Besos robados (Baisers volés, 1968) es una película que destila felicidad, esas pizcas de paraíso de las que hablaba Francis Scott Fitzgerald. Una felicidad adobada con ciertas gotas de preventiva tristeza, de esas que te ofrece la vida nublando parcialmente un día radiante. La inspira una hermosa canción, Que reste-t-il de nos amours?, que se torna inolvidable en la voz de Charles Trenet. Lo que queda, sobre todo, son esos besos robados que no se apartan nunca de nosotros, como Esas pequeñas cosas, de la canción de Serrat, que tanto se parece a la de Trenet. Besos robados la rodó François Truffaut en estado de gracia personal y cinematográfico. Truffaut es un artista, un cineasta que aunque evoque cualquier tiempo pasado lo hace desde el presente. Es profundamente autobiográfico y no porque ruede, filme su vida, sino porque rueda, filma, sus emociones, sus amores, sus sentimientos, sus afecciones, literarias, cinematográficas. Todo un carnet personal, sutil, siempre un tanto poético, melancólico, muy afectivo. Con su primera película, Los Cuatrocientos golpes, se inventó, a la vez, una crónica personal, un Modiano, avant la lettre, una ciudad, París, una manera de filmar la vida y todo lo suyo, y a eso llamaron, sus colegas críticos, la nouvelle vague y un alter ego en el personaje de Antoine Doinel, que se transformó vampíricamente en el actor Jean-Pierre Léaud.
En Besos robados Doinel-Léaud ha crecido, como Truffaut, es expulsado del ejército y anda sin trabajo y sin rumbo vital y decide visitar a su antigua novia, Christine (Claude Jade), e inicia su vida de adulto siempre adolescente, con los más variados trabajos, vigilante nocturno de un hotel y en especial con uno de detective privado, una profesión imposible para nuestro personaje. Cuando Truffaut filma la vida de Doinel, sus andanzas, un poco tarambanas pero entrañables, un Peter Pan anarquista nada libertario, lo hace como sus admirados Chaplin, Jean Renoir o Howard Hawks; Peter Bogdanovich hará su remake personal de esta película con Todos rieron, ligero de equipaje, sin retórica, un poco a salto de mata, con una rara perfección para un ritmo relajado, con humor, con sensibilidad, con elegancia nada impostada, atrapando la inesperada imaginación y sorpresa de lo cotidiano. Besos robados es también un documental sentimental sobre un París mágico, que estaba a punto de desaparecer, el que Modiano recupera palabra a palabra, misterio a misterio, identidad a identidad, en cada una de sus novelas, el que Rohmer, mucho más objetivo, no menos ocultamente romántico, filmaba también por aquellos años. Mediados de los 60, cuando todo parecía renacer en una primavera juvenil de esperanzas, tan efímera como unos besos robados, cuando Truffaut descubría en la añorada Cinemateca de Langlois a Lubitsch, en Besos robados, la aparición de la elegante y hitchcockiana Delphine Seyrig, esposa del propietario de una zapatería, sumerge la película en el universo de Lubitsch, un príncipe del cine para Truffaut, cuando encabezaba manifestaciones para luchar porque no cesaran a Langlois como director de la Cinemateca que había creado de la nada, unos chupatintas al servicio de Malraux, y cuando, equivocado o no, con Godard y Malle, se colgaba en Cannes del telón de la Gran Sala para parar el Festival en medio de la conmoción del Mayo del 68.
Truffaut rodaba Besos robados en estado de gracia cinematográfico, dominador de una puesta en escena concebida como el testigo de la vida de unos personajes cuya vida se filma como un documental de ficción de esas vidas, esos personajes. Escrita como el boceto impresionista de un costumbrismo depurado por la extremada sensibilidad, recuerdos sublimados, de un cineasta extraordinariamente emocional que vive el cine como vive la vida como una parte inescindible de cine y vida, como lo son las actuaciones de Leáud y Jade, como lo es su mirada sobre París, amado, sufrido, escenario y geografía.
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Besos robados (Baisers volés, 1968). Producida por François Truffaut y Marcel Berbert para Les Films du Carrosse. Dirigida por François Truffaut. Guión de François Truffaut, Claude de Givray y Bernard Revon. Fotografía, Denys Clerval. Montaje, Agnès Guillemot. Música, Antoine Duhamel. Interpretada por Jean-Pierre Léaud, Claude Jade, Daniel Ceccaldi, Claire Duhamel, Delphine Seyrig, Michael Lonsdale. Duración: 90 minutos.
Una buena película del irregular Truffaut, muy superior a la mediocre L’amour en fuite, pero a años luz de las inolvidables Tirez sur le pianiste, Los cuatrocientos golpes, La piel suave, La mujer de al lado o La sirena del Mississipi.