La escritora y editora Iolanda Batallé conversa con el autor de PIENSA. Manifiesto inquietante a favor de la ignorancia, Francesc Orteu.
Batallé: Filosofía es una palabra que intimida.
Orteu: Y la primera tarea de cualquiera que desee hacer filosofía: sacudirse de encima toda autoridad. Al fin y al cabo, un filósofo no deja de ser un periodista, con la única diferencia que las preguntas no las hace a otro sino a sí mismo.
B.: ¿Hacerse preguntas, para qué?
O.: Por el mismo motivo por el que leemos una buena novela: por el placer de redescubrir el sentido de las cosas y de nosotros mismos.
B.: ¿Qué respondes a alguien a quien ofreces tu libro y te dice ‘yo ya pienso demasiado’?
O.: Que esa sensación de agobio es comprensible. Forzamos el pensamiento alimentándolo con conceptos ajenos a nuestra realidad inmediata. Pensamos pensamientos que no son nuestros, son lo que yo llamo ‘pensamiento industrial’. En cualquier ámbito de nuestra vida, sea el que sea, podemos acceder fácilmente al consejo de especialistas. ¿Para qué vamos a pensar si resulta más fácil escoger entre pensamientos ya dados? ¿Qué otra cosa son los libros de autoayuda o los periódicos?
B.: ¿Qué debemos hacer para convertir el pensamiento en un placer?
O.: Limpiarlo. Pensar no es tanto llenarse la cabeza con ideas nuevas como vaciarla de las que no nos sirven.
B.: Pero tú propones algunas ideas nuevas, como ese leitmotiv del libro que es ‘pensar a mano’.
O.: Es cierto. Intento poner esa idea en la cabeza del lector, pero espero que le sirva para preguntarse cuántas de las aplicaciones que tiene instaladas en su cabeza siguen siéndole útiles. El pensamiento no puede pesar tanto. Dar sentido a la vida debe ser algo liviano, cotidiano, sorprendente, ingenuo, poético, compartido, extraño.
B.: ¿Qué tipo de filósofo eres?
O.: Uno raro, ya lo sabes, porque mi trabajo nunca ha sido dar clases y creo que eso me ha permitido evitar algunos tics académicos que convierten la filosofía en algo críptico para la gente.
B.: Explícamelo.
O.: Tú, además de editora, eres escritora. Ningún autor o lector confunde un texto literario con una crítica literaria. O un texto literario con una clase de historia de la literatura. Cuando escribes un texto literario escribes literatura y no pretendes proyectar sobre el lector ningún tipo de autoridad. El texto debe sostenerse por sí solo, debe fundamentarse en la experiencia del lector. ¿Por qué no funciona así la filosofía? Yo he escrito PIENSA con la voluntad de convertir la lectura en una experiencia filosófica sencilla, emotiva, íntima. No deseo demostrar nada al lector, del mismo modo que un poeta no necesita demostrar la verdad de sus versos.
B.: Esto que explicas es una de las claves de PIENSA, uno de los motivos por el que decidí que era urgente publicarlo. Es un texto que crea un nuevo género. No es un ensayo.
O.: Sí sería un ensayo si no hubiéramos pervertido esa palabra que usó Montaigne justamente para extirpar toda autoridad de lo que dejaba escrito. Un ensayo no es una conferencia, no es una clase magistral transcrita. Es un ensayo, una prueba, una suposición que uno desea compartir con el lector, para ver si también otro ha supuesto algo parecido.
B.: Ahora me hablas de Montaigne pero en el libro no aparece ninguna referencia a ningún filósofo, ninguna cita. También eso es sorprendente en un libro de filosofía.
O.: No me gusta citar pensadores clásicos. Me encanta leerlos y a menudo he hablado de ellos en la radio o la televisión, donde suelen llamarme para divulgar la historia de la filosofía. Pero una cosa es divulgar y otra pensar a mano. Repito, no es lo mismo hacer filosofía que hacer historia de la filosofía o crítica de las ideas de otros pensadores. Si tienes ideas propias, explícamelas. Pero, por favor, no me vengas con el primo de Zumosol, que al final de eso se trata cuando invocas el pensamiento de un clásico.
B.: ¿Solo sabes que no sabes nada?
