En But What If We’re Wrong? (Blue Rider Press, 2016), Chuck Klosterman se pregunta cómo evaluarán nuestro presente quienes vivan el futuro. El crítico cultural parte de la premisa de que no somos quienes conocemos la actualidad quienes fijamos la historia, eso corresponde a gente que vivirá en el futuro y que, inevitablemente, no tendrá el conocimiento sobre la época actual que tenemos nosotros.
¿Qué escritores del siglo XXI serán estudiados en el siglo XXVI? Probablemente ninguno de los que conocemos actualmente. Kafka era casi un perfecto desconocido en vida. Del mismo modo, dentro de 500 años quién sabe qué formará parte del canon. Adivinar qué será recordado no se presenta fácil, así que el libro de Klosterman se convierte en un juego constante.
Según el autor, al vivir el presente nos sometemos al sesgo de un realismo ingenuo. Todo nuevo producto cultural, toda invención tecnológica, todo avance científico, nos parece memorable, histórico. Sin embargo, desde un punto de vista futuro, la mayoría de las cosas que nos sorprenden en el presente parecerán lógicas, demasiado obvias. Por eso es tan complicado adivinar qué recordarán de nosotros.
El sesgo nos lleva, por ejemplo, a pensar que nuestros tataranietos leerán como clásicos a los autores occidentales, normalmente blancos, encumbrados por la crítica y el mercado en el que nos movemos. Sin embargo, puede que ellos vivan en un mundo geopolíticamente distinto, con otros valores, en el que la arqueología digital haya convertido la obra de una autora africana que apenas distribuye lo que escribe en un blog perdido en la gran referencia de nuestro tiempo. El punto de vista cambia la historia.
Klosterman se moja más a la hora de predecir el futuro al hablar de música, su tema de cabecera. ¿Cómo será estudiado el rock dentro de 500 años? Probablemente del mismo modo que ahora miramos la música mesopotámica. Apenas será una referencia en un libro de historia, si es que los libros siguen existiendo. En esa cita escueta habrá pocos nombres, puede que sólo uno. Si aparece el de Elvis, el rock será interpretado como puro espectáculo, dejando de lado la autoría de la música y el mensaje que puede transmitir. Si aparece el de Dylan el cambio es drástico, los hombres del futuro verán el género como un movimiento más intelectual que intentó cambiar su tiempo, el nuestro.
Sin embargo, si los humanos del año 2.500 deciden analizar la música que sonaba en nuestra época y sintetizarla hasta llegar a descifrar su ADN, se acordarán de Chuck Berry, sólo de Chuck Berry. Ritmos vivos en compases de 4/4, tres acordes, bailes y letras provocativas. No está mal que nos vean así en el futuro. Gracias, Chuck.
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