La editorial Círculo de Tiza publicará en abril El último pistolero, una compilación de los artículos más perennes, más despegados al hoy, del periodista conquense.
Cuando me presenté por vez primera ante Raúl del Pozo, oculté mi rostro como Moisés temiendo mirar al Dios verdadero. Lo conocí a propósito de un reportaje que escribí sobre Umbral, hace ya cuatro años, por agosto. Acudí a él asustado como un niño al votar, como un necio al que obligan a leer. Yo estudié Periodismo bajo el reinado ruidoso, callejero e imbatible del maestro conquense en la última de El Mundo —el autor de Mortal y rosa había muerto un par de meses antes de que yo empezara la carrera—. Por ello, Raúl del Pozo siempre me impuso un respeto que rayaba con el miedo, porque era/es un macho alfa de la profesión, un ochomil, un artesano elitista del que, pese a sus innumerables taras, sigue pareciéndome el mejor oficio del mundo.
Tengo testigos que ratifican mi tesis. Escribe Manuel Alcántara: “No sólo es el mejor de los que quedan, sino el mejor de los que hubo”. Pregunto a Jesús Quintero, el mejor entrevistador patrio: “Unos persiguen la fama; otros, el dinero; otros, el poder. Raúl del Pozo ha perseguido siempre la vida. La vida lo llevó a palacios, prostíbulos, cárceles, psiquiátricos, a la Revolución de los Claveles y al ruido de la calle. Y a convertirse en el periodista más memorable de los últimos tiempos. Brillante, ardiente y predestinado. Podría, perfectamente, haber escrito A sangre fría, de Truman Capote”. Federico Jiménez Losantos lo describe con lirismo: “En Raúl del Pozo entrevemos la agreste desconfianza de la primavera, el social hastío del estío, la honrada confianza del otoño y el calor del perdón de los inviernos. Es una prosa para todas las estaciones”. Por su parte, Arturo Pérez-Reverte me lo define así: “A Raúl del Pozo las certezas y los años no lo hicieron ni cínico ni malo. Es bueno, es veterano, es sabio. Es la lucidez, la experiencia y la memoria”.
Cualquiera contradice a este personal.
Cuando me presenté por vez primera ante Raúl, decía, yo no sabía que, desde un punto de vista humano, era tan, como señala Pérez-Reverte, “bueno”. Aquel día, el maestro nos brindó —el plural no es mayestático: me acompañaban mis amigos David García y Jesús Nieto— una entrevista lúcida, crítica y cargada de ánimos. Desde entonces, Raúl y yo forjamos una amistad fuerte, golfa y arrocera —que pregunten en L’Albufera—, amén de, cómo no, periodística y literaria. Mi amigo es noble, generoso, sabio y divertidísimo. Lo amo —eso sí, sin mariconadas—.
En estas, a mediados de junio del año pasado, me llamó por teléfono:
–¿Qué pasa, comandante?
–Aquí la Guardia Civil.
–Mira, que la editorial Círculo de Tiza quiere sacar un libro mío, una recopilación de mis columnas, y Antonio Lucas y yo hemos pensado que tú hagas la selección. Habla con Antonio y que te envíe los artículos.
Acepté. Horas después, Antonio me envió ocho archivos Zip. Cada uno contenía trescientos documentos –excepto el octavo, que incluía 197 archivos-. “Compra pestañas postizas para no quemarte las de serie”, me dijo el magnífico columnista y poeta. Estuve a nada y menos de seguir su consejo.
Telefoneé a la editora, Eva Serrano, para presentarme y ponerme a su disposición. Me pidió que escogiera las columnas más perennes, las que más se alejaran del discurso diario. Eso facilitaba muchísimo el filtro: Raúl del Pozo es el más periodista de todos los columnistas. Su lector habitual sabrá que, en la mayor parte de los textos del “gitano de Cuenca” (Umbral), casi siempre hay un dato nuevo, un testimonio, un me han dicho, cuando no una exclusiva —el caso más paradigmático es el del caso Bárcenas—.
El asunto está en que, un viernes, Raúl me citó para comer y me dijo que él quería un muestreo variado, dividido en diez o doce categorías —del estilo “corrupción”, “Cataluña”, “crisis”, etcétera— y que propusiera varios títulos potentes, que combinaran sensualidad y puñetazo. Hizo hincapié en el tema de Bárcenas por la efervescencia informativa del escándalo. Un par de semanas después, envié a Raúl una selección primaria de artículos —habría unos trescientos y medios—, divididos en doce o trece capítulos, y tres o cuatro títulos posibles para el libro. Por la cosa del excargo del PP, nos gustaba el de Garganta de seda, aunque sin excesivo entusiasmo. “Venga, magnífico. Envíaselo a Eva y adelante”, me dijo el periodista. Dicho y hecho.
Cuando Eva vio el mamotreto que le había enviado, me citó en la sede de Círculo de Tiza y, sutilmente, con mucha amabilidad, me preguntó sin preguntarme dónde iba yo con ese mantón de Manila. Le conté lo que me había pedido Raúl y, para guardarme una miaja las espaldas, le dije que, en realidad, había hecho un cóctel presentando un trabajo sustentado en las directrices del periodista, pero recopilando todos los artículos más duraderos, los más despegados al hoy, los que trataban sobre viajes a Silos, vírgenes de Internet o ruiseñores. “Céntrate en esos —me pidió Eva, aportando claridad al discurso— y olvídate del resto”. Cumplí su mandamiento. El, por llamarlo de algún modo, “archivo definitivo” que le envié contenía unas ciento veintipico.
Por fin, Eva aprobó la selección y propuso dividirla en tres temas: “Divino”, “Humano” y “Eros”. Los textos del primero orbitan en torno a las cosas que Raúl adora, ya sea Shakespeare, ya sea el canto de los pájaros en una mañana de primavera —cuando escribe sobre animales, el columnista se vuelve una mezcla de Keats y Rodríguez de la Fuente—. También hay algún que otro texto sobre temas religiosos, mas quien busque una visión teológica —no digamos ya meapilesca— se dará de bruces. “Humano” recoge los artículos de un hombre que escucha el ruido de una calle mutante y cotidiana, efervescente y decadente, noble y navajera. Por su parte, “Eros” es un canto elegante y bello a los sentidos, a las musas y a la vida.
Nos quedaba un tema pendiente: el del título. Garganta de seda nos chirriaba a Eva, a Raúl y a mí, una vez enfocado el discurso del libro. La solución nos la brindó el periodista de La Razón Julio Valdeón Blanco, con una gran columna que ha sido elegida para el epílogo.
Y, para que no me diga que parezco un “diputado de UCD”, concluyo mi texto afirmando que, si fuera de Nueva York o estuviera muerto, Raúl del Pozo sería estudiado en las universidades, vanagloriado en simposios y tendría un club de fans en Twitter. Ocurre, sin embargo, que el tipo es de Cuenca y está vivo. En fin, algo habrá que hacer para reivindicar su maravilloso genio.
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Texto incluido en El último pistolero, libro de Raúl del Pozo que Círculo de Tiza publica en abril.
Autor: Raúl del Pozo. Título: El último pistolero. Editorial: Círculo de tiza. Venta: Amazon
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