personajes: la viuda Alma Brown de Hud (Martin Ritt, 1963). Merecedora del Oscar a la Mejor Actriz por aquella creación, la chica de otrora se había convertido en una mujer cínica, que compraba el amor como los caballeros que las preferían rubias. Esa nueva faceta de la filmografía de Patricia Neal había arrancado con su personaje más representativo: la señora Failenson, la decoradora de interiores que firma los cheques de los que vive Paul Varjak (George Peppard) en Desayuno con diamantes (Blake Edwards, 1961). Menos cínica, pero en esta misma línea de mujeres escépticas, ya de vuelta de los enamoramientos, puede enmarcarse la Maggie de Primera victoria (Otto Preminger, 1965), la enfermera que acaba casándose con Rock (el gran Duke) tras perder éste la pierna en el hundimiento de su barco. Pero la de Patricia Neal fue una estrella maldita, estigmatizada por sus amores prohibidos con Gary Cooper. Verónica Rocky Balfe, la legítima esposa del galán, apenas supo que aquella infidelidad iba en serio, se encargó del estigma.

Patsy Louise Neal, verdadero nombre de la actriz de suerte ambigua, nació en 1926 en Packard (Kentucky). Fue su padre el contable de una compañía minera que, con motivo de un cumpleaños de la joven Patsy, le regaló unos cursos de declamación. Tras estudiar Arte Dramático en la Universidad del Noroeste y trabajar como modelo, se dio a conocer en Broadway bajo la protección de Eugene O’Neill con tan sólo 20 años. Fue precisamente en una obra de este último, Una luna para el bastardo, donde llamó la atención de la Warner.

"La Mrs. Failenson de Desayuno con diamantes descubrió a los espectadores a una nueva Patricia Neal: una mujer madura, independiente, con querido y de carácter"

Los que la vieron llegar al estudio por primera vez, siempre recordarían su cautivador rostro de rasgos regulares, su voluptuosa figura y su arrolladora personalidad. Tras protagonizar junto a Ronald Reagan John Loves Mary (1949), un filme menor de David Butler, llegó El Manantial. Fue en esta obra maestra de King Vidor, que ni crítica ni público supieron apreciar en su momento, cuando la suerte, por su amor maldito, empezó a serle adversa. Aún amaba a Cooper cuando protagonizó Ultimátum a la Tierra (Robert Wise 1951), el clásico de la ciencia ficción. Después, tras el visón, la ruptura, la pérdida y la posterior recuperación de la línea, la coyuntura le aconsejó instalarse en Italia.

La creación de Marcia Jeffries de Un rostro entre la multitud (Elia Kazan, 1957) fue a poner fin a esa experiencia italiana, iniciada en 1954. Lo que siguió fue mucha televisión hasta que la Mrs. Failenson de Desayuno con diamantes descubrió a los espectadores a una nueva Patricia Neal: una mujer madura, independiente, con querido y de carácter.

"Desayuno con diamantes, además de la creación de la primera de sus escépticas ante los enamoramientos, constituyó el regreso de Patricia Neal al cine"

Su actividad profesional, que incluso llegaría a conocer una colaboración con José Luis Borau en Hay que matar a B. (1975), ya estaba perfectamente asentada. Las desgracias íntimas no habían hecho más que empezar. Superada finalmente su traumática relación con Gary Cooper, en 1953 se casó con el escritor británico Roald Dahl, al que había conocido en una fiesta en casa de Lillian Hellman. ¡Ojo al dato! No hay que olvidar que, en aquellos días, la inquisición maccarthista se encontraba en su mayor apogeo. Así, mientras Coop hablaba largo y tendido de la infiltración comunista en Hollywood para deleite de los alguaciles del senador Joseph Raymond McCarthy, Hellman —como su compañero, Dashiell Hammett— se había negado a declarar ante el Comité de Actividades Antiamericanas. Eso sí: Lillian no fue a la cárcel, tal fue la suerte de Hammett.

Dahl, el marido de Patricia Neal, siempre estuvo mucho más cercano al cine de lo que se suele imaginar. Además de autor de Charlie y la fábrica de chocolate (1964) y otras de las más celebradas historias infantiles de la segunda mitad del siglo XX, fue uno de los mejores adaptadores a la gran pantalla de Ian Fleming. A él se deben los guiones de Sólo se vive dos veces (Lewis Gilbert, 1967) y Chitty, Chitty, Bang, Bang (Ken Hughes,1968). Ahora bien, su proximidad a la gran pantalla no fue óbice para que los constantes embarazos de su esposa fuesen en detrimento de su filmografía, reducida a poco más que alguna colaboración televisiva desde mediados de los años 50. De hecho, Desayuno con diamantes, además de la creación de la primera de sus escépticas ante los enamoramientos, constituyó el regreso de Patricia Neal al cine.

"El resto de la filmografía de Patricia Neal fueron esas apariciones estelares en telefilmes de las viejas glorias del Hollywood clásico"

Pero el mal fario no se olvidaba de ella. En su vida doméstica, la actriz fue testigo de las lesiones que sufrió uno de sus hijos, Theo, al ser atropellado por un taxi cuando sólo contaba cuatro meses. Peor aún fue la suerte de Olivia, su primogénita, muerta de sarampión a los siete años. La propia Patricia, mientras trabajaba a las órdenes de John Ford en 7 mujeres (1965), ya en avanzado estado de gestación de su quinto retoño, sufrió una serie de infartos cerebrales que, tras mantenerla varios meses en coma, la incapacitaron temporalmente para hablar y para moverse. “Estuve a punto de morir en varias ocasiones. Había muchas personas que pensaban que no me recuperaría”. Fumaba como un carretero.

Lástima que una infidelidad de su marido —descubierta tras haberse prolongado durante varios años, con la que hasta entonces había sido la mejor amiga de la actriz, la productora y prima hermana de la reina madre del Reino Unido, Felicity Ann d’Abreu Crosland—, pusiera fin al matrimonio en 1983. La unión que habían tenido durante todos los trances de los hijos y de la propia Patricia, de pronto se quedó en nada. Al saberlo, Verónica Rocky Balfe, la viuda de Gary Cooper, debió de sentir una extraña satisfacción en su apartamento de Manhattan.

El resto de la filmografía de Patricia Neal fueron esas apariciones estelares en telefilmes de las viejas glorias del Hollywood clásico. En su caso, prolongadas, muy esporádicamente, hasta 2009. Meses después, un cáncer de pulmón se la llevaba tras una vida fumando como un carretero.

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