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Demasiada realidad

Decía el poeta T.S. Eliot que el ser humano no es capaz de soportar demasiada realidad. Al leer estas páginas del gran Tolstói tiene uno la sensación de que se empeñó de manera inquebrantable en cargar sobre sus hombros con la titánica tarea de hacer justicia social sin permitirse cerrar los ojos al mundo que lo rodeaba y nuestra pregunta es: ¿pudo soportarlo?

La enorme sensibilidad del escritor ruso se había volcado los años previos en su literatura, que siempre contiene una gran riqueza de dilemas morales con una militancia esencial por la no-violencia (véase el prólogo de Ernesto Calabuig en Ecos de Crimea y del Cáucaso en Akal). Desde ese punto de vista, que en la etapa final de su vida alcanzase una actitud personal coherente y radical resultaría comprensible si no fuera porque los seres humanos estamos muy bien ejercitados en la capacidad para ocultarnos la realidad y maquillarla a conveniencia. Pero Tolstói no se dejó embaucar, su postura resultó demasiado impertinente y revolucionaria para sus congéneres y, me atrevo a añadir, lo sigue siendo también para nosotros. Como él mismo se cuestiona socráticamente: “¿Cómo es posible que el hombre sepa mediante el pensamiento lo que es preciso hacer, y que después haga todo lo contrario?” (p. 181), aunque Eliot ya respondió a esa pregunta.

"A partir del reconocimiento de esa situación, el escritor resuelve guiarse por la más absoluta honestidad. Comienza entonces un camino que recuerda a los diálogos socráticos"

El viaje al otro lado de la realidad arranca con la visita del escritor al asilo de Liapín, donde comprueba las miserables condiciones de vida que allí se soportan y sufre una crisis moral: “Había puesto un pie en el otro lado de la realidad”, confiesa (p. 27). En un primer momento, recurre a la caridad como manera de mejorar las vidas de los pobres sin provocar alarma en su entorno social: “Sin duda —me decía—, yo y todo el lujo individual del que disfruto no somos los culpables (…) Así pues, mi tarea no debe consistir en cambiar de vida, sino en concurrir en la medida de mis fuerzas y posibilidades a mejorar la situación de los desgraciados” (p.28).

Sin embargo, pronto nace en él una inquietud, la producida por el descubrimiento de que se había dejado llevar por lo que denomina la “vanidad de la beneficencia” (p.37), esto es: el darse cuenta de que intentar aliviar con limosnas la pobreza no es sino una fachada para tranquilizar las conciencias. A partir del reconocimiento de esa situación, el escritor resuelve guiarse por la más absoluta honestidad. Comienza entonces un camino que recuerda a los diálogos socráticos, en los que el filósofo griego nunca eludía ninguna pregunta ni se permitía una respuesta para salir del paso una vez había tomado la decisión de abordar una cuestión, método que, como ya sabemos, lo condujo a aceptar una pena de muerte impuesta por sus conciudadanos. Tolstói parece recoger el testigo sin miedo y, poco a poco, va sometiendo a su afilado lápiz e ingenio, desde su experiencia personal y desde una actitud de absoluta sinceridad, todos los argumentos con los que nuestras sociedades capitalistas se han vestido para evitar ver lo que el autor nos muestra: que nuestro enriquecimiento está basado en la servidumbre de otros seres humanos (como sintetizó Marx en el concepto de plusvalía).

"Émile Zola escribe, en la carta al traductor al francés del texto de Tolstói que las páginas literarias de Tolstói son las que de verdad nos hacen ver, las más útiles, señala"

En Tolstói este descubrimiento tiene una consecuencia vital inmediata: “En cuanto logré destruir en mi espíritu los sofismas de las doctrinas mundanas, mi teoría y mi práctica se fundieron en una sola cosa: la realidad de mi vida y la de los demás se me apareció como la inevitable consecuencia de esa unión (…) Comprendí, pues, que sólo hay una ley natural para el hombre: la ley que le permite vivir de acuerdo con su condición humana y ser por fin feliz”, (p. 184-185). Conclusión que explica su firme deseo de renunciar a sus riquezas y la huida en sus días finales, angustiado por la incomprensión de su mujer ante su decisión.

Émile Zola escribe, en la carta al traductor al francés del texto de Tolstói (que los editores de Errata Naturae han decidido incluir como prólogo), que las páginas literarias de Tolstói son las que de verdad nos hacen ver, “las más útiles”, señala. Nada extraño procediendo de un autor naturalista y que nos conduciría a otro debate sobre la literatura y su función. Y, añade, preguntándose sobre las conclusiones del autor ruso: “¿De verdad cree él que esto es posible? Y suponiendo que los demás lo imitáramos, ¿no surgirían al día siguiente otros problemas más preocupantes?” A lo que seguramente el gran Tolstói respondería, ya desde la otra realidad, que no lo sabremos mientras no iniciemos el viaje. Porque, que seamos capaces de una coherencia de ese calibre o no, no resta nada de verdad a sus palabras.

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Autor: Lev Tolstói. Título: Mi viaje al otro lado de la realidad. Traducción: Antonio García. Editorial: Errata Naturae. Venta: Todostuslibros.

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