Lo de Inglaterra iba a ser de traca, marcando un antes y un después en la historia de las monarquías modernas. A la pobre María Estuardo, reina de Escocia, después de comerse más cárcel que el conde de Montecristo, la había hecho afeitar en seco Isabel I de Inglaterra; que pese a su falta de escrúpulos y su bajeza moral (perfectamente compatibles con su grandeza monárquica) era enemiga política, pero al fin y al cabo, reina. Sin embargo, con Carlos I, nieto de la Estuardo, la cosa anduvo por un registro más popular. Por decirlo así, más de ahora. Al morir Isabel sin descendencia, el trono (paradojas de la vida) había ido a parar al hijo de la ejecutada reina escocesa, un tal Jacobo I, que se vio monarca de Inglaterra, Escocia e Irlanda, pero que como rey no tenía ni media hostia. En cambio, su hijo Carlos (el que de joven fue a España con el duque de Buckingham y se las vio con el capitán Alatriste) era más personaje: elegante, autoritario, poco respetuoso con el Parlamento e inclinado a hacer lo que le salía de la punta del cetro, dio vidilla a los antes perseguidos católicos. Y así, entre pitos y flautas, se puso en contra a media Inglaterra, incluidos los protestantes radicales (llamados puritanos), muchos de los cuales emigraron a la América del Norte por esa época (y allí siguen, imponiéndonos lo que consideran, o no, políticamente correcto). Durante once años Carlos gobernó echándole un pulso a los representantes populares, a los que ninguneaba; y tanto encabronó a la peña que le reventó en las manos. Tras intentar un golpe de Estado monárquico, tuvo que largarse de Londres mientras estallaba una guerra civil entre partidarios de la monarquía absoluta y partidarios del Parlamento. Se diferenciaban incluso, unos y otros, en la manera de vestir y el corte de pelo: elegantes y con cabello largo los carlistones, sobrios y de pelo corto (cabezas redondas, los llamaban) los puritanos. De estos últimos destacó un jefe llamado Oliverio Cromwell, que además de religioso hasta nivel meapilas era presuntamente honrado y virtuoso (así lo vendía la propaganda, aunque en tales cosas conviene no fiarse de nadie), y para colmo resultó buen jefe militar. En la batalla de Marston Moor, cantando salmos y tal, imaginen ustedes el cuadro, los puritanos vencieron al ejército monárquico. Eso y lo que vino luego lo cuenta de maravilla Alejandro Dumas en Veinte años después (continuación de Los tres mosqueteros). Y lo que vino fue que, reunida una pequeña parte del Parlamento, manipulada por el virtuoso Cromwell, sentenció a muerte a Carlos I, al que se le cortó la cabeza (Remember!) ya casi mediado el siglo, en 1649. Después de aquello Inglaterra se convirtió en una república que en realidad fue dictadura de Cromwell, quien gobernó durante once años por la cara tras hacerse proclamar Lord Protector del país. A efectos políticos formales, lo que hicieron los de allí fue cambiar un rey por otro; pero en cuanto a los hechos, aquella republicana Inglaterra gobernada por puritanos se dedicó, Biblia en mano y con mucho éxito, a lo colonial y lo mercantil a costa de España, a la que puteó cuanto pudo, y de Holanda, a la que derrotó y desplazó como potencia marítima. Lo del simple cambio de papeles se puso de manifiesto a la muerte del amigo Oliverio, porque el gobierno de la nación fue heredado por su hijo de la manera más desvergonzadamente monárquica imaginable. Pero Cromwellito Junior resultó ser un mierdecilla que no valía ni para llevarle el botijo a su padre, así que duró un cuarto de hora, los ingleses se vieron huérfanos de líder, y en una de las tragárselas dobladas más clamorosas de su historia devolvieron el trono a la familia Estuardo; o sea, al hijo del rey decapitado, que por otra parte tampoco era un chaval como para tirar cohetes. Carlos II (así se llamó el muy pelanas) se pasó el reinado divirtiéndose a base de juerga y coyunda; aunque entre una cosa y otra tuvo tiempo para ajustar cuentas con los matadores de su papi, persiguiendo y condenando a los que pudo pillar. Y hasta hizo sacar de la tumba el fiambre del viejo Cromwell para cortarle la cabeza a lo que quedaba de aquella putrefacta mojama. Pero, bueno. Lo importante, lo que hay que retener de esa época, es que, gracias primero a Isabel I y luego a Oliverio Cromwell, la gran Inglaterra que venía de camino estuvo cada vez más a punto de caramelo. A ellos dos se debió, sobre todo, un rasgo característico que durante mucho tiempo (y todavía hoy colea) iba a ser propio de los británicos: una arrogante hipocresía típicamente anglosajona, basada en la convicción de pertenecer a un pueblo escogido por Dios, al que éste, en su infinita simpatía insular, situó por encima de las razas inferiores.