O.: Esa es una actitud sana pero excesiva, y no me siento cómodo con el lema socrático. Claro que sabemos muchas cosas. Si asomas la cabeza seguro que verás algún avión en el cielo. Esa gente ha decidido poner su vida en manos de la razón. Saben que pueden fiarse de ella. Sí. Sabemos muchas cosas y el pensamiento occidental ha transformado el mundo. Pero el sentido que pueda tener nuestra vida debemos currárnoslo nosotros. Bueno, quien quiera, a quien le apetezca. Aunque tarde o temprano, uno termina teniendo que filosofar en serio.
B.: ¿Cuándo, por ejemplo?
O.: Vete a la sala de espera de un hospital y observarás un considerable esfuerzo filosófico. ¿Cómo he llegado hasta aquí? ¿Puedo seguir así? ¿Qué debo cambiar? ¿Qué puedo esperar?
B.: ¿Y la filosofía hace todo eso?
O.: La filosofía es pensar sobre cómo pensamos, para enseñarnos que podemos pensar de maneras diferentes, para despensar, repensar, antipensar, subpensar, contrapensar, pseudopensar, sobrepensar, micropensar, cuasipensar, prepensar, sea lo que sea cada uno de esos verbos. En todo caso, cada manera de pensar nos conduce a una realidad diferente.
B.: Solo hay una realidad, la real.
O.: Como a casi todo el mundo, cada mañana me gusta desayunar leyendo las noticias. Ahí tengo, sobre la mesa, el periódico y una taza de café con leche. ¿Cuál de las dos cosas es más real? Una me inquieta y estimula, la otra me alimenta y me relaja. Periódico y café con leche son dos realidades complementarias, me gusta usarlas juntas, pasando de una cosa a la otra, del sabor amargo al último tuit de Trump.
B.: Algo que sorprende de PIENSA es su final.
O.: Eso fue algo que te debo a ti. Recuerdo las primeras lecturas del texto. Tus comentarios entonces me desconcertaron. Más verdad, me pedías.
B.: Es un libro de filosofía, me respondías tú.
O.: Llegaste a sacarme de mis casillas. Llegué a creer que nunca lo publicarías. ¿Por qué insistías tanto en pedirme más verdad?
B.: Porque eso es algo que pido a todo texto que publico. Quiero verdad, quiero tripas. Como lectora quiero tener la convicción profunda de que el texto significó algo esencial para quien lo escribió. Odio esa sensación de que el escritor es un experto, un profesional que podría estar escribiendo cualquier otra cosa.
O.: Yo te insistía en que estábamos haciendo un libro de filosofía, por lo que su verdad no podía ser emotiva, debía ser solo racional. Pero estaba equivocado. Y algo de lo que me siento especialmente orgulloso del libro es de compartir algunas emociones con el lector. Eso es especialmente significativo a medida que avanzan las páginas.
B.: Incluso llegas a confesar al lector que te sientes cansado.
O.: Así era. Y esa es una sensación que no podemos eludir cuando insistimos en pensar en algo, sea lo que sea. Sentí que debía hacerla explícita. En última instancia PIENSA pretende justamente eso, hacer explícitos algunos mecanismos de nuestro pensamiento.
B.: ¿Para qué?, ¿para pensar mejor?
O.: Para pensar con placer. Esa sensación de pesadumbre de la que hablábamos que conlleva el pensar, puede aliviarse limpiando los mecanismos con los que pensamos. El libro pretende ser un taller mecánico portátil en el que desmontamos el pensamiento, para limpiar algunas de sus partes y volverlas a montar. Y eso sin pretender ser exhaustivo, sin intentar construir un tratado sobre cómo funciona nuestra mente. PIENSA debe ser una experiencia agradable, personal, modesta. Como un caramelo de menta que uno saborea para sentir la boca limpia.
B.: Cita una frase de PIENSA.
O.: Sólo puedes dar sentido a aquello que no lo tiene.
B.: ¿Debemos pensar para dar sentido a las cosas o para quitárselo?
O.: Es lo mismo. El sentido es como los calcetines, cada día, te los pones y te los quitas. El mundo es más precioso si repones su sentido cada día, para evitar que se acumule por todas partes ese polvo que llamamos obviedad.
B.: Has escrito y me has permitido editar un libro especial, único y extraño. Dame una razón para regalarlo.
O.: Es filosofía que se entiende.
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Autor: Orteu. Título: PIENSA. Manifiesto inquietante a favor de la ignorancia. Editorial: Catedral. Edición: Papel. Venta: Amazon y Fnac
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