Barrett se ha vuelto ya sinónimo de buen hacer editorial: cubiertas, traducciones, descubrimientos, ediciones… El libro que hoy nos convoca y pone contentos es Cuadernos de humo sagrado, de Alan Moore, un compendio de tres ensayos cañeros, históricos y actuales, que vienen a colocar un título más en la lista del maestro del cómic. A Moore lo conocemos bien por obras como V de Vendetta o Watchmen, pero además de las historietas, de las que se ha autorretirado con la publicación del último volumen de La Liga de los Hombres Extraordinarios, recientemente ha empezado a traducirse su narrativa, como Jerusalén o Iluminaciones, y ahora llega el turno de conocer la vertiente crítica del creador de Northampton, en unos textos de historiografía provocativa que nos transportan al universo de las imágenes underground y los sueños contrahegemónicos de la ciencia ficción.
Por supuesto, las burlas contra personajes públicos, las viñetas antiautoritarias o cierta libertad sexual propiciaron que estas creaciones fueran desplazadas por la crítica hacia lo que en el medievo se denominó «imágenes infamantes», aquellas que condenaban en icono a ladrones, confabuladores y asesinos, y que, dadas las cualidades morales que el mundo clásico atribuía a los pintores, esa inveterada unión entre ética y estética (capital también para los tres ensayos aquí reunidos), solo podían ser dibujadas por otros maleantes o excluidos de la sociedad y no por genuinos artistas. Del texto de Moore se desprende que este humus teórico se mantenía en el contexto de emergencia del medio y su primera etapa de desarrollo; de ahí también que expertos clínicos contraindicasen el cómic a los jóvenes. Asimismo, nos empuja a repensar la transición del cómic desde esta contracultura iniciática a la situación institucionalizada y en parte acomodaticia que vive en el presente.
Pasamos a «El Cádillac de Frankenstein», donde reconstruye el mosaico de la ciencia ficción con los materiales de sus filias y sus fobias (porque ¿qué otra cosa justificaría la exclusión de Ursula K. Le Guin —otras, como la de Alex Garland, se entienden por la fecha de publicación original, 2010—?), como cuando encumbra a la revista New Worlds, calificándola de «la más excitante y avanzada», con el matiz de «al menos en mi opinión». Y eso está bien, abre nuevas vías de acceso a su propia obra. Puestas así las cosas, sitúa el nacimiento del género sensu stricto en el Frankenstein de Mary Shelley, aunque el término scientifiction se deba a Hugo Gernsback, quien da nombre a los Premios Hugo. Observamos cómo la tecnofilia discurre por el mismo cauce que la tecnofobia: hallamos loas al progreso, pero también estos cambios pueden conducirnos a lugares mucho más siniestros en los que perder nuestro futuro, a pesar de que aquella actitud más apocalíptica de los pioneros fue mudando en una asunción amable y ciertamente optimista de los fenómenos científicos.
En la ciencia ficción se juegan proyecciones a futuro (EEUU, por su breve historia, estaría usando «la ciencia ficción para airear un ‘‘mira todo lo que podemos llegar a ser’’ a todo el mundo»), problemas en torno a la blasfemia y la libertad de expresión (con obras como He aquí el hombre, de Michael Moorcock, a la que nosotros podríamos añadir Hogg, de Samuel R. Delany), la relación entre el militarismo americano y el desenvolvimiento de la ciencia ficción (véase el programa DARPA), etc. Algunas dudas clasificatorias que el autor manifiesta, como en el caso de Perdidos, cuyo mundo se sostiene en unas leyes físicas diferentes a las del nuestro, podrían solucionarse trazando una distinción debida al filósofo francés Quentin Meillassoux: no es lo mismo la ciencia ficción que la ficción extracientífica: mientras que en la primera la ciencia no solo es una disciplina válida sino que se encuentra avanzadísima, en la segunda hallamos mundos sin ciencia o donde esta no es posible. De todos modos, Moore expone en varios momentos lo escurridizo del concepto.
Finalmente, con el llamativo título de «La Venus del cenagal contra los anillos de pene nazis», reflexiona en torno a la pornografía y sus variopintas imágenes erotizantes. Disecciona las restricciones puritanas y los remilgos que siempre han estado presentes, acordes a las tesituras de cada época, vehiculando sus propios modos de coacción y censura mientras nuestra especie sigue su camino. Algo conecta la Venus de Willendorf con el ciberporno, el avance de la técnica con las nuevas imágenes pornográficas. No se las verán, eso sí, con ningún juicio de valor; al contrario, y aunque resulte paradójico, se desliza una promesa de redención, un mesianismo en el corazón del eros. Como las mejores obras de historia, Alan Moore educa a los lectores con estos tres ensayos: con la promesa de un butacón de masaje (sin desmerecer esa maravillosa cubierta como envoltorio de un regalo), los sienta en una silla incómoda para que se revuelvan, enfaden o trastoquen; sobre todo, para que dejen de ver en blanco y negro y comiencen a hacerlo en color. Y es que ponerse de acuerdo está sobrevalorado.
—————————————
Autor: Alan Moore. Título: Cuadernos de humo sagrado. Traductor: Felixfrog2000. Editorial: Barrett. Venta: Todos tus libros.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: