Dos siglos más tarde, el nazismo ha triunfado en Europa y lo que se ha instalado no es sólo un régimen político, sino toda una religión. Hay una dictadura, porque todo está superestratificado, y un espíritu común propio de una secta, asfixiante, a pesar del cual hay quien se encuentra cómodo dentro de su jaula dorada. «Todos vosotros sois la no-Sangre, por lo tanto tenéis que (…) pensar, en inglés, cuán sagrados somos, por qué Hitler no podría haber sido más que alemán y entender que no es posible que exista ninguna otra filosofía o forma de vida que no sea la nuestra. Ni siquiera se os permite la igualdad dentro de la religión (…). La exclusión es una manera excelente para hacer que los hombres se sientan inferiores».
Lo que nos dibujan es un panorama grotesco, en el que ser libre significa ser un buen súbdito. Será la complicidad entre ellos la única garantía que nos quede de que existe una posibilidad de encontrar algo de bienestar humano, algo de afecto. De hecho, este afecto será el responsable del desarrollo de las páginas finales, en las que lo que ha sido una especie de obra de teatro sale del ambiente cerrado, seguro, para exponernos un itinerario, una aventura. Lo que ocasiona esta aventura no es gratuito: llevar un libro a un destino. Los libros han sido destruidos, como ha sucedido en las ocasiones en que un emperador o un loco absolutista ha querido que la historia comenzara con ellos. Lo primero que hace quien desea ejercer el dominio del mundo, es anular el pensamiento, destruir cualquier rastro de otra posible verdad.
De los diálogos entre el Caballero y el inglés, que es una persona serena y cultivada a pesar de pertenecer a la clase baja, se decanta la intención de falsear la historia y el relato social, hasta instalar una subjetividad imperativa. El inglés es un tanto contraintuitivo, pues la intuición que se ha instalado en esta región del mundo es un condicionamiento, es un aprendizaje forzado que nos transformó en animales. La cultura es un sucedáneo de cultura, la política un acto de fe, la tradición una herramienta para acomodar ideas como si fueran verdades, y estas ideas favorecen la inmovilidad. Porque, a la hora de la verdad, lo que más importa en este tipo de régimen es que nadie se mueva, que nadie se salga de los márgenes. Es inevitable remitirse, durante la lectura, a El cuento de la criada o a 1984. La noche de la esvástica complementa estas obras por ser más reflexiva, por permitir a los personajes expresarse con más libertad siempre y cuando no se les escuche. Tal vez sea menos narrativa, contenga menos acción, pero el aire que nos hace respirar está también resudado y ahoga.
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Autora: Katharine Burdekin. Título: La noche de la esvástica. Traducción: Xavier Caixal i Baldrich. Editorial: Rayo verde. Venta: Todostuslibros.
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