[Continuará].
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Publicado el 15 de diciembre de 2023 en XL Semanal.
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El inicio del fin del absolutismo monárquico en Inglaterra. Proceso de muchos años en el que se lleva a cabo la primera de las tres grandes revoluciones por las libertades. Las otras dos, más tarde: la americana, llevada a cabo por esos puritanos meapilas ingleses emigrados y la francesa, llevada a cabo por otros puritanos, de parecido sesgo, revolucionarios, jacobinos y afeitadores en seco, esta vez de forma industrializada, la I+D del negocio sepulturero. La monarquía que volverá a establecerse, ya definitivamente, después de este proceso, nunca será la misma.
El inicio del mundo liberal, que se dice, todo ello heredado del siglo de las luces. Y todo ello producto del Renacimiento italiano, de Florencia, de Venecia y de sus sistemas maquiavélicos.
Muy puritanos, muy de ideas fijas todos ellos pero quizás a nosotros nos ha faltado una revolución de ese tipo que terminara con los atavismos, con nuestro retraso secular, nuestras miserias y nuestra siempre larvada cuestión centrípeta, a pesar de nuestro fértil siglo XVIII y a pesar de nuestros adelantados e ilustrados tan bien descritos en «Hombres buenos» uno de los mejores libros de don Arturo que, por cierto, tengo que volver a leer. Me han entrado ganas de ello. Lo recomiendo. Da una idea de la otra España que pudo ser y que hoy se puede añorar ante la marea actual antiilustrada y posmoderna. Además sus personajes son puritanos de otro tipo diferente, muy hispanos, muy suyos, nada que ver con el concepto de meapilas que impregna nuestro actual sistema político y que impregnó las revoluciones inglesa y americana. E incluso también la francesa en ciertos sectores.
Además de todo ello, este libro es un viaje iniciático hacia el saber y la libertad de sus personajes pero también lo es del propio lector. Para cualquiera que añore «Las Luces». Repito, uno de los mejores aunque para gustos…
Dirán ustedes que me he ido de madre desde el XVII hasta el XVIII e incluso el XIX, pero ha sido conscientemente y me ha dado la real gana. Todavía no creo que chochee. ¿O si?
Saludos.
Buenos días, estimado señor Ricarrob. Una personal apreciación: su indicada «siempre larvada cuestión centrípeta» debería ser, a mi juicio, una siempre larvada cuestión CENTRÍFUGA. Lo que nos divide, desune, nos hace presuntamente diferentes unos de otros, en especial ante la ley, es la tendencia hacia afuera (centrífuga) de algunas tendencias separatistas que creen, arcaicamente, que lo suyo es lo mejor, que no deben juntarse con otros y que desean recoger, así ha sido hasta ahora, recursos económicos de los de fuera por un permanente chantaje, para repartirlo exclusivamente entre los de dentro. Eso esencialmente es un provincianismo antediluviano y egoista y que niega la evidencia absoluta de que la unión hace la fuerza, como demuestra la historia y la razón. Lo centrípeta que usted indica es todo lo contrario: que quieren ir hacia dentro en integración, en colaboración, en igualdad de todos y en identicas responsabilidades, contribuciones en recursos e identidad. Y todo ello sin que nadie les exija, todo lo contrario, renunciar a sus propias particularidades y tradiciones que enriquecen el conjunto. No, usted evidentemente no chochea, los que llevan siglos chocheando de mala manera son precisamente esos independentistas centrífugos, ególatras y egoistas. Y siempre han perdido hasta ahora. La historia demostrará, tarde o temprano, que tendencia prevalecera.
Lleva usted razón. Toda. Realmente lo que usted dice era mi intención. Está claro, quizás estoy ya chocheando…
Centrípeta es la tendencia, por ley física, del dinero de todos hacia los bolsillos de los políticos. La política es un atractor según se dirîa en la matemática del caos. Poderoso atractor en el que todo converge.
Por cierto, respecto al dinero de todos, el independentismo es centrípeto. Totalmente. Luego, ya sabe, hay que jugar al despiste diciendo eso de «España nos roba». 500 años de un atractor que nunca tiene fondo. Muchas veces, deseo, no sé si de forma malévola, que de una puñetera vez nos dejen tranquilos, vivir en paz que se dice. Que se asen en su propia e infecta salsa nazionalista (la «z» es intencionada). ¡A ver a quienes les echan las culpas de sus errores entonces! ¡Qué cómodo se vive del victimismo! Por su propia idiosincrasia son sociedades decadentes y en descomposiciòn.
