Cuando Cristina Peri Rossi anunció en casa que quería ser escritora, su tío le dijo: “Las mujeres no escriben, y cuando lo hacen se suicidan”. En este curioso ensayo, Julia Montejo se pregunta —y pregunta a otras autoras— qué relación hay entre la literatura y el género, y más concretamente, entre la escritura y las hormonas. Un texto muy pertinente ahora que, como reza la solapa del libro, “el cuerpo de la mujer está más que nunca en el centro del debate y de la creación”.
En este making of Julia Montejo desgrana las claves del impulso que le llevó a escribir Todas esas chicas de zapatos rojos (Huso).
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Lo personal es el mejor azuce intelectual. Cuántas veces me he sentado a escribir impulsada por algo que me sucedía y que no entendía. O por una frase que se había quedado revoloteando en mi cabeza igual que una melodía. Palabras sin sentido, incluso. He escrito para salir de mí o, al contrario, para escucharme atentamente. He escrito para trascender, elevarme sobre lo prosaico, arrastrando con el impulso a todo mi yo. En esos momentos mágicos me sentía tocada por una sensibilidad distinta, desintegrada de mi realidad por razones importantísimas de las que ahora ni me acuerdo, o irremediablemente desgraciada por un amor, el definitivo, que acababa de perder. A veces me inundaba una melancolía por separaciones que sabía jamás superaría, desgarrada, en definitiva, por motivos que al día siguiente se evaporarían en la nada. En esos días mi madre solía preguntarme: «¿Te va a bajar la regla?». Y yo me enfadaba. Vaya si me enfadaba. ¡Como si lo que yo sentía no fuera real!, pensaba mi ofendido yo adolescente y veinteañero. Como si lo que yo sentía y lo que yo escribía en esos momentos de doloroso éxtasis no tuviera importancia. Tuve que cumplir 45 años para detenerme y pensar, ¿y si mi madre tenía algo de razón?
Por otra parte, también notaba que, en épocas felices, prefería disfrutar de la vida. Salir a la calle, compartir con otros. Y recordé la anécdota de Cristina Peri Rossi, de aquello que le dijo su tío cuando le manifestó su deseo de ser escritora: “Las mujeres no escriben, y cuando lo hacen se suicidan”. ¿Estaba relacionado con el sexo o con el género? Javier Peña tiene un estupendo pódcast sobre escritores titulado Grandes infelices en el que aparece el denominador común en muchas de las personas que se han dedicado a la literatura. Y, aunque tendamos a pensar que la infelicidad es algo abstracto e intangible, en realidad, si te acercas con la lupa del entomólogo, parte siempre de algo material.
Así empecé a pensar sobre la pulsión creativa, sobre la posible influencia de las hormonas en mi literatura, sobre lo interesantes y complejas que éramos las mujeres y lo mucho que no sabía de mi cuerpo.
Este ensayo parte de mi investigación doctoral, que comenzó impulsada por una curiosidad desprejuiciada y construida sobre lecturas desordenadas que un día empezaron a encajar como las piezas de un puzle. Lógicamente, necesitaba testimonios. Y conté con los mejores. Marta Sanz, Edurne Portela, Rosa Montero, Lola López Mondéjar, Noni Benegas, Elvira Lindo, Clara Obligado, Laura Freixas, Charo Izquierdo, Katixa Agirre, Gemma Lienas, Teresa Agustí, Carmen Ruiz Fleta, Maribel Medina, Susana Rodríguez Lezaun, Isabel Franc, María Tena, Ángela Armero, Laura Gomara, Nieves Abarca, Fátima Frutos, Graziella Moreno, Lea Vélez, Carme Chaparro, Paloma Díaz-Mas, Elsa Veiga, Ada Castells, Noelia Lorenzo, Laila Ripoll, Carmen Domingo, Marifé Santiago, Rosana Acquaroni y otras que han preferido permanecer en el anonimato donaron su tiempo y experiencias con sinceridad y, también curiosidad.
En Todas esas chicas de zapatos rojos recorro los dos últimos siglos descifrando los ingredientes de esa pócima mágica que activa la pulsión creativa. Durante estos años de estudio he descubierto que la manera en la que interpretamos las mujeres nuestras hormonas femeninas y sus procesos fisiológicos representan una metáfora compleja y controvertida de las distintas maneras que tenemos de interpretar qué es ser mujer en el siglo XXI.
A medida que avanzaba en mi viaje, el peso de lo cultural iba haciéndose más importante. Sin embargo, al mismo tiempo, la fisiología nunca desaparecía. Más aún, la neurociencia avanza hoy precisamente demostrando las intrincadas conexiones entre el cuerpo y la mente. Haciendo un paralelismo con aquello que decía Spinoza, y más tarde Heisenberg, de que el primer sorbo de ciencia te aleja de Dios, pero Dios está esperándote en el fondo del vaso, la biología también nos espera en el fondo del vaso para, precisamente, demostrar que las opciones de construcción cultural son eso: opciones.
Si aceptamos como un punto de partida que la biología es el principio sobre el que se desarrolla nuestra identidad y se elaboran los constructos culturales, descubrimos que identidades, constructos y los hábitos individuales que generan pueden incluso, y de hecho lo hacen, llegar a modificar la biología. Esa ha sido, y sigue siendo, la única manera de sobrevivir y evolucionar. Así, podríamos concluir que esa base biológica ni es sólida ni es estática, sino plástica y con capacidad de adaptación. Lo cual incluye a nuestro cerebro. La complejidad está servida. Hormonas y pulsión creativa abren una conversación apasionante que nos puede ayudar a reflexionar sobre el lugar del que venimos las mujeres, quiénes somos hoy y hacia dónde nos encaminamos. La creación literaria es el puente que nos pone en relación con nuestro cuerpo.
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Autora: Julia Montejo. Título: Todas esas chicas de zapatos rojos. Editorial: Huso. Venta: Todostuslibros.
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