Foto: Federico Abad.
Eduardo García fue un poeta nacido en São Paulo en 1965. Hijo de españoles, permaneció en Brasil hasta los siete años. Cuando su familia volvió a España vivió su infancia y juventud en Madrid, donde obtuvo la licenciatura en Filosofía, especializándose en Estética. Desde 1991 residió y trabajó como profesor de Filosofía en Córdoba. Como poeta es autor de Las cartas marcadas, No se trata de un juego, Horizonte o frontera, Refutación de la elegía, La vida nueva y Duermevela, así como de recopilaciones de su obra, dentro y fuera de España, como la antología temática Las acrobacias del deseo, Casa en el árbol (San José de Costa Rica) y la bilingüe Antologia pessoal (Brasilia). Fue galardonado con los premios: «Nacional de la Crítica» (2009), «Ojo Crítico» de RNE, «Ciudad de Melilla», «Juan Ramón Jiménez», «Fray Luis de León» y el Premio Internacional de Poesía «Antonio Machado en Baeza», entre otros. También escribió los ensayos Escribir un poema y Una poética del límite. En 2015 publicó el libro de aforismos Las islas sumergidas, libro de aforismos, donde conjugó poesía y pensamiento. Falleció en Córdoba el 19 de abril de 2016, a la edad de 50 años, como consecuencia de un cáncer de páncreas. En 2017, un año después de su fallecimiento, La Fundación José Manuel Lara publicó su poesía completa bajo el título La lluvia en el desierto. Considerado como uno de los autores de referencia de su generación, con gran influencia en los poetas más jóvenes, Eduardo García dejó una obra poética y una manera de entender la poesía que, por suerte, sobrevivirá por muchos años a su muerte prematura.
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AL FONDO DE LA ESCENA
He cruzado el umbral. Estoy en casa.
Después del frío, y el viento y los veranos
he venido. Saludo a los objetos
Con un suspiro grave y respetuoso.
La sala decorada con flores que parecen
desplomarse carnívoras sobre los comensales.
He ocupado mi silla. Alguien comenta
el precio escaso de la vida humana
en un país remoto y las noticias
dejan caer promesas de un futuro
que merezca la pena. La mujer
me sirve una sonrisa.
El hombre habla con ella como quien acaricia
un sueño que se hiciera cotidiano.
Bajo el mantel los niños se pelean.
La sal. El pan. La mesa como siempre:
cada cual en su sitio, absorto en la tarea
de ser el personaje que la trama
dispone.
Así, ya ves, somos felices.
Ignoramos que un día la ausencia de la madre,
esa silla vacía, inconcebible,
hará que el niño aquél -al fondo de la escena-
escriba estas palabras.
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CESE DE HOSTILIDADES
¿Cómo reconciliarse con el mundo
si es tan necio, veleta, tarambana,
que es capaz de albergar al mismo tiempo
el Taj Mahal, los campos de exterminio,
la mezquindad, tu risa, la traición,
los libros, la ignorancia, un cuerpo que fascina,
el carbón y la sal, los muros y el espacio,
el cáncer y las playas tropicales?
Y sin embargo, y no obstante, y pese a todo,
acudimos al día como quien va a una cita
con una vieja amante casquivana,
la sonrisa planchada y el pañuelo
en el bolsillo izquierdo, fiel, solícito,
y hacemos el amor sin credenciales,
o escribimos poemas que interpretan
la vida a su manera,
como si ésta
hubiera de aguardarnos a la vuelta
de la esquina, con su traje de novia
y su ramo de flores
funerarias.
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ANUNCIOS
Nos prometen paisajes de ensueño y chicas rubias
que sonríen a bordo de un último modelo,
repentinos romances, placeres instantáneos,
el sueño de una vida más plena y más dichosa
en un destello frágil como un beso fugaz
que nos tendiera al paso una desconocida.
Son mentiras y son dulces y además nos recuerdan
esa dulce ficción de la literatura.
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DEBIERA SER VERDAD
Debiera ser verdad, debiera el día
inundarse de luz como hoy lo veo,
con su gesto de sábado y ventanas
abiertas al rumor del oleaje:
caminas junto a mí, tu voz me alcanza
con su aliento de fruta y la cadencia
de tus pasos se funde con mis pasos
y no nos cabe el alma ni este puro
fervor de criaturas que el deseo
arroja hacia una playa que no existe.
***
VUELTA A CASA
Hay un hombre que grita en el vagón del metro.
Yo he visto allá en sus ojos la lenta caravana
de imágenes heridas, de minuciosas sombras
que acuden a su encuentro con el gesto de siempre,
con el gesto que nunca volverá a contemplar.
Siente el peso en los hombros de unas manos de sombra.
Le reclaman. Se vuelve. Ahora está con ellas.
Esboza una sonrisa que se quiebra de pronto.
Su dolor se dilata, se le escapa del pecho.
Recorre ya las vías. Invade la ciudad.
Hay un hombre que grita con los labios sellados.
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PERO TU LLANTO
Es inútil que llores, mujer, ven
a mis brazos, olvida
la fría hostilidad de los pasillos,
la asepsia de las gasas, el goteo
mecánico del suero. Ven. No traigas
las sombras a esta casa donde fuimos
felices, que su aliento
se quede tras la puerta:
no rezume en tus ojos y me rompa,
no calcine mis labios si te beso.
Pero si hay que llorar lloremos juntos
y que entre la desgracia en nuestra casa.
***
FRÍO
Embarrado algodón, ágil tiniebla,
nos alcanzan las nubes del otoño.
Habrá que encender lumbre, buscar por los cajones
las cerillas mojadas del verano.
***
S.O.S
La autovía desierta. Circulamos
sin antes ni después.
La línea discontinua, al infinito,
murmura su mensaje.
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NADA
La firme voluntad de ser yo mismo.
El miedo a que el amor me haga infeliz.
La tierra que me aguarda silenciosa.
El niño que perdí y que a veces vuelve.
Los versos que una voz me dicta lenta.
La cama del hospital donde mi madre
vuelve estúpidas todas estas cosas.
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CASA EN EL ÁRBOL
En la copa de un árbol construiré nuestra casa,
con tablones y clavos e ilusión y un martillo
alzaré entre las ramas suelos, techos, paredes,
cuartos en espiral, secretos pasadizos
donde obra el azar el don de los encuentros
y de pronto amanece si me miras al fondo
por donde el viento corre a refugiarse,
madera en la madera, crujen las estaciones,
pasan a visitarnos los amigos,
huele a café, huele al árbol en que nos acogemos,
al rumor de las hojas, a la tierra
donde brota su impulso, su sed de los espacios,
se siente allí el verdor de las promesas,
casa y árbol fundidos, una sola criatura,
se es feliz de algún modo impreciso y vital,
con los años al árbol le van creciendo ramas,
gana cuerpo, se inclina hacia las nubes
y de pronto la casa ha ascendido unos metros
y hasta el aire es más puro, más ancho el horizonte,
las estrellas fugaces proliferan, ahora
vigila la espesura, hay luz en la ventana,
a cubierto de todo, suspendida,
luz de hogar en la noche, resplandor,
y una escala de cuerda entre las ramas,
si subes por la escala no hay retorno,
en la cima del viento hallarás nuestra casa.
Poétia vacia