Muchas gracias por su corrección y por sus palabras.
Saludos.
Admirador del desparpajo irónico del que quizás sea el mejor novelista de España entre los vivos, no puedo dejar de sonreír ante un deje de envidia, muy europeo, a la cultura estadounidense, cuyo sincretismo democrático y auge económico le permite dar consejos. Consejos que suelen caer en saco roto, no así los dólares.
Al hilo del diálogo con el apreciado sr. B., amigo de Zenda, al referirse a los nazionalismos (de nuevo tengo que decir que la z es adrede, intencional) me veo en la necesidad de tratar el tema de los presuntos pueblos elegidos por Dios.
Es un cáncer. Histórico, social y político. Los latinos tenemos nuestros defectos, que son muchos, pero nunca nos hemos considerado superiores (con alguna excepción). Por algo el nazismo tuvo su cierta implantaciòn en Gran Bretaña. Incluso en altas instancias. Ni en los mejores momentos del Imperio Español, nos consideramos superiores. Quizás, al contrario. Siempre hubo un sentimiento de culpa que dura hasta hoy.
Condiderar las propias costumbres, idioma, sociedad, etc., como un don de la providencia y una selección divina, incluso entrando en la poco o nada apropiada ya presunta distinción racial, es un sinsentido, es ir contra la historia, la genètica y contra el sentimiento internacionalista de la Ilustración.
Por ello, Inglaterra está en franca decadencia y todo nacionalismo excluyente igualmente. Degeneraciòn, degradación, descomposición, decadencia.
Pero, los ingleses, en su subsconsciente, siempre nos han tenido miedo. Por mucho que se rieron a toro pasado, se cagaron la pata abajo con la Armada Invencible. Miedo a un enfrentamiento directo con los artífices de los tercios y de los guerrilleros. Ahí está Napoleón para confirmarlo. Y, en la IIGM no se atrevieron a invadir España, ni siquiera Canarias, estando ello entre sus planes. Miedo. Profundo. Hacia los seres inferiores.
Esta vez me reservo de hacer algún comentario, para solo desearles a los amigos que aquí participan, una muy feliz navidad y prosperidad para el nuevo año que comienza.
Y una recomendación, por favor les pido, no abusen con el alcohol, solo lo justo y necesario; cinco o seis copas para el almuerzo y otras cinco o seis copas para la cena…sin contar con los tradicionales espureamentes…tres o cuatro copas más.
Cordial saludo.
Jajajajaja ¡Hipp¡ Sabio consejo el suyo, querido don Francisco, que sigo en la medida de mis cortas posibilidades, pues con un sorbito de cerveza ya veo a los Reyes Magos de Oriente subidos en tres renos con joroba y repartiendo gracias de paz, amor y felicidad por tierras palestinas y ucranianas y alimentos, medicinas y juguetes por toda África. Mucha Felicidad en el nuevo año, y unas fiestas inmejorables con familia y amigos. Un abrazo fraterno y escasamente etílico ¡Hipp! A usted y todos y todas.
Igualmente, feliz Navidad, sr. Brun. Seguiré su consejo, seré moderado y beberé todo lo que usted ha sugerido, a su salud, a la de los amigos de Zenda y en recuerdo de los que ya no están, que cada vez son más y que hacen cada vez más triste todo.
Saludos.
Gracias Don Arturo
No me puedo resistir a unir dos frases, muy separadas por don Arturo en el texto de esta semana, pero que juntas, en mi opinión, retratan perfectamente el carácter anglosajón a ambos lados del Atlántico respecto al resto del mundo, y que creo que es el origen de sus aspectos más positivos y negativos, por los que son admirados u odiados según toque y según la intensidad de su actuación en la política, la economía y la cultura global. Así quedaría la cosa:
Una arrogante hipocresía típicamente anglosajona, basada en la convicción de pertenecer a un pueblo escogido por Dios, al que éste, en su infinita simpatía insular, situó por encima de las razas inferiores (y allí siguen, imponiéndonos lo que consideran, o no, políticamente correcto).
Y allí siguen -añado yo- y en su infinita petulancia, ebria bastantes veces, se arrojan por balcones y terrazas de nuestros hoteles, simplemente para comprobar si el resto les seguimos la gracia y la actuación (como acostumbramos) y vamos detrás. Pero no, lo nuestro es otro teatro y nos va más el cainismo que la imbecilidad. Aunque muchas veces son las dos caras de una misma moneda.
¡Es que estos anglosajones nunca han sabido beber!
Bueno , que siempre lo leo con la página de la RAE abierta pero nunca como hoy, un lujo como siempre maestro.